Cuando Donald Trump ganó las elecciones en 2016 el mundo entero quedó perplejo. Un “outsider” de la política se había quedado al frente de un partido en el que tenía serias resistencias internas y se hacía cargo de un país bajo las promesas de “hacer a América grande nuevamente”. Enfrente tenía a una candidata con prosapia y extenso recorrido, Hillary Cliniton. El triunfo fue claro ya que logró 306 electores contra 232 de su rival. Pero el voto popular fue para el Partido Demócrata que superaba por más de tres millones de votos al Republicano. Tras la derrota a manos de Joe Biden, el magnate de raros peinados supo tejer la corona de campeón y tener al Partido Republicano rendido a sus pies.
Tanto por lo bueno como por lo malo, la figura de Donald Trump no era ningún misterio para los republicanos. Es más, en la primera candidatura el magnate tuvo que hacerse de algunos pocos dirigentes que confiaron en él y armar el mejor gabinete posible. Ocho años después la estructura completa estaba se mostró dispuesta a trabajar la candidatura hasta en el último rincón del país. Y fue lo que sucedió.
Por el lado de los demócratas, estaba la sensación de que el viejo Joe había logrado una ajustada victoria pero clave para la continuidad de Trump. Había cuatro años para armar la mejor campaña pero la tosudez del presidente frenó todo y alentó la reaparición de Donald. Por las demoras en las definiciones internas la candidatura de Kamala Harris llegó por descarte. Biden tenía problemas cognitivos y eran cada vez más grandes. El panorama de cuatro años más eran difíciles de sostener así que hubo presiones hasta que renunció a participar. El pensamiento demócrata era: si el anciano lo había logrado, una mujer con descendencia afroamericana e india sin dudas que pondría en aprietos a quien expresa la derecha norteamericana al manejar un discurso progresista y moderno.
Trump seguía tranquilo con su “M.A.G.A.” (Make America Great Again) como latiguillo de campaña y asuzó a los demócratas con los temas que menos conocían. Las cuestiones económicas, el manejo de la inflación, la presión impositiva sobre las empresas, la defensa del puesto de trabajo de los norteamericanos de clase media. Habló de restituir altos aranceles a los productos chinos y algo menos a los de origen europeo, lo que consolida la visión del liberal de pensamiento pero proteccionista de acción. También prometió una reducción de impuestos a las empresas lo que garantizaría la continuidad del empleo y hasta mejores remuneraciones. Y hasta convenció a muchos sobre la intercesión de Dios para proteger su vida de un atentado.
Kamala, del otro lado, apuntó a sostener su campaña con dos votos importantes: los de la mujer y el de los afroamericanos. En la defensa de los inmigrantes también incluía a los latinos, pero allí hubo una defección que luego pagaría caro. El tema recurrente en cada participación eran los antecedentes penales de Donald Trump; su egolatría; el ataque al Capitolio luego de perder ante Biden; como los riesgos que sufría cada americano y cada ciudadano del mundo al ceder el poder a manos de un desequilibrado. Con el resultado puesto, queda claro que para varios electorados el “récord” penal poco importa a manos de lo que se considera un buen resultado.
Pero Trump logró que el voto masculino -abandonado por los demócratas- se volcaran masivamente al Partido Republicano como, también, que los latinos votasen por el magnate de una manera que llamó la atencion. El caso de Florida es el más distintivo puesto que consolidó una victoria aplastante. Aunque los número definitivos aún no están, el conteo colocó a Trump muy por encima de Harris. Pero la gran sorpresa estuvo en Texas donde un pequeño condato, Starr, que había sido un bastión demócrata por 132 años años cayera en manos de los republicanos. Allí hay registrados un 97 por ciento de latinos. Todo un logro.
Ideología versus pragmatismo. La ciudadanía norteamericana fue invitada a participar a la mesa de una discusión se mezclaba lo importante con lo superficial. Finalmente ganó el slogan simple y la política doméstica. Y fueron los problemas más próximos lo que llevaron a pintar de rojo el mapa de los Estados Unidos. El Partido Demócrata, habitual ganador del voto popular, perdió y tampoco pudo construir el “Muro azul” en el Congreso, esto es, conseguir mayorías para impedir el “manos libres” del presidente. Al contrario, Trump llega a la Casa Blanca lleno de poder con mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes y con un bagaje partidario llenos de fanáticos que miran con gran expectativa la continuidad en el poder del Partido Republicano. El 20 de enero asume como presidente y deberá definir la política exterior que será mucho más difícil que las 24 horas que dice necesitar para terminar con las guerras en Gaza y Ucrania. Un reto sumamente complejo.
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