Rogelio Alaniz
Rogelio Alaniz
Un amigo me decía que políticamente no tiene mucho sentido hablar de la Constitución de 1949 porque el certificado de defunción se lo extendió el propio peronismo en la Constituyente de 1994, ocasión en la que los herederos de aquella jornada la derogaron expresamente coronando el sueño de la Libertadora que no sé si se hubiera atrevido a tanto.
Sin valor jurídico y constitucional actualizado, la Constitución peronista de 1949 tiene valor histórico y en su momento expresó la voluntad de poder del peronismo y su afán de construir un orden jurídico que asegure su hegemonía política en términos de comunidad organizada. ¿Constitución peronista? Sí, claro. Por lo menos así la presentó públicamente la compañera Evita que en temas como estos no solía ser muy delicada.
Tal como se presentan los hechos, la reforma fue una estrategia clara de Perón desde que asumió el poder el 4 de junio de 1946, porque apenas iniciado el año 1947 Eduardo Colom presentó un proyecto de reforma que lo reiteró al año siguiente para que no perdiera vigencia. ¿Por qué no se aprobó en el acto cuando el peronismo disponía de mayoría en ambas cámaras, contaba con una Corte Suprema dócil y sumisa después de algunas oportunas cesantías, mientras que a nivel de medios de comunicación el señor Alejandro Apold había iniciado su eficaz faena en la que sería asistido por el diputado José Visca, titular de la célebre y siniestra comisión destinada a extorsionar económicamente a radios y diarios y opositores?
Las actuaciones de Perón simulando su rechazo a la reforma constitucional y luego expresando su oposición a todo intento de reelección, son de antología. El juego llegó a ser tan sofisticado que los constituyentes peronistas estuvieron a punto de creer exactamente lo contrario de lo que pretendía el General.
Perón pretendía que fuera el pueblo a través de sus representantes los que insistan una y otra vez en la reforma constitucional y la reelección, cosa que, luego de tan reiterados pedidos, el General aceptara sacrificarse por la patria. El Primer Trabajador, mientras tanto, se floreaba en gambetas y recitaba lecciones acerca de los riesgos de la reelección, los peligros de la concentración del poder, cuando no, acerca del desgaste que estaba padeciendo por ejercer la presidencia.
Los peronistas de paladar negro sabían cómo venía la mano y avanzaban no sé si a paso de ganso, pero seguro que a paso firme, por los laberintos de las tramoyas políticas. Cámpora, Colom, Espejo y Mercante, entre otros, fueron los operadores políticos principales. Arturo Sampay y Bustos Fierro, los intelectuales que le dieron forma jurídica al emprendimiento.
La primera dificultad se presentó a la hora de cumplir con lo exigido por el artículo 23 de la Constitución, artículo que reclama las dos terceras partes de los miembros para iniciar la declaración de la reforma. Allí se abrió un debate que en 1994 aún no estaba saldado. ¿Son los miembros totales o presentes? El peronismo entendió que eran los presentes y actuó en consecuencia. La oposición radical, sostuvo que eran los totales. En realidad al peronismo le faltaban dos diputados para obtener los totales. Había que esperar algunas horas que llegaran y la oposición se hubiera quedado sin argumentos. Sin embargo, no esperaron. Aprobaron la necesidad de la reforma sobre la base de los presentes y omitiendo todas las formalidades del caso. Para qué -habrán pensado- ser democráticos y republicanos, cuando no creemos en ninguna de esas paparruchadas liberales y vendepatrias.
Si bien la mayoría de la oposición se opuso a la reforma, y sobre todo a la reelección, los radicales, con las quejas del sector unionista, se presentaron a las constituyentes y obtuvieron 49 legisladores. Su jefe de bancada, Moisés Lebensohn habló en nombre de la UCR y anunció el retiro de la sesiones bajo la consigna: “Volveremos a redactar la verdadera constitución de los argentinos”. El retorno real se producirá en 1994 cuando la mayoría de los constituyentes ya no estaban en este mundo.
Perón mientras tanto seguía interpretando su unipersonal. En algún momento declaró que la constituyente la convocaron los compañeros en contra de mi voluntad. Falta envido mi general. Después siguió jugando con su rechazo a la reforma del artículo 77, es decir, la reelección y otra falta envido.
