Por Rogelio Alaniz
Hace casi ciento noventa años las minas de oro y plata del Famatina estuvieron de moda en el mercado financiero de Londres. Diarios como “The Times” y “The Sun” se referían a ellas con jovial familiaridad. Los relatos acerca del oro en las lejanas montañas de La Rioja no tuvieron nada que envidiarle a la leyenda del “Rey Blanco” que los españoles inventaron y consumieron hasta la alucinación.
La mala fe, la ingenuidad, la codicia desenfrenada y la ignorancia se dieron de la mano para instalar el mito de que en La Rioja el oro estaba abandonado en las calles. Según las historias contadas por testigos de insospechable honradez, para apropiarse de lingotes y piedras preciosas ni siquiera había que excavar en la montaña.
Un folleto que en esos días circulaba por la City londinense como pan caliente, narraba historias extraordinarias y fantásticas. Se decía, por ejemplo, que después de las lluvias el oro era arrastrado por el agua hasta los jardines de las casas. Se hablaba de que en la calle el oro se confundía con los cascotes y que el único trabajo para recogerlo era agacharse. Debajo de la hojarasca, a la vera de los caminos, entre los pastizales de los potreros, el oro yacía abandonado a la espera de que alguien fuera a recogerlo.
Los cultos ingleses consumían esas bagatelas con excitación y codicia. Los que tenían algunos ahorros se dedicaban a comprar acciones en las compañías que prometían ir al Nuevo Mundo a traer “el oro y el moro”. La fantasía duró unos meses, no más de un año. Después las cosas volvieron a su lugar. Lo obvio se impuso. Ingenieros británicos que viajaron hasta La Rioja regresaron con la noticia de que el oro no estaba desparramado por las calles y que si en las montañas del Famatina había algo parecido a eso había que montar una explotación que requería inversiones altísimas sin ninguna garantía de obtener algún beneficio en lo inmediato. Concretamente, los ingenieros ingleses aconsejaban no invertir. Según ellos, el oro era dudoso, pero mucho más dudosa era la mano de obra criolla y la honestidad de los financistas y caudillos políticos de la región.
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