No son poemas para leer a la ligera, para pasar un buen rato o distraerse. La verdad sea dicha, la verdadera poesía nunca debe leerse a la ligera; ella no lo permite y el buen lector tampoco. Valga la advertencia para iniciar la lectura de los poemas escritos por Sergio Bufano y que tituló "La balada de los muertos", editada por Prometeo. ¿Balada y muerte? ¿No son antagónicos? Según se mire; según lo que entendamos por belleza y placer. La muerte, lo sabemos, dispone de sus propias partituras, una melodía que se confunde con la brisa en un territorio helado y sombrío. O con el misterio. Y si esa música está bien ejecutada puede estremecernos como corresponde a todo poema más allá del tema o de los procedimientos formales. Poetizar el horror es siempre un desafío. Paul Celan lo hizo con el Holocausto en su poema "Fuego de muerte": "Negra leche del alba te bebemos por la tarde, la bebemos al mediodía y en la mañana, la bebemos de noche, bebemos y bebemos, cavamos una tumba en los aires donde no hay opresión/ Un hombre habita en la casa/ juega con las serpientes escribe/ escribe cuando oscurece a/ Alemania tu pelo dorado/ Margarete". Escribe Bufano: "Una lluvia ácida obligó al descenso de las aves/ eran cuervos que bajaban sobre la tierra, tan oscuros como la misma noche/…Fue un espectáculo verlos bajar confundidos en la negrura del cielo/ sólo sus picos rojos manchados por la sangre/ y por el ácido que caía fino y persistente con la indiferencia de la muerte".
Nunca compartí la sentencia de Theodor Adorno acerca de que después de Auschwitz no se puede escribir poesía. Entiendo los motivos por lo que pronunció esa frase, que bajo ningún punto fue trivial, pero insisto en que la poesía sopla donde quiere. Y así como la historia no se detuvo con la llegada de los nazis o con el derrumbe del comunismo, la poesía siempre tendrá una palabra que decir, una imagen que elaborar, una metáfora que construir o un interrogante que abrir. Y esas palabras siempre estarán comprometidas. El libro de Bufano propone precisamente eso. Como dijo Rainer Maria Rilke: "La belleza no es más que los principios del terror que aún somos capaces de soportar". Lo siniestro, es verdad, es imposible agotarlo en un libro, una foto, una pintura o una cifra, pero siempre es posible decir algo más porque la muerte es también el infinito y el misterio. Bufano, que conoce como nadie las desgracias que nos asolaron en los años sesenta y setenta, que leyó y publicó lo que se sabía y lo que no se sabía acerca de la represión ilegal y la utopía armada de la izquierda, que no ahorró críticas a él mismo y a quienes entonces fueron sus compañeros y sus enemigos, ahora recurre a la poesía para revelar aquello que la política, la historia o la sociología no pueden hacer o no les interesa hacer. La poesía en este caso no habla de lo no existente. Los desaparecidos no se asimilan a la palabra ausencia o pérdida. "La balada de los muertos", habla de los desaparecidos en primera persona. No lo hace con números, con archivos, lo hace con poesía, recuperando voces, las voces de los muertos: "No compartiremos la luna, ni el sol;/ no escucharemos las cuerdas de una guitarra/ ni el ardor del rock que vibraba nuestras piernas./ No trabajaremos, no estudiaremos,/ no beberemos la birra en la previa,/ no acamparemos a la orilla de un río durante las vacaciones./ No nos despojaremos de las ropas/ para amarnos desnudos, furtivamente, en la casa de nuestros padres./ Hemos perdido el deseo".