Iniciadas las sesiones, los compañeros peregrinaron hasta Olivos y una vez más el Primer Trabajador insistió en que no deseaba la reelección. Algún constituyente habló de permitirla “por esta vez y nunca más”; otro dijo de redactar una enmienda. El general no abrió más la boca y los muchachos se fueron de Olivos con la certeza de que no había reelección.
Según se supo después, un Perón deprimido, casi al borde de las lágrimas, le confía a Evita que no lo han entendido, que en realidad el desea ser reelecto y que ahora sería víctima de las maniobras y ambiciones de Mercante y su pandilla. El Hada Rubia lo entendió en el acto y sin detenerse en buenos modales le ordenó a la tropa que votaran la reelección y archivasen en el basural más cercano cualquier proyecto que dijera lo contrario.
Mercante, presidente de la constituyente procedió a cumplir las órdenes sin sospechar que con sus actos cavaba su propia tumba política, porque a partir de ese momento el hombre que se jugó por Perón desde 1943, el excelente gobernador de la provincia de Buenos Aires, empezará a ser considerado en voz baja como traidor; poco a poco le retiraron saludos y honores hasta terminar en el más amargo ostracismo político sin saber con certeza qué hizo mal para merecer semejante trato. ¿Cuál fue el error o la traición de Mercante? Creerle a Perón cuando no había que creerle. ¿Cómo distinguir una situación de otra? Yo no lo sé. Y me temo que Mercante tampoco lo sabía. Algo parecido, dicho sea de paso, le ocurrió al conocido falangista y franquista, José Figuerola, que trajinó textos, libros, expedientes y archivos para luego ser retribuido con una ostentosa patada en el trasero por parte del Primer Trabajador.
La Constitución de 1949 concentró el poder en el Ejecutivo y debilitó al Legislativo. Los artículos constitucionales en disputa fueron el 23 y el 77. Pero desde el punto de vista social y económico, fueron importantes los artículos 37, 38, 39, pero sobre todo el 40, el que promueve la nacionalización de los recursos energéticos, artículo que generó polémicas durante años y que fue la bandera de todos los nacionalismos que pulularon por este bendito país. Artículo que por otra parte Perón no tuvo ningún inconveniente en hacerlo un bollo y tirárselo a los perros cuando decidió firmar el Tratado de La California, “esa ancha franja colonial sobre la patria”, como dijera Arturo Frondizi en un recordado discurso.
La Constitución del 49 admitió, en sintonía con la doctrina social de la Iglesia, el carácter social de la propiedad, mientras que al mismo tiempo ejercía un silencio estruendoso respecto del derecho de huelga. ¿Contradictorio? No lo creo. Coherente. Mientras los derechos sociales los “regala” el Primer Trabajador, no hay problemas. Como el propio Jefe lo dijera: “De casa al trabajo y del trabajo a la casa”. Para el populismo, en cualquiera de sus variantes, el problema no son los derechos sociales sino una clase obrera autónoma decidida a conquistar a través de sus prácticas históricas los derechos de los trabajadores sin esperar el regalo del amo.
La Constitución de 1949 -decía- ya no existe. El juramento celebrado en el Palacio de Urquiza en 1994 se hizo en nombre de la Constitución de 1853 y sus reformas de 1860, 1866, y 1957. No sé si los peronistas se dieron cuenta que de hecho estaban derogando la de 1949. Por lo pronto, a Menem y su equipo lo que le interesaba era su propia reelección y, por lo tanto, no estaba dispuesto a complicar su objetivo discutiendo algo que había ocurrido hacía 45 años y que ni siquiera en la peña de Inodoro Pereyra alguien se atrevió a improvisar alguna zamba o algún taquirari que la recuerde.
Las actuaciones de Perón simulando su rechazo a la reforma constitucional y luego expresando su oposición a todo intento de reelección, son de antología. El juego llegó a ser tan sofisticado que los constituyentes peronistas estuvieron a punto de creer exactamente lo contrario de lo que pretendía el General.
Un Perón deprimido, casi al borde de las lágrimas, le confía a Evita que no lo han entendido, que en realidad el desea ser reelecto y que ahora sería víctima de las maniobras y ambiciones de Mercante y su pandilla. El Hada Rubia lo entendió en el acto y sin detenerse en buenos modales le ordenó a la tropa que votaran la reelección.