Por Ignacio A. Nieto Guil
Por Ignacio A. Nieto Guil
Además de su preocupación e interés por la lucha obrera y su participación en el mundo del trabajo manual, otro hecho significativo marcaría la vida de la joven Simone Weil. En 1936, en pleno comienzo de la Guerra Civil Española, y con tan solo 27 años, decidió enfilarse en el bando republicano con el Partido Obrero de Unificación Marxista. En España combatiría en el frente de Aragón, a pesar de su marcado pacifismo y sin haber hecho política partidaria alguna hasta ese momento de su existencia.
El paso de Simone por el conflicto en el país ibérico duró tan solo una breve estancia, a razón de su torpeza y miopía, puesto que sufriría una quemadura en una de sus piernas a causa de una sartén con aceite hirviendo. Este suceso, consecuentemente, la obligó a retornar a su patria de forma inmediata. Poco tiempo después el grupo combatiente que integró sería detenido y fusilado.
Nuevamente un episodio de su vida, en este caso su breve y singular participación en la Guerra Civil Española -al igual que su experiencia en las fábricas-, le daría a Simone, como ella misma dice, "un profundo conocimiento de la realidad humana y los efectos de la guerra en el alma de las personas", más allá de los idearios políticos e ideológicos que convulsionaron a Europa y que llegaron, incluso, a justificar la muerte, carcomiendo la naturaleza humana. Y, precisamente, contra ese sinsentido se reveló la joven Weil y abandonaría por ende el activismo de izquierda que jamás pudo convencerla del todo, siguiendo el camino de la "búsqueda de la Verdad".
Sobre lo ocurrido, en 1938 le escribiría una carta al reconocido escritor francés Georges Bernanos, conocido, entre otras obras, por "Diario de un cura rural" o "Los grandes cementerios bajo la luna". Este último libro es, en efecto, una crítica a la represión franquista que Simone tuvo la oportunidad de leer. En contrapartida la joven filósofa quiso relatar los horrores del otro bando y, por tanto, detalló una serie de hechos que presenció cuando estuvo dispuesta a tomar las armas, causándole una gran impresión: "No sentía ya ninguna necesidad interior de participar en una guerra que no era ya, como me había parecido al principio, una guerra de campesinos hambrientos contra propietarios terratenientes y un clero cómplice de los propietarios, sino una guerra entre Rusia, Alemania e Italia". Luego se refirió a las ejecuciones que propiciaba el bando republicano: "Estuve a punto de asistir a la ejecución de un sacerdote; durante los minutos de espera, me preguntaba si simplemente iba a mirar o haría que me fusilaran al tratar de intervenir; todavía no sé qué habría hecho si una feliz casualidad no hubiera impedido la ejecución".
Posteriormente, describe una escena similar: "Dos anarquistas me contaron una vez cómo, con otros camaradas, habían cogido a dos sacerdotes; a uno se le mató en el sitio, en presencia del otro, de un disparo de revólver; después se dijo al otro que podía marcharse. Cuando estaba a veinte pasos, se le abatió. El que me contaba la historia se asombró mucho de no verme reír… Sí, el miedo ha tenido una parte en esas matanzas; pero allí donde yo estaba no he visto la parte que usted le atribuye. Hombres aparentemente valientes -de uno de ellos, al menos, he constatado personalmente su valor- contaban con una sonrisa fraternal, en medio de una comida llena de camaradería, cómo habían matado a sacerdotes o a «fascistas», en término muy amplio".
Los detalles antes descritos de manera imparcial y objetiva a partir de la propia experiencia de Simone Weil le hicieron tomar conciencia de "la realidad cruda que significa el enfrentamiento humano". Y en tal sentido, sus nobles y auténticos ideales (de luchar por los desfavorecidos) que la llevaron a adentrarse en la Guerra Civil Española se esfumaron al ver las miserias y la condición humana arrebatada de sus "camaradas" del frente, como muy bien le detalló a Bernanos. Aquí nuevamente Weil "se rinde a la verdad", no justificando en nombre del totalitarismo ideológico, "la injusticia humana".
El tercer hecho significativo a nivel político y social que marcó a Simone, en este caso hacia el final de su vida, es su activismo en la Resistencia Francesa. Por ello, el 10 de noviembre de 1942 marchó hacia Inglaterra después de haber escrito varias misivas a Jacques Soustelle y Maurice Schumann -portador de la Francia Libre en Londres- para ser aceptada en trabajos que signifiquen un servicio a su patria ocupada por el régimen Nazi: "¡Se lo ruego, consiga que regrese a Londres, no me deje morir aquí de pena!", escribe desde New York. En este aspecto, fue empleada del agregado en Londres, G. Philippe. Su misión era redactar informes y revisar textos y proyectos. Al terminar cada uno de los encargos, solicitaba una petición de misión que era denegada continuamente.
Allí escribió, a pedido de las autoridades francesas, uno de los más reconocidos ensayos, "L'Enracinement" (El Arraigo), o en su versión española "Echar Raíces", para la reconstrucción de Francia luego de la Segunda Guerra Mundial. Libro que publicó Albert Camus y que llegaría a decir en referencia a su obra: "Parece imposible imaginar un renacimiento para Europa que no tenga en cuenta las exigencias definidas por Simone Weil". Incluso el propio Camus admiraba de sobremanera a la joven filósofa, pues, una vez que le anunciaron como ganador del Nobel de Literatura en 1957, fue, inmediatamente, a compartir la noticia con la madre de Simone.