Las declaraciones de Hugo Biolcati descalificando a quienes votaron por la señora, no son diferentes en sustancia a las que en su momento hicieron Fito Páez o Ricardo Forster por razones inversas. El principio de razonamiento es tan elemental como mezquino: si el pueblo me vota es sabio y si no me vota es ignorante. A Biolcati le molesta que los votos de la señora sean devotos de Tinelli. Dicho sea de paso, si así fuera tampoco debería sorprenderse, ya que, con las variaciones del caso, Tinelli se ha revelado en los últimos años como un aguerrido militante K, mucho más eficaz, a juzgar por los resultados, que Susana Giménez en la vereda de enfrente.
Pero los enojos de Biolcati contra los compradores de plasmas no son diferentes a la descalificación de Forster respecto de los tenderos y almaceneros egoístas y mediocres que no votan aquello que es evidentemente justo. Ironías de la política. Que con apenas dos semanas de diferencia, los tenderos o los “asquerosos” porteños se hayan trasladado de Macri a la señora, a Forster y a Páez no les provoca ninguna contradicción.
El resultado de las elecciones del domingo no es un misterio inescrutable, tampoco la evidencia de una fe. Como para iniciar un debate, yo diría que a la señora la convalidó el voto de la gente, no el voto del pueblo. La diferencia, como podrán apreciar no es retórica, es política y cultural. El pueblo, como actor social y político provisto de una verdad histórica hace rato que no existe. La globalización, las sociedades de masa y la industria cultural, los ha reducido a consumidores. Lo que hay son personas, habitantes, ciudadanos, conglomerados sociales, y , si se quiere, clases sociales, tal como intentó definirlas un señor llamado Carlos Marx. Pero hablar de “pueblo” en los tiempos que corren es un anacronismo o, sencillamente, un recurso demagógico, una interpelación cómoda para apropiarme de lo que me gusta y descalificar lo que me desagrada. de allí que, según se mire, el llamado “campo nacional y popular”, puede ser una inmensa estancia o un modesto baldío. Lo seguro en todos los casos es que se refiere a espacios vacíos y designa objetos que no existen.
A la señora la votó la gente y la felicito por ello. Esa mayoría que hoy la respalda es la misma mayoría que lo convalidó a Alfonsín en 1983, a Menem en 1989 y 1995 o a De la Rúa en el 2000. Puede haber variaciones en esos votos, pero en lo fundamental me atrevería a decir que hasta se trata de las mismas personas. Es que en las sociedades consumistas, cada vez más desideologizadas, la gente vota atendiendo requisitos básicos de sentido común: la seguridad, el empleo, el salario, el consumo y, si es posible, alguna ilusión. El candidato que desde el poder o desde el llano garantiza la satisfacción módica de esas necesidades es el que gana ¿Está mal? Para nada. Lo que está mal es enojarse cuando ese voto se orienta en una dirección y no en otra.
Digámoslo sin eufemismos: el grueso de la gente vota con los criterios del sentido común. Sobre todo en tiempos de relativa calma. Ese voto de sentido común es diverso, pero básicamente se distingue por ser un voto práctico, fragmentado, desprovisto de toda consistencia ideológica. Para este sentido común, el voto cruzado es lógico. Se puede votar a Patti para la ciudad, a la señora para la Casa Rosada y a Pinedo para el Parlamento. No hay contradicciones porque para el sentido común la contradicción como tal no existe.
Imagino las objeciones. ¿usted está criticando a los que votaron a la señora? Todo lo contrario. Lo que estoy diciendo es que a las elecciones las gana quien es capaz de movilizar a su favor ese voto. Lo que digo es que ése fue el voto que recibió la señora, y que pertenece al campo de la fantasía o la alienación suponer que ese voto es el anticipo de irredentas jornadas revolucionarias.
Cada individuo supone que tiene sus propias motivaciones para elegir, pero cuando el voto se transforma en acto colectivo termina definiendo una lógica. En nuestra historia, los resultados electorales han demostrado que la gente no se suicida a la hora de votar. Puede que en épocas de crisis, de escenarios con conflictos desgarrantes, haya un voto exasperado o desesperado, pero en la Argentina de 2011 lo que se impone es el voto del sentido común, de la sensatez, un voto conservador en definitiva, conservador de lo existente; y lo existente, desde el punto de vista del poder, hoy es la señora, por lo que hizo y por lo que los otros no fueron capaces de hacer.
