Ante su clase, un profesor universitario se lamentaba del bajo rendimiento académico de sus alumnos tras una instancia de examen. Un poco resignado, quizá en su misma impotencia, llegó a decir la siguiente frase: "Los libros no se leen una vez y para siempre". Aunque es claro que buscaba propiciar en sus alumnos un mayor esfuerzo y compromiso de lectura, su afirmación posee otras resonancias.
Más allá de la intención original de esta afirmación, más allá de la invocación de una responsabilidad inherente a la posición de estudiante, lo cierto es que cada vez que releemos un libro algo nuevo se produce. Si acaso tiene sentido volver a recorrer las páginas de un texto, no es para complacer a una autoridad exterior o para pacificar nuestras propias exigencias. Se trata, en cambio, de no privarnos de "eso nuevo" que emerge cada vez y no por casualidad, a veces bajo la forma de un entusiasta: ¡Eureka! Ahora bien, la cuestión es por qué se producen nuevos descubrimientos en cada lectura. Como siempre, hay teorías, argumentos diversos y opiniones contrapuestas. En adelante, nos detendremos solo en dos perspectivas entre tantas otras.
La primera, quizá más extendida en tanto se corresponde con la lógica del sentido común, puede denominarse "perspectiva monolítica" (prefijo mono: uno solo). Aquí se asume que un libro, como cualquier objeto construido en el mundo, simplemente "es lo que es", es decir, su identidad es fija. Por ende, si hay efecto de novedad en la relectura de tal o cual libro, es porque el lector ha logrado desentrañar los secretos previamente ocultos en el texto, inadvertidos una primera o segunda vez.
Se comprenderá que esta posición se sostiene a condición de idealizar a un autor y su obra, suponiendo que cada hallazgo fue intencionalmente incluido y codificado primeramente en la escritura. Incluso, el autor es ubicado en un lugar análogo a los oráculos de la antigüedad grecorromana. A la hora de manifestar la voluntad de los Dioses, los oráculos no hablaban en forma directa, sino a través de señales difusas y enigmáticas que era necesario aprender a interpretar.
Mientras más enredada y difícil sea la prosa del escritor, más se presta su obra a un trabajo de desciframiento propio de la hermenéutica. Aunque no se entienda del todo aquello que está impreso entre las páginas, se insiste porque existe la convicción de que eso quiere decir algo. Tiene sentido recordar aquí un pasaje bíblico que luego se transformó en un refrán de uso común: "El que busca, encuentra" (Mateo, 7:8). No obstante, no es lo mismo encontrar que inventar, diferencia que nos introduce en la segunda perspectiva que intenta explicar el efecto de novedad cuando volvemos a un libro.
La llamaríamos, por simple oposición, "perspectiva múltiple". Aquí el acento no recae sobre el autor del libro y el mensaje supuesto de su escrito, sino sobre el lector y su subjetividad. Así, la identidad del libro se fragmenta, ya no "es lo que es", sino "lo que puede llegar a ser" a partir del encuentro contingente con un lector, en un tiempo y lugar específico.
Cada trayecto de lectura posee necesariamente una "clave de lectura", es decir, un conjunto de ideas, preceptos y opiniones que preexisten en el lector -sin que él mismo lo advierta-, cuya función es orientar la interpretación del texto y su sentido. Como un juego de luces y sombras relativo al conocimiento, cada clave de lectura ilumina pasajes y oscurece otros, destaca ideas y disimula otras.
Por ejemplo, las "Memorias de un enfermo de los nervios" fueron escritas por el magistrado Daniel Paul Schreber a comienzos del siglo XX, mientras permanecía internado en el hospital psiquiátrico de Sonnenstein en su Alemania natal. Allí describe con detalle los cambios en su concepción del mundo y los padecimientos que atravesó tras el desencadenamiento de su psicosis paranoide. Desde sus inicios, la psiquiatría describe la certeza del delirio como un signo clínico propio de las psicosis en los momentos de descompensación. En tal sentido, Emil Kraepelin afirma que "el sistema delirante del paranoico es internamente cerrado, acabado, sólido".
Si leemos las Memorias con dicha clave de lectura, entonces el texto ofrece ejemplos confirmatorios aquí y allá. Sin embargo, al mismo tiempo, existen otros pasajes donde no se corrobora la certeza en el delirio, incluso todo lo contrario. A propósito, Schreber escribe: "Hay muchas cosas que también para mí siguen siendo solo conjetura y probabilidad". Más adelante: "Es obvio que se trata aquí solamente de una hipótesis". Por último: "No iré tan lejos como para afirmar que todo lo que he relatado sea la verdad objetiva".
En uno y otro caso el texto impreso es el mismo, pero cada lector extrae algo diferente según la clave de lectura con la cual acude a su encuentro. Allí radica el sentido múltiple, dado que un mismo lector cambia en el tiempo y también el lugar desde el cual lee. En esta perspectiva la exigencia de objetividad se relativiza, en beneficio de una pluralidad de ideas.
Las claves de lectura producen, justamente, lecturas y no verdades últimas. Por eso siempre es problemático cuando se busca imponer una interpretación como si fuese el sentido original de un libro. En la historia de la humanidad hay muchos ejemplos de rivalidades que comienzan de este modo, culminando en simples querellas en un bar o también en declaraciones de guerra entre naciones.
Lejos de las posiciones maniqueístas, la perspectiva de lectura monolítica y la múltiple poseen sus ventajas y desventajas. Tanto en su potencia como en su límite, sus efectos serán más afortunados según la disciplina donde se apliquen. La relación con el saber es muy distinta en las ciencias duras, en las ciencias humanas, la literatura o la religión. Más allá de la distancia que separa ambas perspectivas, las une un denominador en común. En uno y otro caso a idea de verdad es interpelada.