La claridad de la mañana se acopla a la estancia, pero aun siento la noche latiendo en mis venas. Estoy rara. Con las luces apagadas en mi interior, y una leve inquietud lastimando los relojes de la memoria. Seguramente tuve pesadillas que no me animo a reconstruir. A veces me persiguen monstruos de otros tiempos y me dejan opaca y con cierta tristeza incandescente mutilando los ojos. No me atrevo a mirarme en el espejo. Me arreglo un poco pero presumo que las ojeras se expanden en mi cara y un pesar de arcaicos desamparos se trasluce en la piel.
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Afuera, la tranquilidad se interrumpe y un ventarrón comienza a balancear los enormes árboles del bosque. Se escucha su fragor sacudiendo las hojas con ímpetu despiadado. El paisaje se transforma ante la temeridad de las ráfagas que hieren las ramas más débiles y amenazan los nidos de los pájaros. Salgo a proteger algunas plantas que tengo sobre una repisa en el jardín. La hamaca baila sola y unas nubes lóbregas empañan el brillo cósmico que enmarca la belleza del Cerro Lindo.
Repentinamente escucho un breve crujir y posteriormente un estrépito de verde follaje. Recorro el terreno con cuidado. Un soplo potente me enreda el cabello y acaricia fugaz mi cuello hasta lograr estremecerme. De súbito lo veo. Es un ciprés que estaba cerca de la huerta. Ahora, en el suelo, con su tronco rugoso quebrado, se muestra abatido con las raíces a cielo abierto. Una pena me invade sin embargo su derrota me dejará los leños para alimentar la hoguera del fogón que entibiara mis manos frágiles y pequeñas el próximo invierno.
Distingo que al caer, arrastró otro más joven. Pero afortunadamente permanece arraigado a la tierra y es posible que sobreviva muchos años si lo apuntalo con esmero. Una llovizna sutil comienza a derramarse sobre la arboleda. Los aires arrasadores se calman. El silencio vuelve a serenar el ambiente natural y sólo se percibe el sonido suave de las gotas rozando la superficie mítica del follaje. Mis tornasoladas pupilas se colman de luminosa templanza y el alma encuentra el camino de regreso a su íntima esencia.
Ya en la cocina, voy a preparar una infusión caliente y a diagramar el almuerzo. Minutos después, la olla está humeando sobre la hornalla sus fragancias de tomate, ajo y orégano. Prendo la computadora. Tengo mil sensaciones en la cabeza girando sin parar. Un aliento a poesía se desprende de mis labios. La rigidez lumínica de la pantalla me incita a gestar un vendaval palabras que quizás algún día tendrá cuerpo de papel. Una emoción regurgita en mi garganta y suspiro con resignada placidez.
Los vientos del sur dejan sus huellas. Arrasan, refrescan. Mueven las expectativas, cambian los humores, trastocan planes. Despiertan y despeinan. Y también arriman nuevos sueños… sueños que siempre pueden cumplirse con esfuerzo y corazón.
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