La Semana Trágica del 7 al 14 de enero de 1919 es uno de esos terribles acontecimientos de nuestra memoria nacional de la cual poco se sabe…y menos se habla. Y no es casuali-dad: se debe a que la historia oficial la niega, la oculta, la tergiversa. En esos fatídicos he-chos se reunieron dos odios de las clases dominantes: su desprecio a los trabajadores y su aversión al diferente. Las víctimas de aquella repulsión fueron la clase obrera y los judíos.
En todo caso, esa Semana Trágica fue la conclusión de actos anteriores. Por un lado, toda una legislación represiva antiobrera -Ley de Residencia (1902), Ley de Defensa Social (1910)-, la represión abierta (acto obrero de Plaza Lorea, 1909) o la declaración del Estado de sitio (1910). Por otro lado, en los últimos días de 1918, algunos sectores reacciones de la Iglesia católica realizaron actos donde se acusó a los judíos de traidores y al socialismo co-mo una tara hebrea. Las ofensas judeofóbicas no eran nuevas: comenzadas a fines del siglo XIX, durante los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo (1910) se habían incrementado, pasando a formar parte de los argumentos nacionalistas (y xenófobos) de la oligarquía vernácula.
Camino al Pogrom
Pogrom (castellanizado pogromo) es una palaba rusa que significa destrucción, devastación, masacre (aceptada o promovida por el poder), causar estragos, demoler furiosamente. Históricamente, se refiere a ataques violentos por parte de poblaciones no judías contra los judíos en el Imperio Zarista y en otros países; por extensión, también de otros grupos étnicos. Los pogromos eran comunes en Rusia y Ucrania a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX.
En diciembre de 1918, alarmada por provocaciones clericales, la prensa judía porteña la denunció en castellano e idish. Di Presse, el órgano judío progresista dirigido por Pinie Katz (uno de los fundadores del ICUF), decía: "Los curas comenzaron en Corrientes y Junín. Prosiguieron luego sus sermones contra los socialistas y los judíos, con la ayuda de la Policía, por todo Buenos Aires y los suburbios. El domingo organizaron una conferencia similar en la Avenida Sáenz y Esquiú, rodeados por policías y escoltados por bandidos locales que estaban armados con bastones de acero. Después del mitin partió una manifestación. En Caseros y Rioja pronunció el cura Napal un tenebroso y agresivo discurso".
A comienzos de enero se desató un profundo conflicto social: la huelga en los talleres metalúrgicos Vasena por mejores condiciones de trabajo. La actitud patronal -con complicidad gubernamental- derivó en una fuerte represión. Esto originó que las centrales obreras (las FORAs) declararan una huelga general en solidaridad con los obreros apaleados y hostigados. A partir de allí, la violencia institucional tomó características alarmantes.
La persecución no solo fue contra los trabajadores, sino contra sus organizaciones (sindica-tos, bibliotecas, sociedades de resistencia, periódicos) y contra los extranjeros, en especial los judíos, lo cual derivó en un verdadero pogromo. En ese camino se destruyeron la Biblioteca Rusa, el local e imprenta del grupo "Avangard" e incluso fueron asaltados numerosos domicilios particulares, sinagogas, escuelas, comercios. Los muertos se contaron por centenares y por miles los heridos y detenidos. La reciente Revolución Rusa (octubre de 1917) había alertado a las clases dominantes sobre el "peligro rojo", haciendo una simplificación burda y extrema. Dado que la mayoría de los judíos provenía del viejo y vetusto Imperio de los Zares, un reduccionismo grosero y simplón se convertía en esto: judío = ruso = maximalista (en los términos de la época, revolucionario).
También había causado pánico en esos sectores la Revolución Mexicana (1910), con sus programas reformistas de justicia social, democráticos, constitucionalistas y agraristas. En esa cuestión de 1919 se conjugaron tres vertientes: el odio de clase a todo lo que apareciera cuestionando el orden burgués, la vieja judeofobia promovida por la Iglesia Católica y el nacionalismo vulgar de las clases pudientes, que veía en cualquier inmigrante una amenaza.
"El presidente Hipólito Yrigoyen puso en manos del General Luis Dellepiane la resolución del conflicto, otorgando al Ejército funciones y atribuciones que no le eran propias. Asimismo, tanto el gobierno nacional como los grupos conservadores apoyaron abiertamente el accionar de bandas parapoliciales, lo que constituyó una violación más a lo establecido constitucionalmente" (extraído de "La destrucción de la modernidad: los Talleres Vasena y la Semana Trágica en Buenos Aires"; Centro de Arqueología Urbana, publicada 25 octubre 2012, actualizado 27 julio 2016).
