Aunque una de las primeras convicciones que desarrollamos los santafesinos después de la revolución fue la de sostener el sistema republicano y federal, no deberíamos olvidar que a lo largo de cuatro siglos y medio la ciudad de Santa Fe fue más tiempo parte de la corona española que centro urbano de una república independiente. Desde su fundación hasta la revolución de 1810 pasaron 237 años, mientras que desde entonces hasta hoy corrieron solo 213.
La inmensidad del Imperio Español
Cuando Juan de Garay declaró fundada a Santa Fe en nombre de "su majestad el rey", gobernaba Felipe II desde la abdicación de su padre (1556), el emperador Carlos I, iniciador de la dinastía de los Austrias que reinaría hasta 1700. Desde una localización periférica, formábamos parte de un inmenso imperio que abarcaba, además de toda la extensión de América con Brasil incluido, a Castilla, Aragón, Cataluña, Navarra, Valencia, el Rosellón, el Franco Condado, los Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, Portugal y sus posesiones afroasiáticas, más las lejanas Filipinas.
Casi medio mundo gobernado desde Madrid por reyes que no siempre estuvieron a la altura de sus obligaciones, como fue el caso de los llamados "Austrias Menores" del siglo XVII (Felipe III, Felipe IV y Carlos II), que vieron desgranarse las partes de la inmensa heredad que les venía del siglo anterior, mientras la propia España vivía su decadencia económica y política, aunque su riquísima vida cultural alumbraba el denominado "Siglo de Oro".
Vivir en una monarquía
La distancia con respecto al poder central no hacía menos evidente que Santa Fe vivía inmersa en un sistema monárquico y que era una parte de ese inmenso imperio. La imagen del rey aparecía en cada moneda y del otro lado el escudo castellano. En la liturgia de la misa se rogaba por el monarca y su familia y por el triunfo de sus ejércitos, y en todas las ceremonias estaba presente el Real Estandarte custodiado por el Alférez Real, que era el encargado de pasearlo con toda solemnidad. Todos los papeles oficiales debían llevar los sellos reales que se emitían anualmente con diversos valores y en las órdenes que llegaban de España (reales cédulas y provisiones o reales pragmáticas) solían enumerarse prolijamente las posesiones sobre las que el mismo rey era soberano "por derecho divino" en los puntos más distantes del mundo.
Pero la pertenencia a tan dilatada entidad, a la que por entonces se englobaba con la palabra "monarquía", colocaba a todas sus partes bajo los efectos de una diplomacia bastante errática que pronto quedó bajo la influencia de terceras potencias, a veces vinculadas por lazos dinásticos como Portugal o Francia durante los Borbones. Conflictos generados en Europa repercutían en toda la bastedad del Imperio y la guerra llegaba indefectiblemente. Finalizada la comunidad de coronas con Portugal en 1640 comenzó el secular conflicto de fronteras con Brasil y los santafesinos tuvieron que participar de las campañas contra la Colonia del Sacramento, fundada por los lusitanos sobre el Río de la Plata en 1680.
Estos conflictos adquirían dimensiones mundiales, Así la guerra de sucesión española (1700-1713), que marcó el tránsito dinástico de los Austrias a los Borbones -gobernaron desde Felipe V a Fernando VII, pasando por los reinados de Fernando VI, Carlos III y Carlos IV-, impactó en el Río de la Plata con la devolución de la Colonia a Portugal, y en la misma España con la pérdida de Gibraltar y Menorca a manos de los ingleses.
Estos cambios acarreaban consecuencias concretas para Santa Fe. El regreso de los portugueses a La Colonia en 1715 abrió las puertas del contrabando, que si bien fue aprovechado por los santafesinos cuyas vaquerías llegaban a zonas muy cercanas, también motivó a los paraguayos a eludir el puerto de Santa Fe y seguir a Buenos Aires donde el tráfico ilegal era más activo. Cuando en 1750 se firmó el Tratado de Permuta entre España y Portugal, por el cual se cambiaba la Colonia por los Siete Pueblos de las Misiones, Santa Fe perdió el apoyo que la Audiencia de Charcas le había dado en la causa del puerto preciso, temerosa que el cierre del comercio de Paraguay con Buenos Aires alentara el comercio ilegal en la nueva frontera.
Tuvo que ver con el comercio y los impuestos que en Santa Fe se produjera la primera obra teatral del Río de la Plata, como lo fueron las Loas dedicadas a Felipe V por Antonio Fuentes del Arco en 1717, en agradecimiento por la suspensión de la sisa que se cobraba para la construcción del fuerte de Buenos Aires. Pero los impuestos y las contribuciones se sumaban, como los arbitrios para la defensa de Santa Fe de 1726 o para Montevideo de 1728, o para la construcción del Palacio de Oriente en 1740, o para enfrentar la ocupación francesa en 1808. Era el precio de formar parte de un imperio que demandaba más de lo que ofrecía.
Las ocho monedas de Fernando VII
La legitimidad de la monarquía, con toda su carga simbólica ancestral, era unánime por entonces. El sistema, además de considerarse legítimo era legitimante, y las personas se constituían a sí mismos como sujetos dentro de él, en tanto buenos vasallos que oraban por su rey en misa, celebraban los nacimientos y cumpleaños reales, asumían el luto de cada fallecimiento y actuaban como artesanos, comerciantes, peones, marineros, soldados y hacendados, entre tantas formas de ocupar un lugar en el reino, aun cuando no todos llegaran a ascender a los cargos capitulares y otras prebendas que los convertían en "padres de la república", a falta de títulos de nobleza.
El último rey que ejerció su autoridad sobre Santa Fe de manera efectiva fue Carlos IV, ya que su hijo Fernando VII, si bien recibió la corona de su padre el 19 de marzo de 1808, dos meses después era capturado por los franceses en Bayona. En Santa Fe se le juró lealtad el 29 de septiembre con grandes festejos y lucimiento del Real Estandarte, pero en la sesión del Cabildo del 17 de octubre, junto a la descripción de estos festejos, ya se informa sobre la captura del rey y de la constitución de la Junta Central de Sevilla. Cuando Fernando regrese al trono en 1814, Santa Fe ya estará embarcada en el proceso revolucionario y próxima a declarar su autonomía.
En la sesión del 25 de noviembre de 1808, los cabildantes se repartieron ocho monedas que enviaba el virrey Liniers, acuñadas con motivo de la jura de Fernando VII. Eran las últimas reliquias del decadente poder de la monarquía en Santa Fe. Al iniciarse el siglo XIX, frente a una Europa convulsionada, Francisco Antonio Candioti recomendaba en 1809 a los cabildantes prudencia para "procurar por todos los medios la paz y tranquilidad de los pueblos" para la "sustentación de los derechos de sus legítimos soberanos", en medio de la incertidumbre política del momento, mientras el Teniente de Gobernador Gastañaduy producía un alegato a favor de la monarquía absoluta al denunciar ciertas inquietudes que advertía en la ciudad donde circulaban panfletos con "máximas infernales" que cuestionaban el origen divino del poder real, y denunciaba inquietudes en la población que no pudieron comprobarse.
Los acontecimientos se sucedieron en forma precipitada y en 1810 estalló la revolución. Todavía faltaban algunos años para que el "amado Fernando VII" dejara de ser nominalmente honrado y sus antiguos súbditos asumieran que nunca volverían a reverenciar a un rey, a pesar de los intentos porteños por coronar a un príncipe europeo que se sucedieron en la siguiente década.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y el Centro de Estudios Hispanoamericanos.