Por Matías Dalla Fontana
“Sentimos, experimentamos, que somos eternos”. Spinoza Trazar el semblante de Sara Faisal a seis décadas de la creación de la institución que lleva su nombre, puede aportar a una apreciación de su tarea y proyectarla más allá de las coyunturas. Hija de inmigrantes sirios acogidos en nuestro suelo -dato no menor cuando arrecian conflictos de fronteras en una globalización expulsiva- su biografía testimonió la superación de esquemas atávicos sin abandonar tradiciones. Nacida el 28 de junio de 1917 en Lincoln, provincia de Buenos Aires, se recibió en nuestra ciudad en 1935 de Maestra Normal Nacional, egresada del Instituto Adscripto San José de Hermanas Adoratrices y completó el Bachillerato en el Liceo Nacional de Señoritas, hoy Victoriano Montes. Se graduó con el título de Abogada y logró doctorarse en Ciencias Jurídicas y Sociales. Como conductora y parte orgánica de un cuerpo social que demandaba acciones no individualistas creó escuelas, donde se pensó la infancia en sus condiciones de constitución real e hilvanó el mundo del trabajo con la realidad de la mujer sin miradas reduccionistas. El pensamiento humanista que profesaba se encarnó en una vida de obras, ahí su densidad. La visión de una educación para el hombre como ser en el mundo y no autocentrado, tendido hacia el bien común a través de la justicia social, es su axiología. Existiendo la capacidad de hallar una causa de unidad superior por sobre los conflictos parciales, es posible que una de las más cruciales tareas de esta época sea religar la acción del pensamiento con las realidades de vida de los pueblos, su fe, formación y cultura. Saldar esta cuenta lleva ínsita la posibilidad de rescatar al hombre por sobre las pequeñas tesis y tendencias. En nuestro caso, reconciliar al hombre en su ser de argentino. Nada menos. Que no transcurrirá la empresa por el camino de la especialización o la ideologización academicista huera, lo demuestra el estado actual de las inequidades mundiales y las crisis internas de las ciencias modernistas. En paralelo con una fenomenal tendencia a la concentración de riquezas, ha sumido a una masa sin derechos a niveles prácticamente bestiales, no sólo de pauperización. La masificación tecnológica, la carrera materialista ante la obsolescencia de los objetos y las paradójicas fijaciones al consumo sin freno, al deporte sin clubes, al trabajo sin regulaciones de lugares ni horarios, lo que atestiguan es un alejamiento de la realidad del hombre respecto de su dignidad básica. En el campo de la economía y de la política -que son lo mismo, en definitiva, puesto que son formas de poner en orden las cosas de la casa común- se corre el mismo riesgo: desacoplar los saberes de la dignidad en sus manifestaciones concretas, la tierra, el techo, el trabajo. Tal cual expone la reciente encíclica Laudato Si de Francisco: “Desafío urgente de proteger nuestra casa común” que no puede realizarse “sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos”. Economía, política y educación -como prefieran ordenarse estos factores-, requieren una revisión común, racional y simple de su fundamento para entender su destino: reconstruir el corazón del hombre, desocultándolo. También en el caso de la educación, puede haber prevalecido hasta hoy una superposición de pequeñas tesis academicistas, más capaces de sembrar el desconcierto que de permitir una formación que no se atrofie en la intelectualización. El término alemán bildung -formación- plasma simultáneamente origen y destino en la constitución colectiva e individual, en cuanto significa la cultura a que accede el ser como resultado de su formación cuando es atravesado por una tradición que lo contiene. Bildung es proceso de recorrido y es también el patrimonio -de los padres- del hombre en su cultura. No fue el caso de la Dra. Sara Faisal el de alguien que redujera a instrucción instrumental la educación. Su tarea institucional abrió la cisura política en una ciudad determinada -no un municipio, sino una ciudadanía con participación comunitaria real- para la inclusión social de la mujer trabajadora, la niñez y la discapacidad. Este tipo de acciones pacíficas, operando sobre la condición humana en los espacios concretos que se conquistan, conforman las revoluciones democráticas posibles. Hoy, sobre los mismos valores de la liberación, la justicia