“El martes 15 de septiembre de 1995, a casi cuatro años de su partida, llegó a nuestra casa una carta desde Guatemala, era del Padre Elpidio, allí nos pedía un último favor…”
“El martes 15 de septiembre de 1995, a casi cuatro años de su partida, llegó a nuestra casa una carta desde Guatemala, era del Padre Elpidio, allí nos pedía un último favor…”
Con alzacuellos, sotana gris y barba crecida, el padre Elpidio Castañeda bajó del avión en el aeropuerto de Sauce Viejo un mediodía nublado de noviembre. Tal como nos lo había solicitado en su carta, Juana y yo lo estábamos esperando.
Luego de un saludo bastante menos efusivo que lo imaginado, nos largó que tenía muy poco tiempo y muchas cosas que hacer en la ciudad de Santa Fe.
Quise ayudarlo con su maleta de cuerina rígida, pero se negó con un gesto entre osco y bondadoso.
Nos insistió en que tomemos un taxi y dejemos nuestro auto en el estacionamiento del aeropuerto hasta la tarde; así lo hicimos.
Una vez a bordo, le pidió al chofer que nos lleve a un domicilio de calle San Juan, en el barrio San Lorenzo, al sur de la ciudad capital.
El viaje fue corto.
Al llegar a la dirección indicada, se apresuró a pagar y los tres descendimos del taxi. Un hombre obeso y mal trazado, que rondaba los setenta años, nos estaba esperando, sentado en un sillón desvencijado de mimbre, en la puerta misma de la casa. Ciertamente era una casa humilde, pero con un amplio y colorido jardín al frente.
Al momento en que identificó al sacerdote, bajando del coche, el hombre se incorporó rápidamente y corrió hacia él. Por un instante, nosotros, un poco más atrás, quedamos estupefactos, pero todo se distendió cuando ambos se fundieron en un abrazo. Un abrazo tan sentido que cualquiera hubiese imaginado que se trataba de parientes cercanos, o amigos entrañables que habían pasado tiempo sin verse las caras.
Pero no, después nos enteramos que, si bien había estado en contacto a la distancia, se conocieron en ese preciso instante.
- Les presento al tío abuelo de José Gaitán. ¿Lo recuerdan? El joven que murió aquí cerquita hace 44 años.
Solo una sonrisa al pasar.
El interés de Adrián Gaitán, el hombre obeso, estaba en el sacerdote, no paraba de escrutarlo.
A los pocos minutos estábamos subiendo en su camioneta, la que nos condujo directo al cementerio Municipal de Santa Fe.
Y allí también nos estaban aguardando.
Tres empleados del cementerio, el tío abuelo del joven fallecido hace tanto tiempo, el padre Elpidio, Juana y yo, caminamos hacia el sepulcro ya conocido, en la pared noroeste de Cementerio Municipal.
Nos detuvimos frente a la pequeña celda con la foto sonriente del muchacho y, mientras uno de los empleados ponía a la firma de los presentes en una planilla prendida a una tablita, los otros dos se abocaron a destapar el nicho.
Martillo y cortafierro, sin sutilezas.
Extrajeron el cajón de madera rústica con huellas de maltrato. Raspaduras.
Luego, sin preámbulos, abrieron la tapa haciendo palanca, como si se tratara de una lata de arvejas, dejando al descubierto el cuerpo entero del joven de la foto.
Juana se dio vuelta para no mirar, y hasta creo que amagó con un desmayo.
El Padre Elpidio sacó del bolsillo interno de su saco la misma cruz que estaba en la foto del joven fallecido (con ojal en la parte superior y dos alas de ángeles a los costados), la colocó en el pecho del cadáver y sonrió.
No se persignó, ni rezó, ni siquiera cerró los ojos en señal de recogimiento. Solo tocó la calavera y sonrió.
Siguiendo al sacerdote, y sin esperar que los empleados vuelvan el féretro a su lugar, nos marchamos.
Nos marchamos para siempre.
En el vuelo de la tarde, el Padre Elpidio se fue de Santa Fe para nunca más regresar.
- Y ya, esto fue todo. Me dijo Don Rafael aquella tarde, sentado en el tapialito del estacionamiento del crematorio.
- ¿Y entonces? Le pregunté.
- Entonces nada, averigüe usted que es el escritor. Concluyó.
Esa misma noche, al regresar del trabajo, busqué información sobre el joven José María Fernando Gaitán, no encontré nada.
Luego sobre el Padre Elpidio Castañeda. Y entonces sí, terminé de comprender todo. Y me refiero a todo.
El padre Elpidio Castañeda es un ex sacerdote católico, nacido en Sevilla el 15 de agosto de 1951. Ejerció su apostolado en distintos países de América Central, África y Asia, dedicado siempre al trabajo en los sectores más oprimidos de la sociedad.
En 1992 conoció al Papa Juan Pablo II en su gira africana, y desde entonces, acompañó al sumo pontífice hasta su muerte en 2005.
Luego del fallecimiento del papa polaco publicó: “Autobiografía de mis últimas 14 vidas”, un trabajo bibliográfico que, según consta en la introducción, ocupó su vida e incluso terminó cambiando diametralmente su fe, hasta el extremo de renunciar a su sacerdocio en 2008.
En el capítulo veinticuatro de su libro describe en detalle su vida pasada como un humilde hombre que vivió a mediados de siglo XX en una ciudad de la República Argentina, falleciendo aun siendo joven en un luctuoso accidente de tránsito en esa ciudad: Santa Fe.
En el transcurso de esa vida fue que comenzó su despertar espiritual, a partir de cierta vinculación con una persona anciana de la comunidad Qom, según cuenta, ella le regaló un singular amuleto egipcio que inexplicablemente era venerado por esta etnia americana.
Su nombre era José María Fernando Gaitán.“…y está sepultado en el Cementerio Municipal de Santa Fe”. Esto último lo agrego yo.
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