Por Prof. Daniel Silber
Por Prof. Daniel Silber
En nuestra entrega de hoy retomaremos el tema del racismo y el antisemitismo imperante en nuestro país y en la provincia de Santa Fe durante las primeras décadas del siglo pasado, en particular en el terreno de las letras, la educación y la política. En tal sentido es interesante recuperar un hecho ocurrido en el Colegio Nacional Simón de Iriondo, uno de los más prestigiados de la ciudad, al que asistía lo más granado de la sociedad local que no lo hacía en las varias escuelas religiosas (La Inmaculada Concepción, La Salle Jobson), que tenían gran presencia. Siendo una escuela exclusivamente masculina, la gran mayoría de sus alumnos serían luego funcionarios de los gobiernos en sus diversos niveles, pero muchos en puestos jerárquicos.
Los programas de estudio brindados se orientaban a la formación de cuadros para la función pública, instrumento para alcanzar cierta estabilización política interna, asegurar la integración –en un país al que arribaban anualmente miles de inmigrantes- y garantizar la gobernabilidad. Habiendo sido parte de la disputa entre quienes defendían una educación tradicionalista en manos de la Iglesia Católica, la creación del Colegio Nacional, en un tardío 1906, representó la presencia del Estado nacional en ese ramo con una perspectiva modernista, laica y defendida por los sectores más avanzados de la sociedad santafesina, un tanto pacata y atada a la alianza entre los gobiernos provinciales y la curia desde el golpe de Estado dado al reformista Nicasio Oroño.
Uno de los casos paradigmáticos a tener en cuenta es el de Gustavo Martínez Zuviría, mucho más conocido como Hugo Wast. En la vida pública ejerció como ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación de los golpistas de 1943. Su gestión y programa de gobierno consistía "en cristianizar el país, fomentar la natalidad más que la inmigración, asegurar trabajo y techo decorosos a cada familia y extirpar el reformismo, limpiar de comunistas la Universidad y terminar con las doctrinas de odio y ateísmo".
Para lograrlo, y por su iniciativa, en diciembre de 1943, Martínez Zuviría extendió por decreto N° 18411 la enseñanza religiosa a todas las escuelas públicas nacionales, primarias y secundarias, renegando de la tradición laica de la Ley N° 1420 de Educación Común (norma de 1884). Consecuentemente, cesanteó a numerosos profesores -la mayoría judíos, izquierdistas, democráticos y liberales-, a la vez que designó como interventor de la Universidad Nacional del Litoral a Jordán Bruno Genta, una auténtica encarnación de la síntesis entre clericalismo y militarismo, tan en boga por aquellos días, recuperando y reconfigurando la tradición hispanista católica.
Simpatizante del fascismo italiano, Martínez Zuviría consideraba la democracia como una antesala del comunismo y que la verdadera soberanía era la divina, no la popular. Al mismo tiempo, acusaba a los judíos de asesinar a Jesús; veía en Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón a dos desgracias nacionales; creía que comunismo y liberalismo eran flagelos de la humanidad, y que la sociedad ideal era la medieval: con reyes absolutos, papas infalibles, aristócratas piadosos gobernantes de vasallos y siervos mansos, resignados y sobre todo respetuosos de las jerarquías establecidas por definición, como naturales.
Su interpretación de la historia era de largo plazo. Él, como otros intelectuales católicos y nacionalistas, entendía que el peligro de la disolución social y de la revolución había empezado ya con la Reforma Protestante. Y en el caso de la Argentina, decía que la ley 1420 de enseñanza común -a principios de la década de 1880- y la reforma universitaria de 1918 fueron los momentos claves de ese claro proceso destructivo. En su efímera, pero nefasta, gestión universitaria, Martínez Zuviría cesanteó a numerosos científicos y académicos, entre ellos a alguien de la talla de Aldo Mieli por judío y homosexual, y probablemente a José Babini por ser un demócrata antifascista y tener como esposa a Rosa Diner, una mujer judía.