y la dignidad humana, los campos de acción son otros, por lo que otros deben ser las formas que asumen los contenidos ineludibles en las escuelas. Tienen que ver con el poder, con el ser, con nuestra identidad, con el buen vivir futuro. A saber, por ejemplo: ¿quiénes sirven a quiénes en el juego de poder y felicidad del régimen? ¿Cómo se balancea una ocupación racional del territorio argentino en base al federalismo efectivo como nuestra identidad a recuperar, especialmente donde, internamente, las urbes son inviables y, externamente, se requiere repoblar los lugares dotados de recursos en un mundo que guerrea por los mismos sin respetar soberanías? ¿Cómo organizar los tiempos vitales cotidianos para prevenir del abandono existencial de los niños ante la desintegración del núcleo familiar y los clubes? ¿Cómo incorporar al trabajado a informales sin hacer estallar el fin social de la propiedad? ¿Puede accederse sin detener la usura financiera? Corría la década del 40 y el mundo se planteaba bajo el modo de extremismos dicotómicos, materialistas ambos: desde los sistemas colectivistas basados en la lucha armada de clases, hasta su extremo contrario, los sistemas liberales, donde la lucha de individuos aislados asfixia los principios de concurrencia y el principio elemental de la solidaridad. Uno iba a significar decenas de millones de muertos de manos del estalinismo. El otro, aun hoy, es una economía de la muerte. En los ámbitos institucionales académicos, estos debates se daban en Argentina y refractaban en el mundo. El Primer Congreso Nacional de Filosofía, hecho en Mendoza desde el 30 de marzo al 9 de abril de 1949, marcó un hito en cuanto al debate sobre qué hombre y qué mundo nos era posible esperar y proponer. Asistieron -no todos físicamente, pero sí enviando ponencias- ni más ni menos que Maritain, Gadamer, Hartmann, Marías, Sciacca, Marcel. Estos derroteros iban a hallar cauce en el aporte aristotélico-tomista de Arturo Sampay a la Constitución de 1949, abortada por el golpe militar de 1955. ¿Por qué es actual? La de Sara Faisal no consistió en mero activismo, sino que fue acción que trascendió las ideologías de época. Quizá, para cada generación, sean siempre los mismos el problema del hombre, de la verdad, de la belleza y del bien. Su respuesta el 17 de agosto de 1945, fue fundar la Asociación Femenina de Profesionales, bajo la forma organizativa de una Universidad Popular de la Mujer, no en términos de lucha posmoderna de minorías, sino a través de la construcción de una comunidad. Desde este punto de vista del ideario: ¿qué educación se puede ofrecer hoy? Se mencionan aquí tan solo dos contribuciones elementales sugeridas. La primera es premoderna, intrínseca del orden vocacional, ofrecerse uno mismo respondiendo al llamado del otro. La segunda es transhistórica, entender al ser humano como ser esencialmente social, reafiliar al alumno en la cadena de las generaciones de ese magma llamado historia de ese mestizaje que origina al pueblo argentino. La educación -porque el educador es hombre en comunidad- no puede ser desde el lugar de observador externo, o cínico, del objeto historia o del objeto democracia, cuales bichos a diseccionar bajo la tara de la unidad metódica de la modernidad. Silvia Bleichmar otorga a la escuela este rol de rescatar del soterramiento a la identidad, produciendo simbolizaciones que reintegren al niño al movimiento general del sentir histórico, desde sus huellas originarias hasta los ideales proyectados, implantados en los cuidados del adulto como voluntad y representación: “La escuela es un lugar de filiación histórica... la escuela arma un árbol genealógico”, dice la autora poniendo en cuestión la pérdida de sentido histórico del estructuralismo francés. De eso se trata tal vez poner en semblante la obra de Sara Faisal. Poner en prioridad la alteridad, más que la libertad del contrato social entre individualidades, devolver al cachorro humano la posibilidad de dotar de sentido compartido su lugar en el ecosistema. Una comunidad que signifique la inclusión real, con todos adentro. Aunque haya que cruzar fronteras por el desierto.
Su tarea institucional abrió la cisura política en una ciudad determinada -no un municipio, sino una ciudadanía con participación comunitaria real- para la inclusión social de la mujer trabajadora, la niñez y la discapacidad.