El 17 de enero Di Presse criticaba la actitud del judaísmo oficial: "Sostenemos que en los trágicos días debíamos haber publicitado con mucha mayor dignidad y energía nuestros sentimientos y pensamientos, tal como fue hecho por diversos escritores anónimos y representantes del movimiento obrero. No hay que arrodillarse ante los bárbaros, que actuaron en forma tan brutal, asaltando hogares, arrestando a centenares y centenares de trabajadores, utilizando viles calumnias y maltratando y pegando a mujeres y niños indefensos. Nuestra protesta debió haber sido clara y precisa. Se debió haber culpado a la policía como la responsable de las brutalidades cometidas. Ella apoyó a los falsos patriotas que, con la bandera argentina en sus manos y entonando el Himno Nacional, marchaban por los barrios pidiendo nuestra muerte. Todas las salvajes arbitrariedades fueron cometidas por la policía o apoyadas por ella".
Sintetizando: no eran ni "perturbadores extranjeros" ni "rusos" ni "terroristas", como los medios oficiales y del poder trataron de disfrazar esa ordalía criminal. Eran obreros que querían tener los derechos de la dignidad y de la vida: las sagradas ocho horas de trabajo. Los pa-naderos y los yeseros ya habían conseguido –por su lucha– las 8 horas en 1898. Los metalúrgicos, en 1919, todavía trabajaban 9 horas diarias. Por eso la huelga y por el lugar de trabajo para los despedidos. Dignidad y Justicia.
Liga Patriótica Argentina
La respuesta del poder fue bala y más bala. Con los uniformados de siempre. Esta vez ya con la ayuda de los muchachos del barrio Norte, las guardias blancas, la "juventud dorada", la casta, organizada luego como Liga Patriótica Argentina desde el Centro Naval, dirigidos por el almirante Domecq García y el diputado radical Manuel Carles. Salieron a matar "anarquistas, rusos, judíos y enemigos de la Patria". Las calles de Buenos Aires quedaron teñidas de sangre obrera…. Pero luego de la matanza pasó a ser un tema del cual no se habla. A más de un siglo de sucedidos es imprescindible rescatar hechos y acontecimientos relegados al silencio y al olvido…o peor aún, tergiversados ex profeso en la nebulosa del recuerdo.
El ataque antisemita ocurrido en 1919 en Buenos Aires, merece alguna otra lectura. Una clave puede ser la de la discriminación racial ocultando intereses de clase: por ejemplo, las masacres de niños y adultos indígenas indefensos perpetradas en el Chaco en 1924 y en Formosa en 1947, impunemente asesinados en ambos episodios por haberse atrevido a reclamar acuciados por el hambre, el pago de los míseros jornales que les adeudaban los contratistas de las empresas obrajeras, lugares estos donde con la complicidad de las autoridades territoriales, se los explotaba en condiciones de total perversidad.
Mirando hacia adelante
Tanto el pogromo porteño de 1919 como las matanzas de Napalpí y Rincón Bomba ocurrieron bajo la directa responsabilidad de gobiernos electos democráticamente por el pueblo argentino: ¡Que absurdo! También por esta coincidente circunstancia, alguna oculta y perniciosa razón de Estado –aparentemente imprescindible- los condenó al olvido.
A partir de la restauración institucional tras la negra noche de la última dictadura militar, y en especial en los años recientes, una sociedad argentina abierta y plural entiende que lo ineluctable debe dar paso a lo ineludible. El pasado no se puede esquivar. Tarde o temprano en la historia, los silencios gritan. La memoria no es para ser venerada ni puesta en un altar. La memoria es un puente tendido desde el presente para comprender el pasado y el futuro. En nuestro caso, es para consolidar el estado de derecho y el modo de vida genuinamente democrático. Está claro que la represión a los movimientos populares con pretextos como "orden" y "libertad" son una constante hacia quienes impugnan en todo o en parte al sistema social, económico, cultural y político vigente.
La judeofobia y el antisemitismo –hermanas mellizas- son verdaderas lacras que pueden alentarse de varias maneras. Una de ellas es la que hace la ultraderecha nazi-fascista tradicionalmente, acusando a una conspiración universal y a los judíos de todos los males de la humanidad. Otra es la ridiculización que hacen algunos estadistas sobreactuando o nutriéndose de las corrientes más reaccionarias del judaísmo. Pero también es la que se realiza desde el mismo interior de la colectividad judía apoyando acríticamente toda acción de los gobernantes del Estado de Israel en sus aventuras expansionistas, las que terminan siendo excusa y sostén político y moral de los grupos islámicos fundamentalistas terroristas o sumarse de igual manera a iniciativas de las derechas locales y mundiales.
Recordamos este trágico hecho de nuestra historia nacional con el objeto de rendir homenaje a las víctimas, señalar a los victimarios, alertar sobre el sentido profundo de la coerción estatal e instar al pueblo argentino a construir sociedades justas en las que la convivencia democrática, la eficacia del estado de derecho y la vigencia integral de los derechos humanos sean sus pilares fundantes.
(*) Directivo del Idisher Cultur Farband (ICUF) - Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina.
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