Palabras de ocasión balbuceadas en el Concejo Deliberante de nuestra ciudad, con motivo de la entrega del diploma de "Ciudadano ilustre"
Palabras de ocasión balbuceadas en el Concejo Deliberante de nuestra ciudad, con motivo de la entrega del diploma de "Ciudadano ilustre"
I
Por lo pronto quiero agradecer este reconocimiento al Concejo Deliberante. No estoy del todo seguro si lo merezco, porque sospecho que nadie en la vida está seguro de ser merecedor de algo. Woody Allen rechazó el Oscar y Sartre el Nobel, pero como yo no soy ni Allen ni Sartre, he decidido aceptarlo. Espero saber honrarlo o no correr un destino parecido al de un calificado vocalista criollo conocido con el apodo sugestivo de Elegante.
II
Sabrán ustedes disculpar el toque sentimental de dedicar este pergamino a mi madre, a mis hijos Ignacio y Natalia, a mis nietos Franco, Guillermina y Donata. Y, por supuesto, a mi padre y a mi hermana Sonia. Repaso estas recientes palabras y me desconozco. Quién hubiera dicho que a los setenta y pico de años, justamente yo, estuviera ponderando las virtudes de la familia. Sospecho que en algún rincón, en la penumbra de alguna puerta, está presente el jovencito que fui cuando tenía 18 años, su pelo negro, sus ojos marrones; soberbio, como lo suelen ser los jóvenes que suponen haber descubierto la verdad absoluta en dos o tres libros. No me enojo con ese jovencito burlón e insolente, porque en el fondo guardo para él un afecto íntimo por más que hoy sé que está profundamente equivocado y que su soberbia y su sonrisa burlona son tan evanescentes como la ceniza del cigarrillo que tiene en la mano.
III
"Ciudadano ilustre". Me gusta la palabra "ciudadano", por el valor cívico que posee, como me fascina la palabra "ilustre", porque alude al universo de la Ilustración que me enseñó a amar la libertad. También me agrada la palabra "Ciudad". Alguna vez Borges escribió: "La ciudad es como un plano de mis humillaciones y fracasos". Y seguramente sabía de lo que hablaba. ¿Quién en esta vida no conoció las humillaciones y fracasos? Yo las he conocido, pero cuando pienso en Santa Fe, las imágenes que me dominan son de felicidad, porque si en algún lugar fui feliz, ese lugar fue Santa Fe. No sé si amo a la Argentina en general, pero sé que amo a esta ciudad. Mi niñez y adolescencia transcurrieron en Sunchales, pero aquí en Santa Fe me hice hombre. A esta ciudad le di dos hijos y tres nietos; en esta ciudad me enamoré más de una vez y me consta que algunas mujeres cometieron el error de enamorarse de mí. A esta ciudad la caminé de noche, de tarde y de madrugada. A la luz vacilante y difusa del sol la he sorprendido desde la ventana de mi vieja casa de estudiantes, desde los ventanales empañados de alcohol y tabaco de un bar y, más de una vez, desde la ventanilla roñosa de una celda. En esta ciudad hice amigos. Y también enemigos. Me enorgullezco de tener enemigos importantes y distinguidos y enemigos de cuarta. Así es la vida. También me enorgullezco de todos mis amigos, de los santos y los pecadores, de los virtuosos y los atorrantes; de los presentables y los impresentables.
IV
A la hora de los afectos, mi primera mención a Hugo Marcucci, quien cometió, vaya uno a saberlo, el acierto o el error de proponerme para "Ciudadano ilustre". Con Hugo nos conocemos desde hace casi cuarenta años, y si bien nunca sabré con certeza si es descendiente de piamonteses o lombardos, o si los piamoneteses de Sastre juegan mejor a las bochas que los piamonteses de Sunchales, me consta que es uno de los políticos que honra esta profesión que, como decía Weber de ella, es muy difícil salvar el alma. A Mario Barletta, cordial y chinchudo, ejecutivo y valiente. Le gusta la cumbia, lo que no habla bien de su oído musical, pero lee a Borges. A Gustavo Víttori, director de El Litoral, que me soportó como periodista durante treinta años, y yo lo soporté de director la misma cantidad de años. A Julio Schneider, que en 1986 arriesgó su reputación llevándome a la radio. A mis colegas presentes: Rómulo Crespo, Mario Cáffaro, Guillermo Tepper, Tony Sansó de la Madrid, Pimpi Argüelles, Carlos Delicia, Darío Gómez. A José Corral, mi alumno en 1986 e intendente de esta ciudad durante dos mandatos. A Pancho Druetta, Oscar Meyer y Jaime Torrens, por las mesas de vino compartidas hablando de los relatos de Joyce, las películas de Welles y las novelas de Faulkner. Al flaco Isaac Rubinzal, por las horas compartidas en la vida y muy en particular en los pasillos y en el bar de nuestra facultad. A Changui Cáceres, que me recibió en el hall de la facultad y fue el primer dirigente estudiantil que me habló de política. A Carlos Caballero Martín, por aquellas primeras intrigas políticas cuando intentamos juntar a Lisandro de la Torre con Carlos Marx, a Luciano Molinas con Florindo Moretti y a Horacio Thedy con Rodolfo Ghioldi. A Luis Carello, rosarino incorregible; lúcido y sensible; culto y distinguido.
