Salta es "La Linda"; Córdoba, "La Docta"; y Santa Fe es "La Cordial". ¿Se acuerdan? Ganamos el apodo por el modo en el que recibimos a Manuel Belgrano cuando se dirigía a su expedición al Paraguay y cuando cobijamos a los constituyentes de 1853.
Salta es "La Linda"; Córdoba, "La Docta"; y Santa Fe es "La Cordial". ¿Se acuerdan? Ganamos el apodo por el modo en el que recibimos a Manuel Belgrano cuando se dirigía a su expedición al Paraguay y cuando cobijamos a los constituyentes de 1853.
La cordialidad se refiere a una actitud de amabilidad, afecto y respeto sincero hacia los demás. Engloba un comportamiento gentil, considerado y amigable. Se trata de mostrar buena voluntad e interés genuino por el bienestar de los demás. Se manifiesta en las interacciones sociales a través de gestos, palabras y acciones que reflejan calidez y un espíritu de cooperación.
La cordialidad está muy ligada a la inteligencia interpersonal que, según Howard Gardner, permite a los individuos gestionar con éxito sus relaciones con los demás. Es decir, implica entender rápidamente sus intenciones, conectar con sus deseos, elaborar distinciones y cualquier otro tipo de aproximaciones al contacto social con otras personas.
La cordialidad pone en juego varios engranajes de nuestra inteligencia emocional. Primero, la empatía: la habilidad para comprender y compartir los sentimientos de los demás. La capacidad de ser cordial refleja una comprensión empática de las situaciones sociales y de las emociones ajenas.
Segundo, las habilidades sociales: las competencias relacionadas con la interacción efectiva y positiva con los demás, como la comunicación asertiva, la resolución de conflictos, la cooperación y la capacidad para influir en los demás de manera constructiva.
Tercero, la autoconciencia y la autorregulación: ser consciente de las propias emociones y saber regularlas permite a una persona responder a situaciones sociales de manera más considerada y amable, en lugar de reaccionar de forma impulsiva o desmesurada.
Cuarto, el desarrollo de relaciones positivas: las interacciones corteses y respetuosas son fundamentales para el desarrollo de la confianza y el respeto mutuo, pilares de cualquier relación saludable y positiva.
Quinto, liderazgo emocional: los líderes que demuestran cordialidad pueden crear un ambiente de trabajo más positivo y motivador; también, fomentar la colaboración, el compromiso y el bienestar de sus equipos. La cordialidad en el liderazgo ayuda a establecer relaciones sólidas, basadas en el respeto y la confianza.
Todo podría resumirse en una "Regla de Oro", la que afirma: "Tratá a tu vecino como te gustaría que te traten". Y, sintéticamente, se expresa en tres palabras mágicas: ¡Por favor! ¡Perdón! ¡Gracias!
La escasez de cordialidad se observa en muchos ámbitos de nuestra ciudad. Un ejemplo emblemático es la costanera donde gran parte de nuestra población se reúne para caminar, matear, tomar sol, charlar con amigos, noviar, darnos un chapuzón, navegar, pescar, jugar, estudiar, comprar, bicicletear o hacer gimnasia.
Allí, la falta de cordialidad se ve en los ciudadanos que: estacionan en lugares prohibidos; hacen "picadas" en medio del gentío; tiran los restos del mate o de los tragos en cualquier parte; orinan donde quieren; ponen la música al palo; no juntan la caca de sus mascotas; pescan sobre el Puente Colgante o arrojan su carnada para que se pudra al sol en el medio del paseo peatonal.
Aquí tiene un rol fundamental la gestión de la Intendencia. Pero esto no alcanza si no está la colaboración de cada uno de nosotros. Por ejemplo, todos los fines de semana se acumulan toneladas de botellas a lo largo y ancho de 7 Jefes. Desde temprano, vemos a los empleados de limpieza abocados a su recolección pero no dan abasto. En tal caso: ¿Por qué no aumenta la municipalidad la cantidad de cestos de grandes dimensiones en puntos clave que permitan la separación de residuos? ¿Por qué no realiza campañas de concientización sobre el cuidado de este espacio emblemático?
En lo que respecta a los ciudadanos, mínimamente: ¿Por qué no llevamos desde casa una bolsa y cuando terminamos de tomar, fumar o comer recogemos los desechos que generamos? ¿Por qué no los acercamos hasta un basurero o, si estamos en auto, traemos la bolsa a casa y la sacamos cuando pasa el camión de la basura por nuestro barrio?
