Por Idangel Betancourt
El reconocido y galardonado poeta argentino, nacido en Salta el 16 de junio de 1942, publicó "Tal vez llegue caminando", posiblemente su libro más salteño y a la vez el más sylvesteriano.
Por Idangel Betancourt
Imagine lo contrario: muchos soles/ y una sola mariposa", esta volteada en seco a la imagen en que se nos presenta la naturaleza, la encontramos en el primer texto de "Tal vez llegue caminando", último libro del poeta salteño Santiago Sylvester. Quien conoce la obra de Sylvester, sabe que cuando se abre uno de sus libros no encontraremos una mera sucesión de poemas reunidos, sino el desarrollo de una mirada detenida en cosas que hasta ese momento es posible que no le hayamos dado mayor importancia por cotidianas, salvo cuando la vemos a través del ojo y la ironía con que este poeta se para frente al lenguaje.
"La naturaleza sabe lo que hace,/ nosotros también", cierra este primer poema (letanía del orden natural), que puede entenderse como un arte poética: lo que viene después serán derivaciones de este poema, donde encontramos las razones poéticas de "Tal vez llegue caminando": el cuerpo del sujeto como síntesis entre naturaleza y cultura. Un cuerpo biológico atravesado por una conversación que viene desde la caverna o desde las calles del mundo, desde la habitación familiar o una ciencia que no puede despojarse de lo predicativo. Usted o yo buscando insistentemente un lugar en el mundo, ese es el sujeto lírico de Sylvester, que viene a abrir no un paréntesis, sino una contigüidad de paréntesis, para hacernos ver que, al derecho y al revés, todo pasa por el cuerpo. Eso sí, un cuerpo que tiene una función capaz de condensar los malentendidos, las limitaciones y potencialidades: producir palabras vivas. Así encontramos en (letanía del sitio propio):
"Que haya otros idiomas aunque no sepamos de qué hablan./ Que aceptemos lo que no nos pertenece, como la respiración de otro o lo que esconde la palabra etcétera./ Que el yo no se tome demasiado en serio; que los otros, tampoco./ Que las creencias sean por matices más que por certezas:/ que una emoción/ sin llantos;/ una charla, sin euforia;/ una religión sin mucha fe./ Que los argumentos, cuando cambien, tengan agilidad, no cinismo. Que el sitio ajeno se sume al propio/ y que conozcamos el secreto de no perder ninguno".
Sí, es un salteño parado en la Argentina: un americano parado en Occidente, para quien el sentido crítico no conlleva pérdida, sino la posibilidad de habitar el entrelugar, donde lo propio es el intercambio. "Para noticia está el tiempo, y en eso el tiempo es infalible:/ sabe que lo viejo será nuevo/ o no valdrá la pena", es lo que deja la deriva de (una canción antigua) -página 41- que da cuenta de que la poesía de Sylvester es "un caso particular" de dialéctica poética. Muchas veces el poema o un verso pueden abrir con una propuesta que inmediatamente es cuestionada ante la posibilidad de que las cosas o el sentido de una palabra no sean más que una deriva.
Pero, lejos de las conclusiones, una palabra que podría darle alergia a Sylvester, la síntesis es siempre la epifanía de un proceso que deriva en otro: "una puerta se abre y no es lo que esperaba/; una palabra dice lo que no quiero decir,/ otra da una respuesta que yo no daría./ También estoy hecho de conclusiones que no son las mías", dice en (alguien que me discute) -página 27- para luego concluir esa discusión consigo mismo: "Yo solo puedo darle la solución del epigrama:/ Bebe conmigo, y aprende del silencio sus secretos".
A través de su obra, Sylvester ha desarrollado un sólido tejido poético entre forma y pensamiento, y esto lo coloca entre las voces más destacadas de la poesía contemporánea en castellano. Como anoté cuando se presentó "La Palabra", para mi gusto uno de sus mejores libros junto a "Reloj Biológico", hay tres aspectos formales que me parecen fundacionales, al menos en la plenitud del tratamiento en la poesía de Santiago Sylvester.
Primero: el equilibrio en un hilo muy fino entre verso y prosa. Sylvester se acerca en este sentido a aquel deseo de Fernando Pessoa en su "Libro del desasosiego": una prosa capaz de ser más poética que el verso. Segundo: los títulos entre paréntesis, conciencia de que todo texto es solo un paréntesis en un texto mayor, un hipervínculo entre sistemas culturales, y por eso también el sujeto-cuerpo como paréntesis entre naturaleza y cultura (*). Tercero: la utilización abundante de los dos puntos y seguido: el poeta dice que es una forma de agilizar el texto y la lectura; pero también está relacionado necesariamente con los dos primeros aspectos; una dinámica de devenir y deriva, un sentido que se va abriendo hacia otro, como una frase a la que acude en ciertas conversaciones Sylvester: "eso ya venía viniendo".
Hay algo allí de lógica deleuziana de que "el árbol verdea", en tanto lo indivisible del sentido como acontecimiento, y viceversa. Todo este sistema aparece a flor de piel en "Tal vez llegue caminando", posiblemente el poemario más salteño de Sylvester, desde la copla anónima que lo antecede, al uso rítmico de estribillos. Su particular ritmo conversacional alcanza en este libro una oralidad franca que resalta esa música castellana tan viva en la prosodia salteña, y nos llega con una voz fresca, despojada, pero consciente, como el título de su anterior libro, de que no tiene que rendir examen "el que vuelve a ver". Incluso con el permitido sentimental como en (despedida de los patios), un entrelugar constante en su obra.
Santiago Sylvester vuelve una vez más con sus razones poéticas a cuesta: ante el imaginario de una región que debía cantar, pensó; ante el exilio, no recordó, siguió caminando; y cuando le tocó volver miró para aceptar que su lugar es seguir volviendo. Para este estar en viaje era necesario cargar con lo justo y necesario, a veces hacerse pasar por polizonte, para que nada se desbordara, no vaya ser que a alguien se le ocurriera decir en voz alta que Santiago no está en ninguno de sus libros o de sus viajes, sino que sigue en ese patio de la infancia bajo la lluvia. Si hay algo nuevo en este libro, más allá de la contundencia poética a la que nos tiene acostumbrado, es esa entrega de sentires, en el camino de alguien que ha hecho de la poesía la celebración del pensamiento. Esa es la medida del texto dedicado a su amigo poeta Javier Adúriz, fallecido en 2011.
Mi vida es estar en muchos sitios:
No hablo de transmigración ni de misterio: asuntos a trasmano;
Hablo de hechos, y estos son algunos.
Estoy sentado bajo un ceibo escribiendo estas líneas.
Estoy leyendo en un café de Madrid,
Estoy en un tren en marcha, no recuerdo hacia dónde, pero siento la cercanía del mar.
Estoy, con un prismático, viendo cóndores: flamean con la obstinación del cazador.
Estoy en un patio; siempre estoy en un patio,
Estoy en la Porte de Clignancourt, y un anticuario me explica que todo coleccionista es
coleccionista de sí mismo.
Estoy en el velorio de un amigo.
Estoy viendo llover en una siesta en Salta.
Una llamada me lleva a otro lugar: no sé a dónde voy
ni de dónde vuelvo: también ese sitio contesta en plural.
(*) Debido a esta característica en el estilo de Santiago Sylvester, los nombres de los cinco poemas referidos por el autor de esta nota están entre paréntesis y en minúscula.
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