Por Ignacio Nieto Guil
Por Ignacio Nieto Guil
"Nunca he dejado de creer en ella… no he encontrado jamás en un ser humano semejante familiaridad con los misterios religiosos; jamás la palabra sobrenatural me ha parecido tan llena de sentido como a su contacto".
Gustave Thibon
El eximio filósofo católico y productor vinícola Gustave Thibon aceptó a Simone Weil en el verano de 1941, para que trabajara en su campo a pedido del padre dominico Joseph-Marie Perrin (autor junto a Thibon de la obra "Tal como nosotros la conocimos"). El filósofo le enseñaría a Simone a recitar el Padrenuestro en griego y le daría a conocer, asimismo, los escritos de San Juan de la Cruz. Además, leían y discutían a Platón, filósofo al que Weil conocía cabalmente. Por su parte, Thibon publicaría al finalizar la Segunda Guerra Mundial una vital obra de la filósofa francesa donde constan sus pensamientos místicos más profundos: "La Gravedad y la Gracia".
En el encuentro citado, el "filósofo campesino" -como era apodado el intelectual francés-, descubriría la gran profundidad espiritual de la filósofa. Cuenta Thibon su primera impresión en una entrevista: "Me encontré a Simone Weil por primera vez en el Carmelo de Avignon, hablamos muy poco. Todavía la sigo viendo. Llegó con una especie de capa, desaliñada, vestida de cualquier manera. Con un aspecto exterior más bien decepcionante (no es que tenga importancia). La primera conversación fue sobre las cuestiones de actualidad que eran más bien negativas y teníamos opiniones muy diferentes. Sentí que me iba a tocar hacer una parte del purgatorio en vida (entre risas). Se volvió a Marsella y dos días después llegó a casa. Tuve la misma impresión, hablaba con una voz monocorde sin parar; no dejaba de hablar. Hay que reconocer que se la podía interrumpir y no era susceptible, pero yo no lo sabía todavía. Tenía curiosidad por el trabajo que iba a hacer. Simone había leído mis escritos pero los consideraba de poca importancia, quizás tenía razón, pero en cualquier caso estaba en su derecho".
Thibon prosigue así: "La primera vez que vino era verano, estábamos fuera de la casa; Simone se sentó mientras yo recibía a la visitante. Se sentó en un tronco en frente del Valle de Ródano. Es un espectáculo extraordinario, 150 kilómetros de golpe de vista, el Ventoux en medio. La vista va desde Belledone cerca de Grenoble hasta los Alpilles cerca del Mediterráneo. Estaba sumergida en una especie de contemplación que justificaba su posterior 'teoría de la atención'. Su mirada era extraordinaria de una pureza y una inmensidad extraordinaria; de verdadera mirada de atención sobre los seres. Sonreía poco pero penetrante y se sentía que se daba, disponible. Es difícil de explicar, la impresión de que casi algo cuasi sobrenatural entraba con ella".
Su descripción continúa: "Era muy torpe, y el menor esfuerzo físico le costaba mucho, por eso el trabajo era muy duro para ella. Era algo increíble. Estuvimos hablando de los elegidos en el Cielo de modo un poco irónico y decía: 'todo lo que no tuvimos en la tierra lo tendremos en la eternidad'. Esto a medias, porque tenía una concepción de la inmortalidad que sería larga de definir. Era muy divertida, bromeaba fácilmente. Le gustaba contar historias muy divertidas. Un día estaba tan cansada que me dijo que ya no querían que sea profesora, su vida en la fábrica no fue tan bien (porque estuvo en la fábrica y se puso enferma). Estuvo de miliciana en la Guerra Civil Española y tampoco le fue bien. Hubo que repatriarla. Y me dijo: 'ya no me queda más que la acera'; y yo le dije: 'no quisiera quitarle su última ilusión pero me parece que ahí sería lo peor para usted' y me contestó: 'se equivoca, una vez me hicieron una proposición (estaba muy orgullosa) fue un obrero cuando estaba en paro y era muy pobre, parecía muy pobre (que le hizo una proposición, ya me entiende) y había dicho que no'; y el otro le dijo: 'te pagaré' y 'seguí diciéndole que no'. El obrero preguntó ¿Por qué? y ella con mucha calma contestó: 'porque no me interesa nada' y le dijo entonces: 'Pues vaya' y se fue. Tenía mil bromas y era muy divertida".
Thibon cuenta que Simone "era muy agraciada, muy guapa con 14, 15, 16 años, pero la conocí con 32 y ya se veía muy avejentada, un poco encorvada y estaba muy enferma". "No se cuidaba. Como se suele decir 'no se escuchaba', ni siquiera se oía a sí misma", agrega. En el plano del "orden religioso", el filósofo francés apunta lo siguiente: "Hablamos mucho sobre esas cuestiones sin llegar a nada. Le chocaba la continuidad que la Iglesia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, consideraba que Cristo era heredero de la tradición griega o egipcia o cualquier otra que no fuera judía, que aborrecía. Era antijudía (en lo intelectual), no era antisemita. Era judía por otra parte (por su familia), esa no es la cuestión, pero era muy dura, lo mismo que discutíamos sobre Victor Hugo y los romanos, también discutíamos de eso. Casi se puede decir que era víctima de una mala fe inconsciente, ya que todo lo que le parecía bien en el Antiguo Testamento lo atribuía a influencias iraníes o egipcias o lo que fuera. Los judíos pueblo elegido por su ceguera, para ser los verdugos de Cristo. Un pueblo sin raíces que ha quitado las raíces al universo. No hay nada más duro que se pueda decir de ellos. Así era, como con los romanos que también eran la abominación de la desolación. Su sed absoluta a veces se desviaba, se trasponía sobre lo relativo, lo que siempre es muy peligroso".
En relación al trabajo vinícola, Thibon destaca que Simone "trabajaba hasta el final, hasta el agotamiento, con una constancia y ausencia de quejas y de pensar en sí misma que era extraordinario". Y agrega: "(...) Quizás consideraba la suerte de los campesinos peor de lo que era, dada su capacidad para cansarse que no era la de los agricultores. Cuando trabajó para un viticultor amigo, trabajando ocho horas diarias en la vendimia, por la noche estaba tan exhausta que se preguntaba si no se habría muerto sin darse cuenta y si el infierno no consistía en una vendimia eterna, mientras que el vendimiador que trabajaba con ella se iba a bailar".
"Hay una acusación de masoquismo y dolorismo contra ella que me parece completamente falsa. Hay un libro titulado: 'Simone Weil o el odio a sí mismo' y como ella decía, cuando se tienen penas de verdad, cuando se es desgraciado nadie puede desearlo (el placer por el sufrimiento). Ella no buscaba el placer, aceptaba el anonadamiento. No tenía nada contra la alegría, nada contra el placer. Deseaba el placer puro, la sensación pura en un estado que sería deseable para todos los hombres con la condición de que el hombre con su voluntad de poder y su lado que busca el placer no se interponga, entre la sensación y el alma", redondeó Thibon el concepto.
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