Estoy en Buda y Pest; estos guías turísticos y su afán por algunas exactitudes y otros olvidos. Recuerdan el origen del agua y el fuego, tal las etimologías -en bancarrota- sobre los dos pueblos, pero una lucha sangrante no les motiva tanto, apenas mencionan esa historia. Y obstinado en la pregunta, con insistencia, repreguntados sobre lo firme, responden muy corto: "Sí, claro que se los recuerda, claro que sí".
Estoy en Hungría y pregunto por 1956, y pocos recuerdan aquel hecho sangriento; la revuelta, el cardenal József Mindszenty (no hay obispo en Hungría, no había) y la obligación de los pueblos es/era recordar. Más claro: ni pelota a Imre Nagy, el que desató el paquete antiestalinista, anticomunista, anti partido único. En Argentina fui a dos marchas, mis primeras dos marchas. Una por los sangrientos sucesos de Hungría, la otra contra Fidel Castro. Un padre peruca y gremialista dejaba las cosas en claro: "Ni yanquis ni marxistas"… Já.
En el prólogo de un libro de Christian Salmón, analista y pensador francés, el prologuista, hablando del valor de la simbología (el libro se llamó "Storytelling") daba un ejemplo inatajable. Desmayado y desorientado alguien se despierta y mira a su alrededor; ve vitrales, una luz de través sobre esos cristales con imágenes, observa una cruz y velas, y claro, no duda: está en una Iglesia. No importa de dónde, los símbolos lo ubican. Miguel Roig refiere sin atajos al valor simbólico en la persistencia de la relación católica.
Digresión: un poster de Roberto "El Negro" Fontanarrosa, con un obispo pintado gordo y de lila decía, con las manos cruzadas sobre el abdomen, en el globito sobre su cabeza: "Y si tu no crees en la publicidad hijo mío... ¿cómo explicas que sigan creyendo en un producto que nadie ha visto en 2.000 años?". Era para ejemplificar el valor del servicio publicitario y su necesidad. Digresión de la digresión. El negro Ielpi, Rafael, ayudó a pagar una edición de 200 ejemplares. Todos robaron la idea, miles de copias falsas.
Digresión de la digresión, de la digresión o, tercera subordinada: estas son las anécdotas geniales y poco usadas que hacen a Roberto Fontanarrosa un tipo fenomenal, en este año 2024 entronizado en Rosario porque en algo hay que creer. Y de eso, de que los pueblos en algo tienen que creer, terminé de entender en Hungría.
El prólogo de Miguel Roig al libro de Salmón surgió -nítido- cuando el guía insultaba a Winston Churchill que, además de acordar con Iósif Stalin (antes de acordar) terminó de destruir el centro histórico, el casco histórico de las grandes ciudades alemanas. También las austríacas y las de Hungría. Además de geografía, en Potsdam, la división de Europa quería pisotear con lo simbólico.
Pero más que más y más, insultaba a la primera dominación, la rusa. Con ese criterio sutil de Stalin (es una "jodita" cruel, perdón, uno con los años se vuelve tan poco sensible) porque con las decisiones del muchacho cruel el destino de Hungría -anexada- era producir, callar y… poco ruido y menos nueces. Levantaron fachadas destruidas, reorganizaron una economía parcializándola, destinada a servir a Moscú, y allí fue donde un pueblo que, se sabe, es mas simbólico y de códigos (el magyar transaba sin documentos), se levantó en 1956. Ya sobre el año 1968 la revuelta fue en Praga aunque para nosotros, habitantes en aquellos lugares tan lejos de París el Mayo Francés era el eje. No tanto, pero es así, fue así. Siempre elegiremos a Jean Paul Sartre y no Alexander Dubcek.
Hungría odia profundamente "lo nazi" y pretende odiar, también, lo alemán, lo americano, lo soviético. Pretenden rescatar, partiendo de un idioma, una historia. Rescatan lo simbólico. El guía nos llevó a edificios, trozos de edificios restaurados o restaurándose para quedar semejantes a 1935, antes de la guerra de Europa, la guerra del Eje, la Segunda Guerra Mundial, según que almanaque y que historiador elija. Aquí nadie elige Hiroshima para hablar de la guerra, aunque rescatan a un científico que trabajó con Robert Openheimer en la bomba de Hidrógeno.
