Durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial, los autores antijudíos simpatizaron con la Italia fascista y la España integrista de Francisco Franco, ampliada durante el conflicto a la Francia de Vichy, abierta colaboracionista con los nazis. Esos Estados eran vistos como "países espirituales" frente al "materialismo", tanto soviético (comunista) como estadounidense (capitalista), tras el cual se ocultaba la conspiración planetaria de los judíos, que eran a la vez sus opuestos comunista/capitalista.
Mirá tambiénSantafesinos en los congresos contra el racismo y el antisemitismo, años 1938 y 1939 (Parte I)Pero el racismo local no debió esperar al fascismo europeo para mostrarse. Se presentó desde el arribo de las primeras olas migratorias. "La Bolsa" (obra de Julián Martel, año 1890), difundió la imagen del "corruptor financista judío", aunque aquí casi no había judíos. Más tarde, y contradictoriamente, fue el peligro "judío-revolucionario", evidenciado en particular durante la Semana Trágica de 1919 en los pogromos desatados en algunos barrios porteños por la Liga Patriótica Argentina.
Luego, el nacionalismo de extrema derecha inspirado en las teorías de Charles Maurras y José Antonio Primo de Rivera, del fascismo italiano y alemán, se expresó desde el golpe de Estado de 1930 en la Legión Cívica. Esta última era una organización paramilitar y represiva de la ciudadanía, la prensa chovinista, antidemocrática y antisemita, una enseñanza oficial oscurantista y los intentos de convertir a la Argentina en un estado corporativo semifascista.
En relación al fascismo, en 1923 se había fundado el Partido Nacional Fascista especialmente dentro de la colectividad italiana y algunos católicos como el médico César Pico -uno de los organizadores de los Cursos de Cultura Católica, al que asistían (entre otros) Ernesto Palacio, Leopoldo Marechal, Héctor Llambías y Héctor Sáenz y Quesada-, quien había derivado hacia posiciones pro-fascistas. Este postulaba la colaboración entre el catolicismo y el fascismo, entendiendo que el catolicismo podría contribuir al fascismo a salvaguardar los derechos de la persona humana y a evitar la "estatolatría" y que el fascismo era una respuesta a la amenaza de destrucción de la cultura cristiana.
Mirá tambiénSantafesinos en los Congresos contra el racismo y el antisemitismo, años 1938-1939 (Parte II)Estas ideas no se desvanecieron por completo tras la derrota del Eje, aun con las evidencias del genocidio contra los judíos, sino que se fueron transformando, siempre buscando la culpabilización colectiva de los judíos de cuanto mal ocurriera en Argentina. Argentina no estaba al margen de esa coyuntura histórica. El golpe de estado perpetrado por la camarilla cívico-militar encabezada por el general José Félix Uriburu derrocó el 6 de setiembre de 1930 al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen, teniendo el aval expreso de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Como se haría costumbre, las excusas fueron la corrupción del gobierno, su inoperancia ante la crisis mundial, la descomposición de las instituciones, la necesidad de sanear la República, los negociados (cualquier similitud con otras proclamas o declaraciones no son casualidad). La verdadera intención era restaurar el régimen conservador oligárquico y su estrecho circuito de beneficiarios, jaqueado por la irrupción de un radicalismo democratizador y con un componente de masas populares.
El nuevo elenco gubernamental era fascistizante, admirador del régimen corporativista mussoliniano, formado por notorios conservadores, grandes propietarios y financistas, representantes de las oligarquías provinciales. El presidente, descendiente de una poderosa familia terrateniente de Salta, admiraba al imperio prusiano de Guillermo II.
En "Páginas Selectas" (1980), el autor Pinie Katz, describe aquella situación: "(…) En el breve plazo en que dominó en la Argentina el dictatorialismo encarnado en la revolución y en la presidencia provisional del general Uriburu, se expulsó a los judíos de las cátedras, se eludió el nombramiento de judíos, se dio crédito en la lodosa batahola pedagógica a cuanto infundio antisemita quiso extender, propalar y arraigar el fascismo".
En esa senda golpista y autoritaria nace la Legión Cívica Argentina, oficializada como partido único y bautizada en 1931 los "Camisas negras argentinos", copia del modelo de Mussolini de milicias fascistas. Civiles uniformados y armados formaban una verdadera estructura paramilitar, con instrucción y equipamiento castrense y atributos legales para intervenir "en defensa del orden público amenazado o alterado", privatizando la represión.
Por entonces el fascismo lograba atención política y cierto prestigio mundial. Su base ideológica eran la jerarquización, oposición a los partidos con columnas militarizadas y un discurso que más allá de un nacionalismo chovinista, criticaba a la Constitución Nacional por liberal y convocaba a modificarla para fundar una representación corporativa. Su programa corporativo y fascista restringía la inmigración y prohibía el acceso a cargos públicos a extranjeros.
Las agresiones antijudías de la Legión y de otros grupos nacionalistas de extrema derecha recrudecieron en esos días. Los legionarios desfilaban belicosamente con armas y uniformes, formando grupos de choque para reprimir "desórdenes" y custodia electoral del "fraude". En los comicios de 1931 fueron guardia presidencial, pero luego del triunfo del binomio Agustín Pedro Justo-Julio Argentino Roca (h), etapa del "fraude patriótico" (garantía del triunfo conservador ante el radicalismo, demoprogresismo, socialismo o comunismo), se lanzaron a la violencia anticomunista y antijudía simultáneamente.
Su activismo se extendió hasta 1940, aunque al morir Uriburu (1932) perdió fuerza y fue abandonada por la oligarquía liberal: el justismo no veía bien a este "nacionalismo", cercano al fascismo. En esos días (año 1934), las organizaciones judías argentinas de distintas extracciones políticas resolvieron coordinar esfuerzos creando la Organización Popular Contra el Racismo y el Antisemitismo, el que era acosado de diversas maneras por las autoridades políticas y policiales, identificando idish y judío con comunismo.
En 1932 la crisis socio-económica del país sirvió a los propósitos xenófobos. Inspirado por el entonces senador Matías Sánchez Sorondo (que había sido ministro del Interior de Uriburu), el gobierno nacional clausuró trece escuelas judías progresistas (cinco sionistas socialistas y ocho comunistas). Fue una época de persecuciones, del uso de la picana eléctrica con presos políticos y gremiales, así como de la aplicación de la Ley de Residencia (N° 4144, año 1902), que autorizaba al Poder Ejecutivo "a expulsar del país a todo extranjero que perturbara el orden público" (anarquistas, comunistas, sindicalistas); numerosos judíos fueron expulsados a sus países de origen centro-este europeo, donde imperaban regímenes semi-dictatoriales y antisemitas.
En 1937, casi como sucesora natural de la Legión, nace la Alianza Libertadora Nacionalista. Su vaga y heterodoxa ideología reivindicaba el corporativismo, el anticomunismo y el antisemitismo. De marcado sesgo antiliberal, con algún plumazo antiimperialista, desde el revisionismo histórico criticaba la democracia liberal como corrupta y a la oligarquía conservadora como "vendepatria"; rechazaba al capitalismo y apoyaba la creación de un Estado corporativo autoritario. Con amplias simpatías nazifascista y falangistas, su antisemitismo era indisimulado. Su apología de la violencia ideológica o física contó con la pasiva anuencia de las policías en memorables enfrentamientos físicos -puñetazos, garrotes, cadenas, armas blancas y de fuego- con los comunistas.
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