Santa Fe es una ciudad con historia; mucha, a decir verdad, si se tiene en cuenta que la organización estatal del país en la que está implantada tiene apenas 168 años. En cambio, la capital de nuestra provincia está a dos años de cumplir el número redondo de 450 años de existencia.
De ese largo tránsito, quedan numerosos registros físicos y documentales. En el Parque Arqueológico Santa Fe la Vieja, se conservan las ruinas de una parte significativa de la ciudad fundada por Juan de Garay el 15 de noviembre de 1573. Y en el sitio actual, Santa Fe de la Vera Cruz, continuadora de la anterior, se alza como un triunfo de la voluntad contra las adversidades; también, como una segunda fase prevista por Garay en el acta de fundación, concretada por decisión del Cabildo en el decenio que va de 1650 a 1660, hace poco más de 360 años.
El acta capitular del 12 de abril de 1651, que testimonia la decisión de la transmuta urbana a una rinconada de la estancia de Juan de Lencinas, junto a la laguna de los Quiloazas (ahora, Setúbal o Guadalupe), se conserva en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe, lo mismo que algunos deteriorados folios del acta fundacional de 1573, o el primer registro de marcas de ganado del Río de la Plata (siglo XVI). El repositorio completo ofrece una enorme cantidad de información sobre la ciudad y la lenta configuración de la provincia a través de los días, los años, las décadas y los siglos. Visto desde nuestra actual perspectiva, es casi un milagro. Tanto, que cuando en 2005 nos visitó Martín Almagro Gorbea, integrante de la Real Academia de la Historia de España, reconocido arqueólogo europeo, profesor universitario, exdirector de importantes museos y autor de más de 500 libros y artículos sobre historia y arqueología, nos hizo ver con luz nueva un hecho prodigioso velado por la habitualidad. Luego de recorrer las ruinas de Santa Fe la Vieja y de visitar los archivos General de Santa Fe y del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, en una entrevista con El Litoral, realizada por Emerio Agretti, hizo una apreciación que ensanchó de orgullo el pecho de los santafesinos.
Dijo el catedrático de la Complutense de Madrid: "Los romanos hicieron más de 1.200 colonias. Sin embargo, de ninguna conocemos la fecha, el lugar exacto y el nombre de los colonizadores… Si venimos a América, puede ser que de algunas colonias sepamos el nombre de los fundadores y la fecha de la fundación, pero lo que no sabemos es cómo eran las casas, porque no se ha podido excavar, ya que la ciudad moderna a la que dio lugar está encima. En ese sentido, Santa Fe es un caso único de estudio de lo que es una fundación colonial." Agregó que los hallazgos de la arqueología "se confirman con una documentación tan rica como la que hay en Santa Fe, es algo realmente extraordinario, incluso en el mundo colonial americano, y es único a nivel mundial." En consecuencia, dijo que ese carácter excepcional ofrecía un fundamento serio a la gestión orientada a lograr que se la incluyera en la lista del patrimonio universal de la Unesco.
Aquella visita no sólo brindó argumentos para una legítima aspiración; también dejó una lección respecto del valor de la conservación, y un homenaje implícito a quienes a través del tiempo se han preocupado por preservar sitios arqueológicos, edificios, bienes y documentos históricos en una ciudad construida con materiales perecederos (principalmente barro, madera y paja), distante de sus cabeceras jurisdiccionales (Lima y Asunción del Paraguay), de escasa población, con serias dificultades para los intercambios terrestres por la cantidad de cursos de agua que la rodeaban, y relacionada de manera dificultosa e inestable con las tribus comarcanas. Por eso, una vez fue mudada de lugar; y varias veces, incluso después del traslado, estuvo cerca del abandono liso y llano, como había ocurrido con tantas otras ciudades embrionarias en la vasta geografía de lo que, andando los años, sería la República Argentina.
Pero Santa Fe persistió, y aquí estamos. Por eso defendemos un patrimonio urbano que es también provincial y nacional. Por eso nos preocupamos por la pervivencia del complejo edilicio de Santo Domingo; y por la misma razón celebramos la recuperación integral de la casa en la que el gobernador Estanislao López viviera y muriera (1818 – 1838), construida en 1812 por su suegro, el protomédico Manuel Rodríguez y Sarmiento, en un terreno ubicado en los fondos de los desaparecidos iglesia y convento de los mercedarios, con ingreso por la esquina sureste de Buenos Aires y 9 de Julio.
Lo celebramos, porque en ese ámbito -alterno del despacho del gobierno provincial en el viejo Cabildo- se pensó la construcción del país en clave federal; y se avanzó hacia ese objetivo con hechos tan importantes como el Pacto del 4 de enero de 1831, firmado en nuestra ciudad por representantes de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, a las que pronto se unió Corrientes, y luego Córdoba y las demás provincias, nucleadas, no sin dificultades en la Comisión Representativa de los Gobiernos de las Provincias Litorales de la República Argentina, con sede en la antigua ciudad de Garay.
En los hechos, las cláusulas de aquel tratado funcionaron como un estatuto protoconstitucional que rigió hasta la organización del país naciente mediante la sanción del texto constitucional por el Congreso General Constituyente realizado en Santa Fe en 1853. En aquellos días, la casa, sin López, muerto quince años antes, fue el lugar de recepción de un importante número de constituyentes que, en compañía del general Justo J. de Urquiza, arribaron en barco a la ciudad para constituir la Argentina moderna. Se trata, por lo tanto, de una casa que, más allá de su recuperada materialidad, irradia al país el espíritu de una república abierta al mundo que, medio siglo después, se integraba al listín de los diez países más pujantes del mundo.
En lo que refiere al siglo XVIII, Santa Fe mantiene en su patrimonio residencial urbano partes sustantivas de dos casas familiares que, además de ser las más antiguas del país, documentan la primera gran expansión poblacional, comercial y artesano-industrial de la ciudad que había sobrevivido a duras penas desde su fundación. Una es la que, en 1742, adquirió el próspero hombre de negocios Bartolomé Diez de Andino, cuya dinámica mercantil creció al compás de los resultados del privilegio del puerto preciso otorgado por la Real Audiencia de Charcas en 1739. La casa, que había crecido en habitaciones y patios a través del tiempo, se había iniciado con una tira de habitaciones levantada en 1662 (tiempo del traslado) por Francisco de Oliver Altamirano. Hoy, con algunas mutilaciones físicas es la sede del Museo Histórico Provincial "Brigadier General Estanislao López".
La otra, denominada "de los Aldao", tiene inscripto el año 1711 como fecha cierta de terminación en el dintel de la planta alta que da al balcón "sobrado" de madera labrada (al modo peruano). Pero tan relevante como esta infrecuente expresión de la arquitectura en nuestro medio, es el hecho de que en el siglo XVIII fuera habitada por Juan José de Lacoizqueta, el funcionario capitular que logró en Charcas la preferencia portuaria que produjo en Santa Fe su primer y excepcional ciclo de crecimiento. Ahora alberga a la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe.
En suma, casas que hablan de historia y buscan oídos receptivos que aprecien el valor de su conservación para convertirlas en eficiente capital cultural.
Una vez fue mudada de lugar; y varias veces, incluso después del traslado, estuvo cerca del abandono liso y llano, como había ocurrido con tantas otras ciudades embrionarias en la vasta geografía de lo que, andando los años, sería la República Argentina.