El voto mayoritario que hoy apoyó a la señora es el voto que quisiera ganar cualquier político que merezca ese nombre. El debate, entonces, gira alrededor de lo que se debe hacer o lo que no se debe hacer para ganar ese voto, sabiendo de antemano que en política existen circunstancias donde, además, las preferencias sociales no dependen exclusivamente de la voluntad de los dirigentes, sino de procesos más amplios y profundos que tienen que ver con el desenvolvimiento de variantes complejas como son las estructuras y las condiciones internacionales de la globalización.
Desde esta perspectiva, queda claro que la victoria del domingo ha sido obra de muchas voluntades entre las que hay que incluir a la abnegada y sacrificada compañera “soja”, flamante militante de base de la rama femenina a la que tanto le debe la señora, aunque se resista a admitirlo de la boca para afuera.
Dicho con otras palabras, sostengo que todas las circunstancias se ordenaban para asegurar el triunfo de la señora. ¿Era inevitable? Diría que sí, pero una cosa es obtener algo más del cuarenta por ciento de los votos y otra, muy diferente, es subir hasta el cincuenta por ciento. Pero lo más importante: una cosa es ganar por diez o quince puntos de diferencia y otra, muy distinta, es hacerlo por casi cuarenta puntos. En el carácter abrumador de esas cifras está la responsabilidad de los opositores, en esa incapacidad para construir una alternativa que, aunque no ganara, fuera capaz de consolidar un bloque opositor consistente.
Por el contrario, lo que hicieron fue pelearse como chiquilines caprichosos o enojarse e irse a pasear a Miami o a París. Muchos meses antes, Rodolfo Terragno había dicho que para estas primarias de agosto era necesario establecer una coalición opositora amplia y abierta. No le hicieron caso. Tampoco le hicieron caso cuando advirtió sobre la complicidad de Zaffaroni con la dictadura militar. Un partido tiene problemas serios cuando a sus dirigentes con capacidad de reflexión no se les hace caso.
Según Lanata, la gente la votó a la señora por lo que hizo de bueno y no por lo que hizo de malo. Puede ser, pero no me convence. En todo caso me parece un razonamiento incompleto. Admitamos que el voto de la gente fue por lo que hizo de bueno, pero acto seguido es necesario preguntarse cómo interpreta el poder K ese voto. ¿Por lo que hizo de bueno o por lo que está haciendo de malo? El aval la señora, ¿es un aval a los millones embolsados por ella y su marido en el ejercicio del poder, a los negociados de Hebe Bonafini y Schoklender, a los prostíbulos de Zaffaroni, a los ilícitos de Jaime, a los negociados de Antonini Wilson y Skanska, a la voracidad recaudadora de los burgueses amigos, a la manipulación grosera de las instituciones?
Sospecho que obtener más del cincuenta por ciento de los votos, impone una lógica del poder que tiende inevitablemente a afianzar los vicios. En definitiva: ¿Para qué cambiar si así como vamos nos votan? Alguien dirá que ese rumbo es un rumbo acertado porque es justo y liberador. Yo no sería tan optimista. En todo caso diría que es un rumbo eficaz en tanto afianza un proyecto de poder. ¿Y cuál es el proyecto de poder? El proyecto de poder efectivo del actual bloque dominante. Diría que en la Argentina del siglo XXI se ha consolidado a través del kirchnerismo -el nuevo rostro del peronismo en el siglo XXI- un régimen de dominación, control y explotación inédito y peligroso por su amplitud y eficacia. Este bloque de poder integrado por corporaciones sindicales, caciques del conurbano, caudillos provinciales y una amplia burguesía subsidiada y multimillonaria y un Estado colonizado, es la que constituye el poder real y efectivo en la Argentina. El régimen incluye un modo de acumulación económico y político, intelectuales orgánicos e incluso deja lugar a ilusiones que la retórica nac&pop califica de “utopías”. Como todo régimen inventa sus propios enemigos, enemigos que figuran en la clásica retórica populista, pero que carecen de envergadura política real, porque lo real del poder, lo real de la dominación y la explotación en la Argentina, lo expresa en toda su consistencia y matices el bloque de poder liderado por la señora y que acaba de ser legitimado en el ensayo electoral del domingo pasado.