Jueves 5.12.2024
/Última actualización 21:38
Un verano, en aquellos determinantes años, sobre el 70, cuando Argentina decidió morderse la cola una y otra vez, apareció Joan Manuel Serrat por estos pagos. "Tu nombre me sabe a hierba" el primero, cronología argentina y… perdón, más que argentina, propia. Así lo recuerdo. Son los años del Festival Iberoamericano de la Canción y "Balada para un loco" (noviembre de 1969).
Yo estuve en ese Luna Park sembrado de monedas, porque Amelita Baltar recitaba y cantaba esa balada/valsecito y no se entendía bien de qué iba ese tema que cerraba sobre los 5 minutos (el máximo estipulado eran 3 minutos). Y perdió, bajo juramento, ante "Hasta el último tren", tango de Julio Camilloni (letra) y Julio Ahumada (música), con la versión de Jorge Sobral, triunfador ante las faldas "acampanadas" de Amelita y esa voz ronca de pucho, whisky, noches y un estilo así, desenfadado, desafinado y sensual, casi un "recitativo" confesional.
Estuve acompañando a los míos, Canto 4, con "Canción del Centauro", de Iván Cosentino y Armando Tejada Gómez. Tanto el conjunto como Iván eran absolutamente rosarinos. No pudo llegar Mercedes Sosa y cantaron mis hermanos de Canto 4. Pasear en las madrugadas de aquel Buenos Aires y amanecer en Parque Lezama era un modo de mirarse en el poema que llegaba en las versiones de las viejas radioemisoras AM. "Tu nombre me sabe a hierba".
En mi memoria, 1970 es un año que no terminó. Puedo cantar sin ruborizarme "porque te quiero a ti, porque te quiero…", sostener que el amor es una tontería especial y que el único estado del hombre es "enamorado", el resto son paparruchas, charamusca, hojarasca, papelerías, trámites aduaneros. Raros aquellos tiempos de militancia descarada. Ni siquiera se recuerda que eran años del Primer Gobierno del Partido Militar (1966/1973) y, perdón, creo que deberíamos. Hubo muertes, asesinatos, noches de bastones largos, huida de los cerebros, el miedo como eje de las historias. Oficialmente esos fueron los miedos bautismales de nuestra generación
En el verano cubríamos los espectáculos contra el mar. No estaba el complejo Punta Mogotes en Mar del Plata. Tito Rivié y otros adorables personajes de la "prensa de artistas" habían logrado que en una playa (creo que Mar y Sol) dejasen una carpa para la prensa. Allí descargábamos las viejas mochilas y salíamos a la cacería de los y las artistas que se bronceaban la piel, un poquito, solo para las fotos. El resto era conventillo, mostacilla, plumerío, bronceador, el mejor de los discursos, los chismes de amores a destajo y desafíos de las noches junto al mar. Si me permiten: ¡Zucundum!
En ese año, o en el otro (quien recuerda tanto corre el peligro del yerro colosal), Fernando Bravo estaba con un libro de poemas de Antonio Machado en la mano. Estaba al borde de una carpa, de esa carpa comunitaria. Ya era conocido. "Estoy leyendo este libro porque lo escuché a Serrat y me pareció bueno leer más", aclaró. Sonrió. Me pareció una confesión de ignorancia. Poemas de Machado. Llegar a Machado después de Serrat y no antes. Los Machado, Hernández, Alberti, León Felipe, Blas de Otero, los inalcanzables Góngora y Quevedo… y allí se quedó el archivo sobre Fernando Bravo, claramente incompleto.
En ese año, acaso en el siguiente, saliendo de Radio Rivadavia fuimos a un café en calle Callao con "El Mere", Miguel Angel Merellano, y Antonio Carrizo. Aclaro: simple oyente de esas charlas. "El Mere" quería no sé qué grabaciones de Antonio y este dijo: "Recién a los 35 años pude hacer mi primer viaje a Europa y este chico, Fernando Bravo, ya fue y vino varias veces,… la vida ha cambiado demasiado rápido".
La charla siguió por otros lados, Carrizo -con esa boina y ese modo expansivo de respirar- atraía gente como un showman de la nostalgia y el respeto por una vida jugada a la radio. Contaba su origen con el camión parlante en General Villegas, difundiendo la necesidad de un analgésico con "el camioncito de Geniol". Difundía discos de una cinta abierta y recordaba la necesidad del analgésico: "Venga del aire o del sol/ del vino o de la cerveza/ cualquier dolor de cabeza/ se quita con un Geniol". Sol. Do.
