Por Lisandro Prieto Femenía
Reflexiones desde una perspectiva filosófica
Por Lisandro Prieto Femenía
"Toda la vida de las sociedades en las que dominan las modernas condiciones de producción se presenta como una inmensa acumulación de espectáculos. Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha alejado en una representación"
Guy Debord ("La sociedad del espectáculo", 1967)
Hoy quisiéramos reflexionar en torno al asunto de la imposición de agendas culturales por parte de lo que los teóricos de la Escuela de Frankfurt denominaron en su momento "la industria cultural", refiriéndose a la producción en masa de bienes y servicios culturales que estandarizan y comercializan la cultura, imponiendo lineamientos que moldean la percepción y el comportamiento de nuestras sociedades.
Como marco teórico abreviado, utilizaremos las obras de Max Horkheimer y Theodor Adorno, quienes en su "Dialéctica de la ilustración" (1944) realizan una brillante crítica sobre cómo la cultura se ha convertido en un producto que tiende a la uniformidad del pensamiento y a la reducción permanente de la capacidad crítica de los individuos, así como a las profundas implicancias que tiene en la valoración ética y moral de cada sociedad.
El término "industria cultural" fue acuñado por los autores precitados para referirse a la producción en masa de lo que hoy muchos llaman "cultura popular". Básicamente plantean que esta industria no sólo busca ofrecer entretenimiento a cambio de dinero, sino que también cumple una clara función política e ideológica:
"La industria cultural perpetúa la injusticia social en el mismo momento en que promete erradicarla. Se mofa del objetivo del individuo cuando lo incluye en el todo. Este todo se muestra como un fragmento calculado del sistema. Todo se acomoda a la estética del decorado y nada parece tener sentido sin ella"
(Horkheimer y Adorno, 1944).
La idea de analizar filosóficamente este asunto concreto de las "bajadas de línea" por parte de las agendas culturales se sustentará en este breve artículo mediante el recorrido histórico de hitos apoteósicos que demuestran cuán potente es la industria cultural para determinar ciertos modos de vida (en ciertos países). Un primer ejemplo claro lo podemos ver en la propaganda propiciada por el cine de Hollywood durante la Segunda Guerra Mundial. Bien sabemos que la corporación cinematográfica norteamericana jugó un papel crucial en la creación de propaganda a favor de la inversión bélica estadounidense a través de películas como "Casablanca" (1942), la cual es considerada un clásico ineludible del séptimo arte pero que es sin lugar a duda la promoción ideal de la idea americana de patriotismo y sacrificio.
El común denominador de este tipo de películas es moldear la percepción del enemigo y la glorificada intervención militar. Al respecto, Walter Benjamin nos legó en su ensayo "La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica" (1936) un análisis magistral acerca de cómo el cine puede ser utilizado como una herramienta de preciso control ideológico:
"La reproducción técnica del arte cambia la relación de las masas con el arte. (...) La supremacía de la crítica del arte se desplaza del individuo a las masas"
(Benjamin, 1936).
Simultáneamente, desde el régimen nazi en Alemania, la industria cultural fue utilizada de manera estratégica para imponer su agenda expansionista, racista, antisemita y belicista. No olvidemos que Adolfito tenía un ministerio de propaganda, dirigido por el detestable Joseph Goebbels, quien controlaba todos los medios de comunicación y todas las producciones culturales, incluyendo el cine, la radio y la prensa escrita. A través de películas como "El triunfo de la voluntad" (1935) y "El judío eterno" (1940), se promovieron ideales de supuesta superioridad racial y anti judaísmo, reforzando la ideología nazi y justificando la persecución y el genocidio. Esta instrumentalización de la cultura para fines políticos es un claro ejemplo de cómo los regímenes autoritarios pueden utilizar la industria cultural para moldear la opinión pública y consolidar su poder.
Otro claro ejemplo de imposición cultural masiva fue el efectuado específicamente en la década de 1980 cuando la música pop se convirtió en un vehículo para promover una cultura de consumo desenfrenado al que supuestamente cualquiera podría ingresar. Agentes serviles a este propósito como Madonna y Michael Jackson no solo vendían sus discos como pan caliente, sino que también imponían modas, actitudes y estilos de vida que incentivaban el gasto superfluo, la materialidad al palo y la superficialidad. Al respecto, no podemos eludir la reflexión de Adorno, quien en su ensayo "Sobre la música popular" (1941), criticó agudamente cómo la música popular está diseñada para ser un producto de consumo que refuerza un tipo de vida conformista:
"La música popular es el producto del proceso social que la hace posible; este proceso también determina su función en la sociedad"
(Adorno, 1941).
Es preciso señalar que los rusos no se quedaron atrás, ya que durante la existencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética (URSS) la industria cultural fue empleada como una herramienta crucial para imponer la agenda del Estado y a la vez promover la ideología comunista ortodoxa. De esta manera, bajo el control del partido, todas las formas de arte y medios de comunicación, incluyendo el cine, la literatura y la música, fueron utilizadas para glorificar el socialismo y sus supuestos logros. Mediante películas como "Alexander Nevsky", de Sergei Eisenstein (1938), y obras literarias que seguían el estilo del "realismo socialista", presentaban a héroes proletarios mientras que vilipendiaban a los "enemigos" del comunismo, tanto internos como externos. Este tipo de manipulación de la cultura buscaba crear una imagen utópica del régimen soviético y consolidar el control del Partido sobre toda su población.
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