Martes 12.7.2022
/Última actualización 6:48
Andrea Inés Valenzuela y Fernando Nicolás Vallejos, por razones laborales, se fueron a vivir a Ituzaingó, República de Corrientes. Digo República, porque ellos mismos dicen que "es una República aparte". Ituzaingó, típico pueblo correntino, tenía solo dos calles asfaltadas y las restantes cubiertas de suelo arenoso, no existían las Mil viviendas, la Cota 83, ni la Capital de la Energía.
La siesta era religiosa, recién en la media tarde, se podía escuchar el bandoneón de un vecino, desgranando un chamamé de Juancito Güenaga, y ese inconfundible ritmo de estilo "tarragosero". Andrea y Fernando se habían casado por civil y tenían un hijo de siete años llamado Andrés. En la nueva residencia nace su segunda hija, Evangelina, a la que debían bautizar.
Eligieron los padrinos y se dirigieron a la parroquia del pueblo para organizar el cursillo y la fecha del bautismo. Venía todo bien, hasta que se cruzaron con al padre Vittorio Gassman, quién les interrogó si estaban casados por iglesia.
- ¡No padre! respondieron al unísono.
- ¡Bueno entonces, si quieren bautizar a la nena van a tener que completar lo que está faltando!
No estaban muy convencidos, pero el cura no les dio margen para eludir la unión religiosa. Un poco fastidiados regresaron a su domicilio, y le comentaron lo sucedido a un matrimonio vecino; quienes minimizaron el incidente y se ofrecieron para ser padrinos de la ceremonia.
- ¡Es una pavada, un rato nomás!
En el siguiente encuentro en la iglesia, el párroco con gestos elocuentes les indico:
- ¡El sábado el casamiento y el domingo el bautismo de Evangelina!
¿Y la ropa Padre? inquirió la novia.
- ¡No es necesario que vengas vestida de blanco, pero tampoco un mamarracho!
Andrea tenía un conjunto rosa que había utilizado en una fiesta anterior, pero Fernando no tenía traje y tuvo que salir a pedir prestado.
- ¡Hace ocho años que estamos casados y mira los que nos pide! afirmó Fernando.
Llegó el día sábado, a las 19 se realizaba la misa y a continuación el casamiento. La tarde comenzó con una llovizna tenue, que se convirtió en lluvia intensa a partir de las 18.Había que ir sea como sea. Por lo tanto, los novios, los padrinos de los contrayentes, los padrinos de la beba, ella y Andrés, enfrentaron la tormenta, y marcharon a la iglesia, que estaba ubicada frente a la plaza principal del pueblo.
Ante el diluvio que atravesaba el atardecer, los concurrentes pensaron en una ceremonia breve para cumplir con la formalidad; no fue así; las inclemencias climáticas incidieron para que los asiduos concurrentes a la misa de sábado, no viniesen.
Estaban solo el cura, los novios, los padrinos y los dos chicos.
- ¡Como llueve Padre, vinimos igual, seguramente usted hará una breve ceremonia! afirmó Fernando.
Al igual que su homónimo, el actor italiano, el cura con gestos grandilocuentes dijo:
El escenario parecía una escena de las películas del "burlesque" italiano, entre lo absurdo y la ironía. La intensidad de la lluvia se asemejaba a "Cien años de Soledad", donde hacía cuatro años, once meses y dos días que diluviaba.
Quizás enojado con los fieles ausentes, el párroco arrancó la liturgia con un tono enérgico, para que sus palabras se escucharan por sobre el golpeteo de la lluvia en las chapas de zinc, creyendo que había un auditorio de 300 personas, como era habitual; y no siete.
Los novios y los padrinos de pie junto al altar y los otros con la beba en la primera fila de asientos de la iglesia.
El hijo de los contrayentes, intrépido, audaz, inquieto; traducido al idioma de la región "cabezudo", decidió pararse, con las piernas entreabiertas y los brazos cruzados, en el medio del altar, para observar de cerca a quién daba la misa y los asistentes.
Gassman le restó importancia a la posición del chico, aunque finalmente este tuvo mucho que ver con el desarrollo del evento religioso. El cura evidentemente fastidiado, se agarró primero con los novios.
- ¡Vienen a la Iglesia cuando necesitan!
El salón en silencio y el niño con la mirada fija en el disertante.
En los rezos compartidos, los novios, faltadores de misas, hacían solamente muecas, porque no recordaban las letras.
- ¿Me imagino que la letra del padre nuestro recordarán? – agregó el cura.
En el sermón no les fue en zaga, dejó de lado las referencias bíblicas para enrostrarle a los novios la culpa de todos los pecados de los fariseos.
La lluvia intensa continuaba, la novia un poco dispersa, giró su vista a los ventanales de la Iglesia; y escuchó:
- ¡No me digan que están cansados!
Andrés giraba constantemente su mirada hacia ambos lugares, como esperando la conclusión de la ceremonia.
La misa fue extensa como las de semana santa, y restaba la parte del casamiento. No se sabe por qué razón, el novio se emocionó y se le piantó un lagrimón, su hijo advirtió la situación y le clavó la mirada, lo mismo hizo con el cura, responsabilizándolo de algo inesperado. El chico no se movió del lugar donde se ubicó inicialmente, al costado del altar.
Las preguntas de rigor y la frase "hasta que la muerte los separe", fueron cerrando el acto religioso cargado de simbolismos.
Faltó una cámara filmadora, o una de fotografía, para documentar la puesta en escena del casamiento religioso de Valenzuela y Vallejos. Los rostros, las palabras, la posición del hijo junto al altar, los gestos y las emociones.
Cuando terminó la misa también terminó la lluvia; podríamos decir como Federico Luppi en el final de la película "Plata Dulce":
- ¡Siempre que llovió paró! o ¡Fueron felices y comieron perdices!