Solo la poesía, la palabra exasperada a la máxima intensidad, al decir de Ezra Pound, puede hacer hablar a los muertos. Bufano lo hace. En el prólogo advierte que los procedimientos no son diferentes a los empleados por Edgar Lee Masters en "La antología de Spoon Rivers". Una excelente advertencia la referencia a Masters, porque ya se sabe que en el campo del saber -y la poesía es un saber- también se avanza apoyado sobre los hombros de gigantes. A diferencia de "Spoon River", en esta balada los muertos no tienen cementerio, no tienen lápida, ni siquiera un pedazo de tierra donde desparramar sus huesos. Están desaparecidos. Los han matado, como bien lo sabemos en salas de torturas, en vuelos de la muerte, en emboscadas o en verdaderas cacerías donde fueron asesinados sin asco. Esas voces, insisto, esos lamentos, esas historias, Bufano las recupera. ¿Cómo? A través de la sensibilidad poética, a través de su talento para elaborar tonos, registros, ritmos. Creo que Oscar Terán concluye uno de sus excelentes libros diciendo que "los que vivimos cierta felicidad no la olvidaremos nunca". Pues bien, invirtiendo la relación, pero siempre hablando de lo mismo, podría decirse que quienes vivimos el horror no lo olvidaremos nunca. Pasarán los años, envejeceremos, cambiaremos de ideas, de amigos, de mujeres, pero el horror queda siempre clavado en un costado que duele; se incorpora a nuestra sangre, recorre nuestras venas, invade nuestros sueños. Bufano sabe de eso y lo expresa. Bufano no "inventa" en el sentido vulgar de la palabra, pone en voz, en imágenes aquello que está definitivamente incorporado a su vida. Ese tumulto de voces son diversas, múltiples; a veces trágicas, a veces siniestras, a veces dramáticas, pero siempre verdaderas. No está hablando de héroes, no intenta levantar un panteón. Tampoco intenta contar cuántos fueron. Los muertos murieron por una causa, pero esas causas son íntimas, están teñidas por una intimidad singular. Un adolescente, una muchacha enamorada, un idealista, un fanático, alguien que no le importó morir pero tampoco le importó matar. En esta temporada en el infierno hay lugar para todos: generosidad, nobleza, traición, canallada. En el infierno hay espacio abierto para todos los colores, todas las notas, todas las palabras. ¿Y los muertos del otro lado? Ni una palabra. Bufano habla de lo que sabe, de lo que conoce, de lo que perdura en su memoria, en su cuerpo. Y su tono no es el de la propaganda, es el de la tragedia, en todo caso el de la elegía. Podría decir que "La Balada…" es un texto realista, siempre y cuando nos pongamos de acuerdo acerca del significado de la palabrita "real". También podría decir que la ficción es un recurso válido cuando no privilegiado para aproximarse a la verdad. En cualquiera de los casos, aconsejo leer estos poemas con prudencia, con cautela. No es un libro para empezarlo a la siesta y terminarlo a la tarde. Es un libro que exige días o noches o crepúsculos de atención si realmente queremos percibir la intensidad que allí se compromete.
Con Bufano nos conocemos desde hace muchos años y estimo haber leído todas sus publicaciones: relatos, novelas, artículos de opinión publicados en revistas, incluida la revista que él mismo dirigió: "Lucha armada". Lo que no sabía es de sus virtudes poéticas. Pues bien, siempre hay una oportunidad para aprender. Lo que se propuso escribir podría haberlo hecho a través de una novela o un relato. Eligió la poesía y me parece una excelente elección. Stéphane Mallarmé alguna vez dijo que todo texto escrito puede adquirir sin proponérselo tonos poéticos. En "La balada de los muertos" la poesía recorre todas las hojas. Poemas escritos en primera persona. Los personajes desfilan delante de nuestros ojos contando, balbuceando o maldiciendo su destino. Todos sin excepción saben que están condenados al olvido. Y ese destino no les agrada demasiado. Leyendo el libro, me vino a la memoria un relato de la escritora alemana Anna Seghers: "La excursión de las muchachas muertas". Shegers eligió el relato para recuperar las palabras, las escenas de sus amigas asesinadas por los nazis. La crítica ha dicho que ese texto de Seghers es poesía pura. También lo es el de Bufano. Ya lo dije al principio: la poesía sopla donde quiere. Cito el último susurro de "La balada…", la despedida del coro: "Aspirábamos a ser luz para cerrar las tinieblas/ no lo logramos./ Quisimos ser el verano y atropellar el apaisado invierno./ No fue posible/ No supimos escuchar otras voces/ Quiméricos, afiebrados , soñadores de un futuro tan utópico como la felicidad plena, esa vieja aspiración ingenua de los seres humanos/ ¿Siempre seguirán hablando de nosotros? ¿Nunca envejeceremos? Vencimos a la Muerte mirándola a los ojos sin temor, riéndonos de ella y de su aguijón maldito/ Ya ven los resultados: somos inmortales".