Al respecto es interesante destacar que historiadores del establishment local, como José Rafael López Rosas ("Rafincho"), al mencionar a este personaje tan oscuro y nefasto, no escriben ni siquiera una línea sobre la ideología racista y antisemita que Martínez Zuviría trasmite en sus obras. En su panegírico, lo erigen en un panteón inmaculado, como si sus escritos hubiesen sido inocentes palabras amorosas, cuando en realidad eran afiladas lanzas provocativas e insultantes. Algo verdaderamente vergonzoso. (López Rosas, "De la discordia y la melancolía", crónica santafesina).
Durante su administración se expulsó a centenas de docentes judíos que fueron ejecutadas por José Olmedo, interventor del Consejo Nacional de Educación y reconocido militante nacionalista católico. Articuló el decreto del presidente Pedro Ramírez para que en todas las escuelas del país se implemente la educación religiosa. Ello significaba no solamente introducir un curso de catolicismo en la currícula, sino reorientar a todo el sistema educativo para que explícitamente asumiese la tarea de evangelizar y catequizar a los estudiantes argentinos.
Se pretendía así recomponer a la "cultura nacional", rompiendo sesenta años de laicismo en las aulas, "impuestos por la masonería y sus aliados". Por ese motivo nombró a Jordán Bruno Genta al frente de la Escuela Superior de Magisterio. Su política represiva de persecución ideológica fue particularmente brutal: unos cuatrocientos docentes fueron cesanteados bajo la pueril excusa de "indisciplina y mal ejemplo, ideologías extremistas e inmoralidad comprobada", como Celina de Kofman (Madre de Plaza de Mayo) y su padre, maestros del interior entrerriano, o Rosa Ziperovich, dirigente comunista y gremialista de Santa Fe.
Una verdadera cohorte integrista, partidaria del franquismo, llegó a importantes cargos educativos bajo la gestión de Olmedo, muchos de ellos ex alumnos de él en la extinta Universidad Católica de Buenos Aires durante la década de 1910. Algunos de esos interventores fueron Héctor Llambías (Facultad de Filosofía y Letras de Mendoza, secretario de Cultura, Moralidad y Policía Municipal de la Capital Federal en 1943 y subsecretario de Instrucción Pública de la Nación en 1944), Tomás Casares (Universidad de Buenos Aires; antes había sido decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata durante el golpe de 1930 y ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, designado por el golpista Edelmiro Farrell, entre 1944-1955) o Atilio Dell' Oro Maini (Facultad de Derecho de esa Universidad), el mismo que fuera designado como ministro de Instrucción Pública y Fomento de Santa Fe tras el golpe de 1930 y ministro de Educación de la nación luego del golpe de 1955.
Todos ellos eran integrantes de grupos y publicaciones católico-hispanistas, nacionalistas, profundamente anti obreros, anticomunistas, antiliberales (respecto del funcionamiento de las instituciones) y antisemitas. Estaba bastante claro que detrás de los interventores tomistas, marchaban las camisas negras de las squadri ondeando svásticas y cantando las estrofas de "Cara al Sol".
No obstante todo lo anterior, Martínez Zuviría, como Hugo Wast, adquirió fama como literato y no como político. Sus posturas políticas se explicitaron en "El Kahal", "Oro", "Juana Tabor" y "666", cuatro obras que forman un verdadero compendio antisemita. El soporte de sus textos es el estereotipo supuesto del judío, describiéndolo "avaro, miserable, vulgar, sediento de poder (a través del control de las finanzas) y de odio". Sintéticamente, se trata de un largo relato de la lucha interna entre dos familias judías por el poder secreto: el Kahal; están los que creen que el oro es la herramienta para dominar al mundo y los que creen que hay que abandonar ese criterio.
Entre intrigas de amor, imposibilidad de matrimonios mixtos, conversiones interesadas, banqueros astutos y excitados, de un gobierno mundial secreto y sinárquico (el poder de capitalistas, masones, liberales, judíos) se desarrolla una absurda historia que hace temblar los mercados mundiales desde un barrio de una lejana Buenos Aires, reproduciendo "Los Protocolos de Sion", de los que dice, en un pie de página, que "serán falsos… pero se cumplen maravillosamente".