En las ultimas semana, la opinión pública mundial ha dedicado prácticamente toda su atención al proceso eleccionario de los estados unidos, cuyas alternativas desde los días previos al de la elección - el primer martes de noviembre - y, sobre todo a partir de allí, con el computo de los votos, se han vivido como piezas teatrales que en algunos momentos parecen ser páginas de Shakespeare hechas realidad pero, en otros, tramos de alguna mala telenovela latinoamericana, escenarios ambos que sorprenden en la nación que aun hoy es la primera potencia mundial.
Pasados quince días de la emisión del voto, habiendo recibido el candidato del partido demócrata Joe Biden mas de 73 millones de votos en su favor y reunido en el colegio electoral un número de electores que supera ampliamente los 270 necesarios para ser reconocido como el presidente electo de su país, el actual presidente Donald Trump aún se resiste a conceder la victoria a quien fue su oponente en esta confrontación electoral y persiste en una estrategia de contestación de los resultados, habiendo iniciado procesos de cuestionamiento judicial en distintos estados (nuestras provincias) alegando situaciones de fraude en el cómputo de votos, las que hasta ahora no han podido ser sólidamente fundamentadas y que, una a una, las cortes de justicia de diferentes estados vienen desestimando por falta de pruebas.
Así, 2020 será un ano que, más adelante, con la perspectiva histórica que da el paso del tiempo, se recordara como el de la caótica elección presidencial en los EE.UU , en la que el jefe de estado en ejercicio no quería reconocer el veredicto de los votantes, habiendo puesto en zozobra el andamiaje institucional de la nación que es considerada como una de las grandes democracias modernas del mundo, cuyos valores inspiraron o marcaron el paso del acontecer mundial desde el fin de la 2da guerra.
Lo que hoy vive la sociedad estadounidense no es para nada desconocido en otros rincones del mundo, empezando por casa donde solo en el tramo de nuestros últimos 20 años de vida política podemos recordar dramáticos momentos de fragilidad institucional en la semana de los 5 presidentes de diciembre 2001 o las alternativas de la transmisión del mando en diciembre 2015. En nuestra región, asistimos en estos días a sucesivas sucesiones de primeros mandatarios del Perú y, un año atrás, a las alternativas de las elecciones bolivianas de ese año, contestadas por la oposición y diversos foros regionales.
Aunque curtidos en inéditas experiencias políticas con las que nuestra región ha logrado darle cuerpo al imaginario del realismo mágico de clarividentes escritores latinoamericanos, no por ello deja de sorprendernos, como a prácticamente al resto del mundo, las dispares situaciones que viven los EE.UU., subrayados con nitidez por los resultados de estas elecciones.
Estados unidos es hoy una sociedad dividida. Esa condición ya se había percibido con bastante claridad en las elecciones de 2016 que, por el juego de los colegios electorales de los 54 estados de la unión, le dieron en ese año la victoria a Trump por sobre Hillary Clinton, mostrando que el presidente entonces electo había sabido capitalizar las expectativas insatisfechas de una Norteamérica profunda, usualmente desconocida por los extranjeros que conocen las famosas metrópolis de ambas costas de ese enorme país bioceánico pero que poco transitan por los estados del centro, alejados del cosmopolitismo global y aferrados al ideario de una sociedad que se visualiza predominantemente blanca, cristiana, con férreos valores tradicionales y que siente haber perdido su lugar en un mundo en que los EE.UU eran incontestablemente la gran nación a la que se adecuaban las voluntades de los otros países.
En términos de producción, lo que se hacía en esos estados, en industrias manufactureras tradicionales o los productos de su riqueza agropecuaria y alimentaria, llegaban al mundo en términos competitivos y el imperio de defensa y tecnología construido aseguraba la primacia que revalidaba el rol de primera potencia, especialmente luego de relegar a su contendiente por décadas que había sido la hoy ex-URSS.