El guía es vienés, conoce Argentina y vive de pasear contingentes por Viena, Budapest y Praga. Todos naufragamos con Hungría. Hasta los guías dicen que es distinta. "La simulación en la lucha por la vida"… es profunda. Florines como moneda, idioma con muchísimas declinaciones pero ninguna muchacha es contratada para trabajar en negocios a la calle si no sabe inglés; si sabe inglés y alemán ya es encargada. Las cuentas las sacan las máquinas. Funciona muy bien Internet. Digresión por fastidio: Personal, o quien la atiende por cuenta y cargo según convenio no le da tanta pelota… al convenio porque no es la más potente por estos pagos con los androides, de la familia Apple/MC nada que decir.
Hungría odia a "lo nazi", también "lo soviético", desprecian Alemania y se ríen de los "yankis" (de "los americanos") pero es muy sencillo el juego. Los húngaros, parte de aquellas tribus que vinieron y se quedaron, hablan ese idioma que se volvía universal con Django Reinhard su guitarra y su violín gitano (Grapelli) con Gabor Szabó. Y comen agridulce, pero beben las mismas mezclas de frutas alcoholizados que todos los celtas y los demás parientes. Nadie en Hungría parece entender el idioma universal, el inglés, hasta que aparece el verdadero idioma universal: card. La tarjeta.
Con la tarjeta en mano la peatonal de Budapest se llena de las marcas mundiales (todas), de Mc Donald, de visitantes; eso, se llena de visitantes que no necesitan el idioma que no viene por Internet por donde, en cambio viene, rápidamente, la conversión de florines a euros/dólares. No parece que pueda volver el comunismo, ni siquiera una liviana izquierda parece cercana. Al menos las cadenas internacionales de hoteles no lo creen. Los barcos para el Danubio, navegado por tres horas por excursión, con almuerzo o cena a 120 euros por cabeza, con danzas gitanas incluidas permiten vivir a un sector que, como todos en Europa, muestran ruinas con entidad, monumentos, historias, pasado y memoria. Todos faltantes por nuestros pagos.
Discusión que sirve como digresión. Así como parece claro el gobierno en Hungría, parecía débil la social democracia para atender los sucesos de Viena, de Austria. Parecía. Fue así. En la crónica sobre lo peligroso del proceso de orden primero, veremos qué hacemos con la libertad después, bastante más allá de sus gobiernos y sus circunstancias, Austria anunciaba lo suyo.
Mínimo cronista de paso la nota sobre Viena, que me reprocha un importante editor por no contener el rotundo triunfo de la derecha austríaca, nota escrita el viernes, elecciones el domingo, sostenía esto que repito: "Aquí el periodismo no agita las sábanas. Primero el orden, después la libertad de respirar, a poco que se respire se come y se anda. Allá lejos el pensamiento liberado. ¿Para qué? ¿Creativo?…Hum… hay cosas que funcionan todavía. La primera es informar en el lenguaje correcto".
Argentina es diferente, obvio; los que le siguen, en Buenos Aires, por ese sendero tan bien indicado, son aprovechados de un nicho, no crearon nada. Vivirían correctamente en Viena. El orden es un nicho (literal y no tanto). Los restos del Imperio dejaron orden y una consigna: los ordenados tienen algunos derechos, con el desorden no hay nadie que se enderece y siga derecho y aumentarán los deberes y las contravenciones, los delitos. En Viena no hay silogismo: por/ con el orden se crece y se marcha hacia una libertad tranquila y programada. ¿Cómo entender a los que hacen del periodismo una sagrada familia? Y quedo firme en un punto: las necrológicas adelantadas de alguien que vive profundamente lo suyo me fastidian demasiado.
Austria fue para donde se suponía, si prefería orden en primera y única instancia. Hungría no quiere ser aquello que tiene en la índole: gitanería, comercio y nada de comunismo, ni racismo ni socialismo aunque no lo se políticamente donde iremos a parar… Y las viudas de turno no resuelven un hecho: Argentina tiene periodismo partidario, que no está mal, pero que no son buenos como propuesta de ideas, ensayistas, iluminadores del pequeño túnel.
¿Por qué somos así? No me lo pregunte, yo también soy periodista, pero entiendo a los húngaros que abominan de los rusos, los yanquis, los alemanes y los reciben a razón de 120 dólares la noche. El turismo conseguirá un idioma de signos y una sola sociedad. En Hungría todo es posible con teléfono, tarjeta y guías portables, decididos por la Inteligencia Artificial. Ya están fabricando planos y métodos de laburo para realizarlos, para restaurar todo como era entonces, la casa, el río… también el féretro para el comunismo. Han decidido matarlo poniendo el mundo tal y como era antes de la hegemonía del "pecé" en medio mundo. Los votan con las dos manos.
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