Por María Teresa Rearte
Por María Teresa Rearte
Vivimos rodeados por la cultura de la intrascendencia, en la que las generaciones actuales experimentan el vacío interior que las lleva a buscar en experiencias no cristianas como el budismo y otras análogas, una respuesta a sus inquietudes. Y aún al recurso al alcohol, la droga, el placer, que conducen al olvido de sí. A lo que podemos añadir el divertimiento, con los medios que la ciencia y la técnica ponen al alcance del hombre, para escapar de la intranquilidad y la preocupación por cuestiones que atañen a sí mismo y al sentido de la vida.
Con este contexto socio-cultural, que constituye de algún modo la situación espiritual de nuestro tiempo, el Acontecimiento cristiano irrumpe en la historia y llega a nosotros. Nos motiva para celebrar en la fe la memoria de los santos.
La liturgia católica celebra el 15 de octubre la memoria de Santa Teresa de Jesús, Virgen y Doctora de la Iglesia, proclamada como tal por el Papa San Pablo VI el 27 de septiembre de 1970. Se convierte así en la primera mujer que alcanza ese reconocimiento doctoral.
En ella el santoral católico reconoce a una mujer excepcional y santa, Doctora universal, que a través de los siglos sigue enseñándonos no sólo con la experiencia mística de una monja carmelita del siglo XVI. Sino también con el patrimonio espiritual y teológico de una mujer que ha acompañado y alumbrado la vida espiritual de numerosas generaciones de cristianos.
Quiero adorar la Sabiduría de Dios, que nos mostró su esplendor en esta hija suya tan amada. Con lo que me propongo dejar en claro, como dijera el Papa San Juan Pablo II, que Teresa de Jesús "es arroyo que lleva a la fuente, es resplandor que conduce a la luz. Su luz es Cristo, el ¨Maestro de la Sabiduría¨, el ¨Libro vivo¨, en el que aprendió las verdades" (*) que ella destella.
Lo que deja la santa no es un mensaje especulativo o conceptual. Tampoco normas éticas que sin duda las tuvo. Sino el mensaje de su experiencia mística, que se ve reflejado en las moradas de su "Castillo interior". También en su "Autobiografía", con las luces y sombras de su camino interior. Como cuando escribe: "Yo buscaba cuando podía considerar con una vista muy atenta a Jesucristo nuestro bien y nuestro Maestro como presente en el fondo de mi alma. Cada misterio de su vida que meditaba, me lo representaba así en ese santuario interior". En la madurez espiritual deberíamos tener la libertad interior, no obstante los atractivos mundanos que mucho pueden tentar, para encontrar a Dios dentro nuestro. Y caminar siempre con Él. Porque no se trata sólo de renunciar al mal. Sino de renunciar aún al bien, por un bien más grande, que es conocer a Dios y en lo íntimo de nosotros mismos guardar la amistad con Él.
El desposorio místico espiritual de Teresa de Ávila adquirió especial relieve en una época en la que, con coraje y decisión, afrontó los acontecimientos históricos y religiosos del siglo XVI, marcados entre otros aspectos por la Reforma protestante.
En el "Castillo interior" volcó su experiencia espiritual. En la Séptima Morada de ese Castillo refiere que llegada a esa etapa de su camino no desea como antes morir para ver a Dios. Ahora prefiere vivir muchos años para trabajar por Él. También reconoce que ya no hay sequedad, "el alma se encuentra en quietud, pues se encuentra junto al mismo Señor." No obstante comprende que no falta la cruz. Pero sin pérdida de la paz interior.
Su camino no estuvo exento de dificultades y aún sospechas por la virtud de una mujer. Y por sus obras. Pero no se amilanó. Por el contrario, vivió intensamente su vida en el tiempo y mundo en los que vivió, sabiéndose profundamente hija fiel de la Iglesia. Su testimonio alienta a recorrer nuestro camino no obstante parecidas sospechas e intrigas que podamos encontrar sembradas en nuestro peregrinar terreno.
En las catequesis dedicadas a los Padres de la Iglesia y a los grandes teólogos y de mujeres del Medioevo, también a santos y santas que fueron declarados Doctores de la Iglesia por su doctrina eminente, el hoy Papa emérito Benedicto XVI las inicia con una santa que a su juicio representa "una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos: Santa Teresa de Jesús". (Audiencia del 2 de febrero de 2011)
"En nuestra sociedad, dice el Papa emérito Benedicto XVI, a menudo carente de valores espirituales, Santa Teresa de Jesús nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción, enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con Él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día". Conviene reflexionar sobre la enseñanza que esta cita nos transmite, para alcanzar la amistad con Dios que Santa Teresa de Jesús alcanzó. Y encontrar la paz interior de la que está tan necesitado el hombre contemporáneo.
Santa Teresa de Jesús, la gran santa española, nació en Ávila en 1515. En paralelo con el proceso de maduración de su vida interior, realizó la reforma de la Orden Carmelita. Fundó en 1562 en Ávila el primer Carmelo reformado. Y sucesivamente prosiguió con la fundación de nuevos Carmelos, diecisiete en total.
Su vida terrena acabó en 1582 después de constituir el Carmelo de Burgos, cuando iba de regreso a Ávila el 15 de octubre en Alba de Tormes. Murió repitiendo estas dos frases: "Al final muero como hija de la Iglesia". Y "Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos".
Fue beatificada en 1614 por el Papa Pablo V. Y canonizada por el Papa Gregorio XV en 1622.
(*) San Juan Pablo II: Homilía de la Misa en la Solemnidad de Todos los Santos, el 1 de noviembre de 1982, en el IV Centenario de la Muerte de Santa Teresa de Jesús.