V
Aunque digan que deliro o que estoy rematadamente loco, aseguro que en esta ciudad yo tomé un café con Julio Cortázar en un bar cercano a la terminal de ómnibus; caminé con Philip Marlowe por las orillas del Parque Sur; discutí con Hemingway en un bodegón del mercado que luego lo derrotó la Plaza del Soldado; que una madrugada, en la Costanera, discutí con el joven Marx acerca del humanismo de sus cuadernos filosóficos; que una noche de garúa lo ayudé a Borges a cruzar avenida General López; que en un hotel casi en ruinas, hice el amor con Oriana Fallaci simplemente para darme el gusto de ponerla celosa a Simone de Beauvoir; que en una asamblea de estudiantes del aula Alberdi yo lo vi a Sartre tomar apuntes para teorizar luego acerca de las virtudes de la imaginación al poder. Todo esto y mucho más me pasó en Santa Fe porque, como dice Cavafis, "la ciudad irá contigo por donde quieras que vayas". Y yo, se los juro, siempre encontré un santafesino en las ciudades más remotas del mundo. A miles de kilómetros de distancia aprendí amar a esta ciudad, ese amor que nace de lo que se extraña y de lo que no se quiere perder. En Madrid, en Roma, en Londres, en París, siempre me encontré con un santafesino con quien compartir la nostalgia por nuestra lejana ciudad. Aún recuerdo ese crepúsculo de niebla y frío en Tel Aviv, cuando le digo a mi amigo: "Decime si no es igualita a Avenida Freyre". Y él me responde: "Avenida Freyre vivida en la penumbra de un sueño". A esta ciudad le conozco todos sus bares y todos sus pecados. También sus virtudes. En esta ciudad me ocurrieron las cosas más extrañas y maravillosas. Oliverio Girondo, a quien Borges nunca le perdonó que Nora Lange lo amara, escribió: "Al llegar a una esquina mi sombra se separa de mí y de pronto se arroja entre las ruedas de un tranvía". Algo parecido me ocurrió a mí, y juro que no estaba borracho.
VI
En Santa Fe descubrí la política, sus excesos, sus mañasm pero también sus virtudes. Conocí hombres y mujeres lúcidos y valientes. Hablo de Aldo Tessio, de Pichón Nogueras, de Ricardo Molinas, de Jorge Obeid, de Amelia Martínez Trucco, de Angelita Romera Vera, de Marta Samatán. Santa Fe alguna vez supo merecer la distinción de "Ciudad Cordial", es decir, ciudad solidaria entre sus vecinos y con sus forasteros; la ciudad con una aguerrida clase media que se va deshilachando. Santa Fe hoy es por lo tanto el propósito de recuperar aquello que se perdió. No hay homenajes, nostalgias y saudades que puedan soslayar los datos dolorosos y brutales de 200.000 pobres y más de 30.000 indigentes. Ésa asignatura pone en juego la sensibilidad y no podemos resignarnos a ser aplazados. No sé si Alfonsín se equivocó cuando dijo que con la democracia se come, se educa y se cura, pero sí estoy absolutamente convencido de que no hay destino democrático en una sociedad donde la educación, la salud y la comida no estén garantizados para todos.
VII
"Ciudadano ilustre" o "Personaje ilustre". No es exactamente lo mismo, pero se parecen. Por lo menos para mí son términos que me resultan familiares. Lo que importa en todo caso es la ciudad y la relación que uno imagina con ella. Irse o quedarse, fue un dilema juvenil que siempre rondó como tentación. Después, como dijera un poeta, lo importante en todos los casos es resistir sabiendo de antemano que hagamos lo que hagamos, siempre habrá penas y olvidos, pero también sobrevivirá entre tantos escombros, entre tantas ausencias, una certera y anhelante esperanza de felicidad.
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