Paola y Matías, la semana pasada. Foto: Archivo
Esta historia no tiene un ápice de ficción. Es crudamente real, es fáctica, es concreta, es física.
Paola y Matías, la semana pasada. Foto: Archivo
Estanislao Giménez Corte
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I
Ella tiene una enfermedad pero no está enferma. Ella atravesó toda una tempestad y todo el después: la noticia, los medicamentos, los tratamientos, las operaciones; la discriminación, la caída abrupta de sus defensas y su recuperación, las injusticias judiciales, la bronca, el desamparo; el porqué-porqué-porqué, las operaciones, las internaciones, la soledad. Y de nuevo a empezar. Y otra vez. Y otra vez. Ella atravesó y fue atravesada por todo, pero hoy mismo sonríe en la mañana calurosa en que toma la mano de él y respira hondo -el sol parte los ojos de los transeúntes-. Ve a sus amigos, a sus hermanos, a sus padres -el calor pareciera molestar a todos menos a ellos- y recibe algo así como una brisa suspendida de la vida, después de todo.
II
Él infla las redes en diversas divisionales. Corre por los pastizales de las canchas de las provincias, y va mejor o peor según las fechas-los técnicos-los equipos. Entrena y viaja y viaja y entrena el goleador. Y sigue, tratando de abrirse paso entre las telarañas del mundo del fútbol, a través de lesiones-viajes-programaciones-contratos. Para los cientos de miles de jugadores que no están en las formaciones de la Play Station y que no forman parte de ninguna maquinaria publicitaria, dedicarse al deporte como modo de vida profesional no es tarea sencilla. Pero igual él va, pura simpatía, puro carisma, pura garra. Va y va y sale ahora mismo de la mano de su esposa y entonces todo parece encajar-tener sentido. El sol pega fuerte en la cara pero el goleador lo recibe como a una bendición.
III
Ellos se vieron, se encontraron, se acompañaron, se ayudaron. Se amaron mucho en las noches hermosas y mucho más en las horas terribles. Ella aprendió a convivir con la enfermedad, a “no tenerle miedo, a respetarla”; perdió y consiguió trabajo, a pura insistencia, a pura garra, a puro coraje, a pura fuerza. Ellos tienen amigos que los ven ahora mismo con una mezcla de admiración y emoción en la Iglesia, en el Registro Civil, en la fiesta por la noche. Ellos bailan ahora un vals improvisado -el calor desesperante mezcla la transpiración y las emociones- y parece que sí, que una suerte de justicia universal envolviera sus movimientos.
Esta historia no tiene un ápice de ficción. Es crudamente real, es fáctica, es concreta, es física. Es una historia bella en medio de lo que pudo ser una tragedia. Es de ahora. Es de personas que están acá nomás, al alcance de las manos, a las que vemos doblar la esquina o entrar a un negocio. Ella se llama Paola Zeballos. Él se llama Matías Valenzuela. Se casaron la semana pasada. Soy un agradecido testigo de ese hermoso acto de amor, de coraje; de ese verdadero grito por la vida, de una fuerza monumental que no se manifiesta en aparatosos actos de arrojo sino en una presencia constante, en una “ardiente paciencia”, en gestos y en actos de una enorme y calmada valentía. Sepan, amigos, que hacen todos los días algo extraordinario.