Domingo 27.3.2022
/Última actualización 12:36
Nos escribe Horacio (52 años, Santa Fe): "Luciano querido, te escribo porque leí tus libros sobre varones y siento que sos uno de los pocos que entiende por dónde va la cosa con los tipos en lugar de decirnos cómo deberíamos ser. Soy profesional, con una vida ya hecha y si bien entiendo que el machismo no está bueno, no creo que todo lo que llaman masculinidad hegemónica sea para descartar; tal vez sea un prejuicio por mi historia, pero si a los varones se nos viene un cambio, no puede ser culpándonos por todos nuestros deseos. Yo quisiera preguntarte qué pensás de los mandatos que también sufrimos los varones. Por ejemplo, a mí me cuesta un montón decir que no, porque siento que fallo y a veces pasa incluso con la vida sexual en la pareja, ¿por qué pasa eso?".
Querido Horacio, muchas gracias por tu mensaje, ya que destaca una arista especial de mi trabajo: la reflexión sobre las masculinidades, con una visión que intento sea comprensiva y constructiva. Como bien decís, pienso sobre los varones a partir de sus problemas y no tanto con ideales –acerca de cómo deberían ser– porque estos últimos, al final del día, cambian unos mandatos por otros. Siempre dije que para mí la deconstrucción no es un punto de llegada, sino una forma de conocer los propios límites y, desde ya, los deseos no pueden juzgarse en abstracto. Porque lo central es lo que cada quien hace con esos deseos.
En esta respuesta a tu carta, entonces, me voy a centrar en la dificultad para decir que no, para situar diferentes escenas en las que esto ocurre y, finalmente, voy a relacionarlo con el ámbito de la vida sexual.
En el análisis de varones es común que digan que les cuesta decir que no. Es cierto que hay algunos que solo pueden decir que no, pero ese es otro tema. En realidad, aquí me refiero a los que dicen que no le pueden decir que no a una mujer. Puede ser que se justifiquen en el temor -el famoso "miedo a la furia femenina"-, pero el motivo es otro: no es que no pueden decir que no, sino que no pueden negarse; es decir, no pueden privar a una mujer, porque así validan su condición viril.
"¿Cómo decirle que no? ¿Cómo negármele a tanto corazón?", dice una canción que ilustra bien esta posición, que en última instancia es la del niño que se ofrece al goce de la madre. Por eso esta posición es común en varones seductores que se meten en líos de los que después no saben cómo salir. Hasta que se mandan alguna por la que se hacen castigar. La identificación con el lugar de niño -como ya lo dijo Freud- es para la paliza.
Ofrecerse como niño para el goce de la madre, entre personas adultas, no suele terminar bien. Además del lado del niño-varón solo puede haber autocomplacencia, como la que se pone en juego en la seducción compulsiva.
Hoy se critica mucho que el psicoanálisis hable de la castración en la mujer. Yo no sé si quienes critican esta idea entienden qué quiere decir. Es obvio que la mujer no está castrada, pero eso no quiere decir que no haya castración en la mujer -para un varón. Es con lo único que uno no quiere encontrarse, porque además no puede dejar de sentir que esa castración se basa en una privación que le incumbe.
Lo escuchamos cuando ellos dicen que si le dicen que no (a una mujer), ella se va a poner mal, que va a estar muy triste, como si eso no durara un ratito y después los olvidaran. El varón que, en su fantasía, reemplaza a la mujer con la figura de la madre, en última instancia se cree más importante de lo que de verdad es.
Los varones suelen sobredimensionar el daño de que se creen capaces. El efecto de esta defensa es que cuando no son culposos, se vuelven malvados. Si no los detiene la culpa, no los detiene nada.
A propósito de la culpa, hay una segunda vía para pensar el "no" de los varones. Pongo un ejemplo, para ser más claro: su pareja le propone algo, él dice que no puede, pero ese "no" es anticipado -esconde la sombra de la posibilidad, es un "no" que podría haber sido "sí" (es decir, es impotencia no imposibilidad)-, entonces, luego él pregunta: "¿Te enojaste?" o bien directamente ofrece una contrapropuesta: podemos ir otro día, pero ahí ya la oferta está cargada de culpa.
