Viernes 26.4.2024
/Última actualización 22:41
Tengo que romper esta historia. Quebrarla en mil pedazos para que nadie pueda reconstruirla, contarla, recordarla. Preciso exterminar las palabras que ordenadas en una secuencia lógica y a la vez, caprichosa, van delimitando una circunstancia específica: ese instante exacto en el que comencé a amarte. Es necesario suprimir los detalles. Ir despoblando ciertos aspectos para que se tornen irrelevantes los parámetros temporales y esencialmente sea barroco decir que ocurrió un lunes, viernes o domingo, de tal día, de cual mes, de aquel año.
Es menester obviar el contexto, ir borrando los indicios sociales de la época y también los de la propia biografía, matar las excusas que nos llevaron a ese encuentro, anular de la memoria los factores climáticos, y que carezca de interés si era otoño o primavera, si había nubes, o la lluvia nos empapaba la sonrisa o el sol encendía la pasión de los pájaros volando jubilosos y la de nuestros corazones gastados. Que no importe si fue en plena calle, o en un cuarto de hotel donde las bocas se llenaron de dudas y de besos, donde los cuerpos se ataron al deseo y las almas a un resabio de ternura.
Ojalá el rencor, el desprecio, la apatía gangrene cada letra que intente dar testimonio de los latidos desesperados y de la emoción insurgente del contacto piel a piel. Entre nosotros la verdad fue abstracta, ambigua y la trasgresión de ciertas normas, nos volvió malditos al mismo tiempo que nos salvaba de la monotonía, el aburrimiento, quizás de la muerte. Juntos, dejamos de ser anónimos, invisibles, insignificantes. Juntos trascendimos. Por eso el vacío debe ser total, para justificar que aunque siempre saboreamos lo imposible tuvimos un poco de esperanza.
Esa es la manera de llegar al olvido. Asesinar de una vez cualquier evocación, cualquier vestigio de ese amor que nos fue negado, prohibido; mancillar los gestos que endulzaron las nostalgias, desampararlas de las caricias, de las ansias de abrazar hasta que el mundo se acabe, de la necesidad incontrolable de mirar a los ojos una vez más. La impotencia me roba el oxigeno. Tengo que romper esta historia, aunque al hacerlo también desaparezca lo más hermoso que nos pasó en la vida. Solo me resta averiguar cómo lo consigo.