Repito esto: es clave el contexto y clave nuestra actitud. Mirando más allá de la costanera, no promueven la cordialidad las calles llenas de baches y corralitos ancestrales. No colabora con la cordialidad vivir en un barrio con baja presión de agua, con suministro eléctrico deficiente; en una zona que se inunda los días de lluvia, que no está asfaltada, que no tiene cloacas, que es una boca de lobos por la noche o no cuenta con servicio de transporte público digno para ir al trabajo, la escuela o el hospital. ¿Cómo no indignarse si parece que hay una Santa Fe al sur de boulevard y otra, muy distinta, al norte o, peor aún, al oeste de esa arteria? ¡Obvio que esa "planificación" de la ciudad no es cordial! ¡Hasta el Cementerio Municipal (la ciudad de los muertos) es poco "cordial" para el descanso eterno de los santafesinos!
Y sin embargo, más allá de esta inevitable indignación, es aquí donde con mayor fuerza tienen que aflorar nuestro compromiso, nuestra colaboración, nuestra creatividad y nuestro inconformismo. En lugar de maldecir la oscuridad, el desafío pasa por encender una luz. Pongámonos de acuerdo: ¡Esto puede "andar" mal pero empeorará si nos resignamos con los brazos cruzados! ¡El equipo del doctor Juan Pablo Poletti tiene que asumir su parte, pero no podrá con todo si nosotros no aportamos nuestro granito de arena cotidiano!
Ser cordiales es parte de nuestra identidad santafesina. Por supuesto, esto no es algo estático: se ejercita, se desarrolla, se expande y se "contagia". En "El cerebro argentino" (de Facundo Manes y Mateo Niro), leemos: "Los seres humanos somos animales sociales: por lo tanto, nuestra manera de pensar, decidir y actuar están fuertemente condicionadas por los otros. Nuestras preferencias, expectativas y patrones de conducta se construyen dentro del conjunto de las interacciones sociales de las que somos parte. La forma en la que vemos el mundo y lo pensamos parte de la comprensión que tiene nuestra comunidad sobre él".
Cuando compartimos esa mirada particular de nuestra comunidad (modelo mental) se fortalece la cohesión y la cooperación dentro del grupo, y eso facilita el entendimiento al momento de resolver problemas colectivos. ¡Ojo! Si decimos que esta ciudad es una mierda: ¡una cagada será! Ahora bien, si decimos -con la conciencia de que todavía hay mucho por hacer- que somos cordiales y damos el ejemplo: ¡La cordialidad florecerá! ¡Asumamos ese desafío de pregonar y ejercitar la cordialidad!
En tal dirección, me parece potente pensar a la ciudad como una extensión de nuestros hogares. Reflexionar: "No voy a tirar una botella rota a la Setúbal porque mañana puede mojarse los pies mi amigo ahí y se cortará. Voy a juntar la caca de mi mascota porque no quiero que la pise mi abuela cuando pasee por acá. No voy a pasar el semáforo en rojo porque podría chocar a mi ahijado rumbo a la escuela. No voy a tirar las colillas en el césped de esta plaza porque acá jugará mi hijo. Voy a sacar las ramas y yuyos que corté en bolsas y cuando pase el recolector porque no quiero- por ejemplo- que todo esto se desparrame y se tapen los desagües de la calle y se inunde mi cuadra".
Como decía al principio, nos ganamos el apodo de "cordiales" por cómo hospedamos a Belgrano y a los constituyentes en el siglo XIX. Fuimos buenos "huéspedes": curiosamente, esta palabra designa tanto al que aloja como al que está alojado.
En "Ética para Amador", Fernando Savater expresa: "Este doble uso -un poco desconcertante- encierra, en el fondo, una verdad muy profunda sobre la condición humana; porque todos somos a la vez el forastero recibido en casa ajena y el anfitrión que le aloja y debe preocuparse por su bienestar. Desde que nacemos- y no olvidemos que nacer es llegar a un país extranjero- dependemos de la hospitalidad que otros quieran darnos, sin la cual no podríamos vivir".
Sostiene Savater: "El buen huésped -en ambos sentidos de la palabra- procura no sólo ser fraterno con sus semejantes sino también respetar y cuidar al máximo la casa en la que se hospeda o en la que hospeda a otros". Esta casa puede entenderse como el planeta, el país, nuestra ciudad o nuestro barrio. Hoy nos hospedan, mañana nos tocará hospedar. A fin de cuentas, todos los humanos somos "inmigrantes" en esta tierra.
En conclusión: no dejemos de ser cordiales. Hagamos de nuestra ciudad un motivo de orgullo. Que sea hermosa porque los que la habitamos la embellecemos. Que "La Cordial" sea más que un viejo apodo lleno de telas de arañas o una fuente que adorna la entrada este de nuestra localidad.