Así el varón, que quizá tiene ganas de hacer algo con su pareja, solo puede hacerlo culposamente; con la culpa como motor de su acto; es decir, más que proponer en serio, solo puede ofrecer sintomáticamente un plan B. Me interesan dos cosas de esta secuencia: 1) El complemento entre la impotencia y la fantasía (proyectiva) de que el otro se enojó; 2) La represión del deseo a partir del acto culposo, de la erotización de la culpa como modo de lazo. Esta estructura es otra de las dependencias del varón respecto de la madre (a la que solo se puede amar con culpa, por la condición incestuosa de este amor).
El amor culposo (velo del amor culpable, por su raíz incestuosa) es una de las estructuras del amor de los varones que investigué en mi libro "El fin de la masculinidad". Hoy es una de las estructuras elementales en los vínculos de pareja.
Ahora vamos al último punto, Horacio. Después de años de escuchar a varones en pareja, un elemento invariante -que no se presenta como sintomático en la consulta, pero que con la terapia puede adquirir ese estatuto- es un tipo de conflicto erótico: les gusta su pareja, tienen relaciones sexuales, pero cada vez ponen menos el cuerpo. Es decir, el encuentro ya no es cuerpo a cuerpo (con el cuerpo que otro cuerpo da) sino que el autoerotismo gana terreno. A veces la masturbación efectiva (no importa de quien es la mano) reemplaza directamente la penetración, o bien cobran prioridad los aspectos visuales -sea que se vea algo del otro, o bien se busque replicar con la pareja las destrezas de la pornografía (que no es porno por tal o cual postura, sino por basarse en la necesidad de una escena).
Digo esto mientras pienso que hoy se critica el "coito-centrismo", por eso la pregunta debería ser otra: qué formas del sexo dan un cuerpo y cuáles no. Y el conflicto que mencioné antes es la reedición en la adultez y en el seno de una pareja, del conflicto entre cuerpo y autoerotismo. Con los años, la sexualidad de los varones tiende a replegarse y volverse cerrada sobre sí misma; así se aleja de la pareja, o bien la usa como un mero instrumento de placer solitario. Se deja de pensar el sexo de a dos y se hace más de obligación o para la pura descarga.
Entiendo a quienes pueden decir "Esto no tiene que ser así", pero la respuesta es obvia: la cuestión es por qué es así desde hace tanto -y aquí no cabe decir por mandato, porque esta forma funciona por su propio dinamismo y no por presión- y cómo se conseguiría una alternativa, una que renueve el vínculo sexual.
En este punto, mi hipótesis es que con los años muchos varones se deserotizan porque sus parejas -en la medida en que se convierten en mujeres maduras- se vuelven equivalentes reales de la madre (fantaseada). No pocos casos de impotencia -que es un síntoma típico para decir que no- surge cuando los varones están en pareja con una mujer que tiene la edad que su madre tenía cuando ellos eran niños. Esto explica por qué en ese momento ellos realizan una regresión al autoerotismo infantil.
De este modo, querido Horacio, verás que para entender el modo en que los varones se comportan con la dificultad para decir que no depende en más de un sentido de la relación que tengan con sus madres. Podría decir que un varón nunca se separa de su madre, pero sería una afirmación nostálgica e irónica. Creo que más interesante es pensar que antes que un tipo de separación, en la relación temprana con la madre el niño-varón tiene que descubrir cómo decir que no, para que la relación con un erotismo verdadero sea posible y no ocurra -como ocurre hoy- que permanece en una seducción sin consecuencias.
Ofrecerse como niño para el goce de la madre, entre personas adultas, no suele terminar bien. Además del lado del niño-varón solo puede haber autocomplacencia, como la que se pone en juego en la seducción compulsiva.
Con los años, la sexualidad de los varones tiende a replegarse y volverse cerrada sobre sí misma; así se aleja de la pareja, o bien la usa como un mero instrumento de placer solitario. Se deja de pensar el sexo de a dos.