Los martes, a media mañana, doña Mercedes Lazarte de Belmonte caminaba las nueve cuadras que la distanciaban de su casa, en el barrio sur, hasta la vereda este del insigne Colegio Nacional de Santa Fe.
Los martes, a media mañana, doña Mercedes Lazarte de Belmonte caminaba las nueve cuadras que la distanciaban de su casa, en el barrio sur, hasta la vereda este del insigne Colegio Nacional de Santa Fe.
Una vez ahí, detenía su marcha sosegada por los años, acomodaba primero su cartera negra y luego el bastón de bambú, heredado de su padre, en el tapialito de lajas coloniales y, con toda parsimonia, ataba el ramo de flores blancas salpicadas de helechos serrucho en alguno de los barrotes de la reja.
Primero murmuraba una oración, luego se persignaba lentamente y finalmente tomaba sus cosas y regresaba por donde había llegado.
- ¡Hasta el Martes Alvarito! ¡Hasta el Martes Clarita!
Los martes al mediodía, antes de la salida del alumnado, el director del insigne Colegio Nacional, ordenaba a la maestranza de turno que se llegue hasta la reja del este a descolgar, desde adentro y disimuladamente, el ramo de crisantemos blancos atados con cinta roja, para luego tirarlo al cesto de la basura.
Cierta mañana de otoño de 1927, el director del Colegio Nacional quiso poner fin a la incómoda situación que le estaba trayendo ciertos cuestionamientos (por impiadoso) del personal docente y de algunos de los vecinos del barrio.
Esperó a Doña Mercedes Lazarte en la parte interior del patio este de su insigne Colegio y al llegar la cruzó, sin reparo por su edad, ni menos por su aflicción.
-Señora, usted debe dejar de traer flores a este lugar. Esto es un Colegio, ya no es un cementerio. Se imaginará que los alumnos se inquietan y los educadores tenemos que perder un valioso tiempo de clases dando explicaciones sobre viejas historias…mitos.
-¡Mitos! Usted sabe director, ya se lo comenté varias veces, mis dos hijos menores están sepultados en este lugar. ¿Cómo puede pedirle a una madre que se olvide de honrar a sus hijos?
-Pero Señora mía, todos los cuerpos del Cementerio de los Angelitos, fueron trasladados al Municipal, en el camino a las quintas. Si a mí no me cree, escuche al Gobernador Aldao. Él se encargó de aclararlo por todos lados.
- ¡Excusas de políticos y de directores de escuelas!, yo estoy segura que los cuerpos de mis niños, y muchos otros más, están aquí. Abajo. Yo estoy segura, y la gente de Santa Fe también lo está.
-Bueno señora, hemos sido muy pacientes, usted me obliga a tomar otras medidas, tendré que decirle a la policía que le impida dejar sus flores. Sentenció ofuscado el director.
-¡Infames masones! Murmuró Mercedes Lazarte de Belmonte mientras recogía todas sus pertenencias. Todas menos los crisantemos blancos, enganchados en las rejas.
Y fue así que el martes siguiente, tres policías uniformados impidieron que doña Mercedes cumpla con su liturgia inofensiva, aunque quizás, fuera de época.
Varios meses pasaron desde aquel día, los vecinos, los alumnos, los profesores, la maestranza, el director y hasta el propio comisario del centro norte llegaron a pensar que la presencia de la autoridad había logrado poner fin al ritual de los martes.
Pero se equivocaron. Todos se equivocaron.
El viernes anterior a navidad, Doña Mercedes y un numeroso grupo de vecinos, vestidos de riguroso luto, llegaron a media mañana a la vereda este del Colegio Nacional, cada uno con un ramo de crisantemos blancos.
Ataron con cintas rojas sus ramos a la reja y en altavoz rezaron y se persignaron antes de abandonar el lugar.
Los medios de Santa Fe (pocos, pero influyentes) contribuyeron para que se amplificara la protesta. Muchos vecinos del centro comenzaron a preguntar cuando sería la próxima marcha. Se hablaba ya de una revuelta, de un levantamiento, e incluso, exageradamente, de una revolución.
En las páginas de El Litoral un titular original terminó bautizando definitivamente este suceso: “La rebelión de los crisantemos”.
Se cuenta que el mismísimo Dr. Ricardo Aldao, por entonces gobernador de la provincia, mandó citar a Doña Mercedes Lazarte de Belmonte y a un grupo representativo de ciudadanos santafesinos.
También se cuenta que, a los pocos días, el intendente a cargo, José María Puig, mandó a remover el suelo del patio del Colegio Nacional. Y más aún, se corrió la voz que fueron hallados varios restos humanos que, sin levantar la perdiz (como se dijo en el diario), fueron llevados y sepultados en el nuevo Cementerio Municipal de Santa Fe.
Sin embargo, y de esto sí estoy seguro, por muchos años más, incluso luego de la muerte de Doña Mercedes, los martes a media mañana alguien pasaba y cambiaba el ramo de flores, ya marchitas por el paso de los días, por uno nuevo. Hermosos crisantemos blancos atados con cinta roja en la reja este del Cementerio de los Angelitos devenido en insigne Colegio Nacional.
Sin embargo, y de esto sí estoy seguro, por muchos años más, incluso luego de la muerte de Doña Mercedes, los martes a media mañana alguien pasaba y cambiaba el ramo de flores, ya marchitas por el paso de los días, atada a la reja este del Cementerio de los Angelitos, devenido en el insigne Colegio Nacional.
Hermoso ramo de crisantemos blancos en contraste con la reja que comenzaba a oxidarse.