La transformación tecnológico- productiva de estos 20 años del siglo XXI, que asociamos simplificadamente con el concepto de globalización y que viene siendo un re ordenador de la escena internacional, también alcanzo a los EE.UU., donde la crisis financiero-bancaria del 2008 y del histórico sistema de hipotecas inmobiliarias que alentaba la dinámica de la economía estadounidense, comenzó a mostrar consecuencias de exclusión social y laboral.
Resultantes , en parte, del cambio del paradigma productivo global , los afectados y excluidos dentro de EE.UU. fueron nutriendo las filas de electores que se sentían desatendidos por los políticos tradicionales - rápidamente etiquetados de representantes del ¨establishment¨ washingtoniano- y, cuatro años atrás, consagraron presidente a Donald Trump a partir de su trayectoria de empresario inusual, exitoso y permanentemente vehiculizado por la televisión y otros medios de comunicación como ejemplo de la voluntad de triunfo norteamericana , quien además resumía su plataforma en volver a hacer que los EE.UU. fueran nuevamente ¨ nro. 1 ¨ (América First).
El hoy todavía presidente Trump gobernó con el estilo heterodoxo con que llego a la presidencia de su país, innovando en la comunicación presidencial- twitteando varias veces al día ideas, críticas y medidas - alejado por completo de los cañones de gestión de sus predecesores, cuestionando toda la estructura institucional propia y aun la del concierto internacional, poniendo un elemento disruptor en el funcionamiento de organismos de coordinación multilateral y desorientando u objetando a aliados tradicionales e históricos de EE.UU.
En su volcánica gestión genero desafectos y enemigos internos y externos , especialmente en el establishment político de su país pero también a nivel internacional y asumió como estrategia dentro de su esfuerzo de devolver a EE.UU. al papel de nro. 1, el confrontar con el nuevo gran actor del siglo xxi que es china , despertando una constante tensión de poder con la potencia asiática, especialmente en los planos comercial y tecnológico, lo que ha traído consecuencias no siempre positivas para para el comercio global y la competencia de tecnologías aun en el caso de economías desarrolladas pero que también han aparejado un significativo impacto en aquellos que somos economías en desarrollo.
A pesar de este este estilo de constante confrontación , con casi ningún espacio para la conciliación, acentuando inclusive en su frente interno clivajes contrapuestos y divisivos entre ricos y pobres o entre blancos y varias etnias diversas, en valores tradicionales contra multiculturalismo o unicidad antes que diversidad, sus votantes de 2016 permanecieron fieles y también sumaron nuevos seguidores, lo que le permitió totalizar 71 millones de votos obtenidos ya que su muy controvertida agenda económica logro reactivar una economía fuertemente comprometida por su alto nivel de déficit público y, esa recuperación de algunos indicadores de prosperidad podrían haberle allanado el camino a un nuevo mandato que sin embargo el impacto de la pandemia detectada a partir de la china de Wuhan, encarada inorgánicamente , termino por desviarlo hacia esta derrota que todavía no acepta asumir.
El mundo, los otros países, los interlocutores a nivel internacional, las organizaciones multilaterales políticas u económicas, los medios de comunicación ya han reconocido como presidente y vicepresidentes electos a Joe Biden y a su compañera de fórmula Kamala Harris y ahora tratan de definir los términos de sus respectivas relaciones y la visión del mundo que el nuevo presidente aportara.
Dentro de los EE.UU., está pendiente la formalización de la victoria del candidato demócrata e iniciar la mecánica de la transición pero la sociedad norteamericana tiene todavía que hacer frente a una suerte de ¨continental divide¨, donde no son las ya las montañas rocallosas de la geografía el obstáculo a superar sino la divisiones y diferencias de ideas y expectativas ante un mundo en cambio donde los lugares que ocupamos todos - incluyendo a los estadounidenses - están en flux frente a un tiempo nuevo, inclusive para Donald Trump.
(*) Embajador (r) | Ministro de RR.EE 2017/19