Domingo 18.6.2023
/Última actualización 17:01
“Un curioso caso se presentó en el Cementerio Municipal de Santa Fe; parece ser que un perrito cusco, color canela y con la cola mal cortada, pasa todo el tiempo junto a la tumba de la que fuera su dueña, una tal Juliana Di Tulio, que falleció de causas naturales a los 82 años”.
El mismo día de abril en que las aguas de Río Salado ingresaron al casco urbano de la Ciudad de Santa Fe, el farmacéutico de Barranquitas decidió poner fin a una larga agonía, consecuencia de una rara y cáustica enfermedad en su sangre. Sin más, se dejó morir.
A partir de ese momento, Juliana, su viuda, su compañera inseparable de toda la vida, dejó de ser la persona alegre y optimista que todos conocieron para entrar en un cono de sombras que, poco tardó en evidenciarse en su figura, otrora esbelta y siempre desbordante con una energía poco común en una mujer de poco más de sesenta años.
En el barrio todos murmuraban, que pronto, muy pronto, seguiría los pasos de su amado.
Cuentan en Barranquitas y en gran parte de los barrios del oeste que, exactamente al año de la muerte del farmacéutico, un inesperado suceso —para no hablar de milagro— se presentó en la casona de Avenida Freyre, la cual era habitaba en soledad por Juliana.
Resulta ser que, al abrir la puerta principal para recibir al encargado del negocio, quien rigurosamente llevaba cada tarde la recaudación del día, un pequeño perrito color canela y cola mal recortada atravesó decido el zaguán y se instaló, muy orondo, en la alfombra del living principal. Esa que el farmacéutico solía utilizar, acostado, de cara al techo, cuando requería tomar una decisión importante.
Aquí la historia pierde certeza.
Hay quien dice que luego de varios intentos por sacárselo de encima, la viuda culminó por aceptarlo; otros sostienen que la tristeza y la soledad fueron cómplices y lograron que Juliana, que repetía desde siempre, a quien quería oírla, su repulsión por los animales domésticos terminó sorpresivamente encariñada.
Existe cierta clase de conciudadanos, adherentes del misterio, a los que de alguna manera suscribo, que insisten en vincular de una manera arcana o mágica o acaso mística, la llegada de Fármaco a la vida de Juliana; la, hasta ese día, melancólica viuda del farmacéutico de Barranquitas.
Lo cierto es que desde ese entonces Juliana y Fármaco (así llamó al perrito) fueron inseparables. Paseos diarios por las amplias veredas de la avenida hasta la cancha de Unión, ida y vuelta; taxi compartido hasta el centro con esperas complacientes en largas colas de pago de impuestos; guardias reposadas en la puerta del supermercado, y hasta, según cuentan los más cercanos, unas que otras vacaciones compartidas en el mar y en las sierras de Córdoba.
Fármaco nunca necesitó cadenas, ni bozales, ni correas.
Juliana nunca más necesitó antidepresivos, su energía vital volvió a gobernarla y fue la de antes.
Hace algunos días leí en la columna de sucesos del diario El Litoral que un curioso caso se presentó en el Cementerio Municipal de la Ciudad de Santa Fe; parece ser que un perrito cusco, color canela y con la cola mal cortada, pasa todo el tiempo junto a la tumba de la que fuera su dueña. Una tal Juliana Di Tulio, que falleció de causas naturales a los 82 años.
Desde entonces no dejo de preguntarme por la magia.
Acaso habrá sido Doña Juliana quien decidió creer en los milagros y de esa manera salir del camino de la oscuridad.
O tal vez el farmacéutico, que de alguna humanamente incomprensible actitud se apiadó del fervoroso amor de su mujer y decidió, desde otro plano, echarle una mano con cara de cusco color canela.
O se tratará del mismo animal que aun aturdido por el caos que vivió mi ciudad en tiempos de la gran inundación eligió (olfateó) ayudar a quien lo necesitaba.
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*Este cuento integra el libro del autor “La ciudad está viva y rezonga”, publicado por Editorial TODA, de la ciudad de Santa Fe, Argentina, en el año 2009.