A raíz del completo informe de Nicolás Loyarte sobre el riacho Santa Fe, publicado hace unos días en El Litoral, revisé lo que señala Manuel Cervera sobre el tema y mis propias notas sobre las dificultades que en el siglo XVIII experimentaban las embarcaciones que intentaban tomar puerto en nuestra ciudad ingresando por ese curso de agua.
Es posible que en la época del traslado desde Cayastá el riacho haya estado taponado, como hoy. Por ese tiempo, y en las siguientes décadas, la ciudad sufría dificultades para obtener agua potable, como bien explica Cervera en su Historia de Santa Fe (1907). Predominaban las aguas salobres, tanto las que llegaban por el Salado, como las que provenían de la laguna, que recibía un importante caudal de los Saladillos.
Cuestiones de salubridad antes que de navegación, movieron a los santafesinos a proyectar una importante obra hidráulica: "traer un brazo del río Paraná" y comunicarlo con el actual río Santa Fe. Las dificultades eran enormes, pero los trabajos se hicieron con palas, azadas y hachas, a lo largo de muchos años y parece que hacia 1695 el proyecto no se había completado, porque en el Cabildo se vuelve sobre el tema.
Estas referencias tomadas por Cervera de las actas capitulares sugieren que el riacho sería un canal artificial, hecho por el hombre. Pero en el informe de Loyarte el geólogo Carlos Ramonell sostiene lo contrario: el riacho sería de muy antigua existencia y de origen natural. En realidad no habría contradicción: los santafesinos encontraron un viejo curso de agua taponado (en condiciones similares a las actuales) y decidieron abrirlo, para de esta forma comunicar la ciudad con el río Paraná y para obtener agua dulce para el consumo de sus habitantes.
Cervera explica que esta apertura trajo sus inconvenientes, ya que durante las crecidas del río las aguas avanzaban sobre la ciudad y mordían sus riveras modificando sus contornos. Pero desde el punto de vista del comercio, los inconvenientes se presentaban durante las bajantes, cuando el acceso a la ciudad se hacía penoso, y hasta imposible, para los barcos paraguayos cargados de yerba, tabaco, azúcar y algodón.
Las quejas paraguayas sobre el riacho y sus bancos de arena
Este obstáculo produjo las quejas del comercio de Asunción, especialmente cuando se obligada a las embarcaciones a llegar a Santa Fe y descargar sus productos tras abonar los impuestos que la Corona había creado para la defensa de la ciudad asediada por abipones y mocovíes. Esta obligatoriedad había sido dispuesta en 1739 por la Audiencia de Charcas y fue ratificada por el rey en 1743, instaurando un privilegio conocido como "puerto preciso".
Los bancos de arena del riacho de acceso a Santa Fe obligaban a los comerciantes a trasbordar sus cargas a botes y canoas, dejando sus naves atracadas en parajes desabrigados y riesgosos, lo que constituía una desventaja para el puerto santafesino en competencia con el de Las Conchas (actual San Fernando), que era el que preferían los paraguayos por su proximidad a Buenos Aires.
La espontanea concurrencia del comercio asunceño a Santa Fe, se mantuvo hasta la década de 1720, cuando comenzó la transferencia al mencionado puerto de Las Conchas, que recibía el tráfico de cabotaje para el consumo o distribución en Buenos Aires. La ciudad del Plata presentaba cada vez mayores atractivos, no solamente para el comercio del Paraguay, sino también para los mercaderes que llegaban desde Chile y Tucumán, mientras nuestra ciudad ofrecía serias desventajas: la alarmante hostilidad de los pueblos originarios que la dejaron aislada y casi despoblada, la escasa circulación de plata y la menor disponibilidad en todos los aspectos: carretas, depósitos, alquileres, provisiones. A lo que se sumaba el dificultoso acceso a la ciudad por el riacho, dada su lejanía del curso principal del Paraná.
El gobernador Zavala había señalado en 1727, al proponer el traslado de la ciudad 25 leguas al sur, que estando allí situada sobre el río, poseería un puerto más cómodo. En 1732, el procurador general de los jesuitas, en oposición a la obligatoriedad de arribar a Santa Fe, destacaba la dificultad para acceder por su riacho, a veces imposible. En casi todos los documentos que se produjeron contra el puerto de Santa Fe se esgrime esta razón. Figura en la representación de Asunción al Consejo de Indias de 1746 y entre las quejas de Buenos Aires al rey de 1749.
Muy ilustrativos son los cuestionarios formulados por los procuradores de Buenos Aires y de Asunción en 1746 y en 1755, respectivamente. En ellos se examinaba a barqueros y traficantes de la carrera del Paraguay con la intención de reunir elementos contra el monopolio santafesino.
Los ocho mercaderes que respondieron primero señalaron que no se podía navegar hasta los muelles de la ciudad en tiempo de bajante, por lo que tenían que atracar sus embarcaciones en la boca del riacho, y desde allí acarrear la hacienda a hombros de peones para vadear el banco de arena. Los treinta y un traficantes que respondieron en 1755 fueron imprecisos a la hora de señalar la antigüedad del banco de arena que hacia impracticable la navegación. Se atribuía su origen al naufragio de un barco en la misma barra del riacho. Agregaban que, cuando la creciente permitía un caudal suficiente para navegarlo, las corrientes contrarias ocasionaban que solo a fuerza de cabos se pudiera entrar, como lo describe Lina Beck Bernard cien años después, quedando siempre el inconveniente de las aguas salobres que producían trastornos digestivos al beberlas.
Primer antecedente del puerto de Colastiné
En la representación del apoderado de Buenos Aires y Asunción, Juan de Cabrera y Urriola, dirigida a la Audiencia de Charcas en 1756, señalaba que, si se eliminaba la obligatoriedad de descargar en Santa Fe para conducir las mercaderías por tierra a Buenos Aires, no habría inconvenientes en detenerse al solo efecto de pagar los impuestos fijados para su defensa, siempre que se habilitase en su jurisdicción un puerto de fácil acceso. Así que la Audiencia, aunque no hizo lugar a lo principal de la demanda, estableció en diciembre que se fijase un sitio más cómodo para la descarga de los géneros. Se inició de esta forma la práctica de descargar en el Colastiné y transportar los productos en carretas hasta Santa Fe.
Estos testimonios, producidos por hombres interesados en desprestigiar al puerto de Santa Fe, podrían considerarse dudosos cuando se refieren a las dificultades de navegación del riacho. En cambio, en 1732 fueron los santafesinos quienes las documentaron en relación con el ingreso de los barcos cargados. Se pretendía obligar a Mateo Velazco a entrar con su embarcación de gran calado por el riacho y este respondió que no había suficiente profundidad. El alcalde y un escribano pasaron a verificarlo, pero una lluvia de verano les impidió hacerlo, y en los antiguos papeles ha quedado consignado el resfrío que al cabildante le produjo la mojadura. Se recurrió entonces a un práctico de los canales del río, Agustín de Urrutia, quien bajo juramento, efectuó un sondeo que terminó por confirmar que el barco cargado no podía penetrar por el riacho.
En 1811, el ingeniero hidráulico español Eustaquio Giannini dibujó el recorrido del riacho, anotó su régimen de crecidas (de octubre a marzo) y de bajantes (de abril a septiembre) y consignó sus profundidades: 18 pies en su entrada en creciente y apenas 2 en bajante. Sin saberlo, estaba justificando las sostenidas quejas paraguayas del siglo anterior.