Hace varios años que perdoné un enojo militante por aquel cantor de la "Nueva Canción Catalana" que abandona su idioma y decide cantar para 800 millones de hispanoparlantes en un festival. Serrat. Seré clarísimo: perdoné mi estúpida posición. Toda desubicación me corresponde. Hace menos años, bastantes, que cuando salgo a la ruta (auto, obvio, pero conviene advertirlo) escucho los programas de Fernando Bravo.
Sigo sin hablar con él pese a que somos contemporáneos y tenemos hasta íntimos amigos en común. Nunca nos cruzamos por los rarísimos caminos del espectáculo y el periodismo. Escucho una emisión radial entretenida y lo entiendo, nos iremos muriendo sus oyentes, lenta, muy lentamente y ojalá nunca pero, ay, sucederá. No se ha traicionado: sigue siendo elemental. Lo entiendo: no se rinde, ni crece, ni se achica. En cierto modo estoy frente a un espejo. Oferta lo que tiene y eso es necesario para llegar a la noche y más, para levantarse mañana.
Es una lección, es una oferta, es un mensaje. Fernando Bravo suma a sus años, sus experiencias y sus callos… cuidado, con un cerebro que no se rinde, aquello que la vida de relación le ha dado, que la calle, las paredes, los escenarios le han sumado y aparece, con el libro de Machado en la mano, otra vez su cara joven y sonriente en aquellas tardes de verano en Mar del Plata (entiendo que hacía un programa juvenil, que tenía sus primeros amores juveniles y sus primeros y legítimos triunfos en el espectáculo).
Es por esa imagen que vuelvo a aquel Serrat que les trajo Machado a tantos como el muchacho de la provincia de Buenos Aires (San Pedro), que oyeron en esa voz que sonaba como un instrumento más (cantar los temas de Serrat es -casi- imitar a Serrat) poemas de un valor literario superior. Cultura que anda. Piedra que rueda. Lo he contado, cuando su primer encuentro rosarino se produce, Serrat recibe una pregunta de "El Negro" Ielpi ¿Por qué no Miguel Hernández? Tal vez dijo: "Es más duro, es más oscuro… pero ya llegará". Acaso lo dijo… o no. Claro que era cierto. Tenía razón Serrat, ese fue el vinilo que menos vendió por estos pagos y tiene temas que nunca morirán… hasta que nos vayamos, claro está.
Ese reportaje fue fundamental. Un trabajo en serio. Las fotos fueron de Carlos Saldi, uno de los fotógrafos más excepcionales que he visto. Hicimos las tapas de la revista La Capital con él y algunas de sus fotos son cuadros que han robado (la foto blanco y negro del joven de espaldas en el suelo adoquinado, aparentemente muerto, con un hilo de sangre roja yendo hacia el suelo y, en el suelo, un balde con anilina roja, fue un cuadro que espantó hace años en una exposición, ideado a medias con Juan Pablo Renzi, artista plástico) y sostengo: aún conmueve.
Yendo hacia atrás y adelante, como perro que intenta alcanzar su cola para morderla, advierto que ese Serrat hizo algo bueno y nuestras absurdas, presuntuosas, prejuiciosas posturas de intelectuales mal resueltos fueron aniquiladas por el único verdugo al que soportamos: el tiempo. La apelación hoy -entiendan: imperativamente- es a esa rueca que hila sin cesar porque Javier Milei, presidente por el voto popular, encarna un mensaje de "qué me importa todo aquello", "ese es un mundo análogo y no es el mío"… y califica, juzga, cierra muchas de aquellas cuestiones de mal modo, otras las ignora y finalmente avanza hacia un mañana donde se dice que hay una revolución cultural en marcha y me asusto.
Me paro en el Parque Lezama de aquel noviembre y quisiera juntar las monedas que le tiraban a Amelita, encontrar aquel libro de poemas de Machado que leía el muchacho de San Pedro y pedir perdón por creer que éramos la juventud maravillosa que salvaría a la Argentina. Es todo tan circular…Osvaldo Bramante, contador de editorial Atlántida -luego conocido como Osvaldo Ardizzone-, en su hora de almuerzo iba hasta Parque Lezama y sacaba un libro de la Biblioteca Popular para leer, al sol, en un banco de plaza, a León Tolstoi.
A dos cuadras de Parque Lezama, acaso tres, Joaquín Gianuzzi, fenomenal poeta y compañero de escritorio en la revista Así insistía: "Lee los rusos, Bigote, lee los rusos…". En ese Parque Lezama amanecíamos abrazados con alguien después del Festival Iberoamericano de la Canción, en Noviembre. Faltaban las florcitas del jacarandá de la puerta de mi casa, que florecían a golpe de sol y agua. Y La Peste, Milei y la Inteligencia Artificial. "Casi ná".