"Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal, dejo hablar a todos sin restricción, y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada". "Canto a mí mismo". Walt Whitman
La brutalidad de esta enfermedad es la soledad. Cualquier persona puede elegir estar sola, pero quedar confinado entre cuatro paredes, a la deriva y a expensas de no saber por dónde va a venir el golpe del virus es angustiante.
"Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal, dejo hablar a todos sin restricción, y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza desenfrenada". "Canto a mí mismo". Walt Whitman
Y aquí me pongo a relatar una historia que no es más que un canto a mí mismo, tan "peisonal", tan auto referencial que casi será una crónica de un contador crónico frente al espejo. Confieso que he pecado de soberbia desandando los caminos de estos pandémicos días. Paseé mi humanidad con el descuido y la ignorancia, ignorancia llamada del tipo secundaria (esa en la que uno se hace que no sabe), y todos sabemos, quién más, quién menos, cuáles son las maneras de cuidarse y de cuidarnos del Covid19. Pero estamos todos en la misma bolsa dicen, y efectivamente este maldito virus intruso y traidor se cuela sin decir "agua va". No hay que buscarlo mucho, pues el virus te va a encontrar, más, si no haces lo mínimo indispensable. Repletos de vicios considerados hasta hace un año normales, solo voy a enumerar algunos de los cuales yo he sido parte irresponsable.
1- Se vienen las fiestas ¿cómo no nos vamos a reunir en familia a brindar? Ese fue el hit del verano, nos hicimos soberanamente los desentendidos y organizamos fiestas ilegales, nos reunimos más de diez; los abrazos y los brindis estuvieron a la orden de la noche y los besos junto con los buenos deseos no se hicieron esperar después de un año complicado.
2- Se viene el verano ¿cómo no nos vamos a tomar unos días después de un año de mierda? Ese es el hit actual del verano que corre. Nos hicimos soberanamente los ignorantes y armamos los bolsos, viajamos, alquilamos una quinta, metimos barril, amigos y los abrazos y los buenos deseos veraniegos estuvieron a la orden del día.
3- Hace calor ¿cómo no vamos a ir a la playa, organizar un partidito y después a tomar algo a esos bares tan de moda donde todo el mundo va? Y nos seguimos haciendo los "dobolus" y damos rienda suelta a nuestros instintos básicos de diversión y comportamiento gregario.
Los abrazos dejaron de ser una ausencia, los codos dejaron de ser un instrumento de saludo; el metro y medio de distancia social ya no se aplica en la práctica. Fuimos liberando nuestro comportamiento cauteloso de a poco, relajándonos, teniendo actitudes más laxas con respecto a la pandemia. Es entendible, hastiados de nuestras auto impuestas soledades y auto reprimidos deseos de tener, aunque más no sea, la libertad de elección de hacer lo que quisiéramos. Nada más simple y tan humano como el deseo de querer estar con los viejos, con la familia, con los amigos…
"¡Si no es para ti, será paaaara mí!". Y fue así nomás; la suerte cayó en mí. Mientras escribo este texto, que hoy es mi manera de hacer catarsis, estoy confinado al aislamiento por ser positivo de Covid19. Y no importaron los litros de alcohol; la selección de barbijos de colores, diseños y estilos varios; las medidas preventivas no previnieron y las normas de cuidado social no alcanzaron los objetivos. El bicho entró. Silencioso y sigiloso, llenándome de un dolor corporal intenso y de muchísima incertidumbre.
La brutalidad implícita de esta enfermedad es la soledad; porque cualquier persona puede elegir estar sola, pero quedar confinado entre cuatro paredes, a la deriva y a expensas de no saber por dónde va a venir el golpe del virus es angustiante. En la solitaria habitación, con la cabeza que duele al ritmo de una comparsa descompasada, con los miembros ateridos de un –muchos– dolor/es quemante/s, y con el cerebro que rezuma preguntas de todo tipo; la vida del enfermo -en este caso la mía- pende entre la sinrazón y la cordura. Me niego rotundamente a sobre-informarme con noticias sobre la enfermedad porque corro el riesgo de desinformarme y entrar en pánico; evito los informes respecto a la evolución o involución de la pandemia. Resisto con uñas y dientes rendirme ante la tentación de entrar al teléfono móvil y perder horas navegando para poder desasnarme en las cuestiones sintomáticas o de la naturaleza de los síntomas y las consecuencias derivadas en el antes, el durante y, si hay una instancia posterior, en sus secuelas. La lucha contra uno mismo y contra el virus es minuto a minuto. En el entretanto, el entreacto de un pensamiento y otro, están ellos: la familia y los amigos. Uno les nota la preocupación, ellos disfrazan las palabras de aliento y deseos de fortaleza con una alegría que por más que hagan el intento, es forzada. Uno siente su desesperación, las ganas de estar, ayudar y apoyar en lo que sea; pero por más que se empeñen, no pueden ocultar el temor y el dolor que conlleva tener a un ser querido pasando por esta situación. Y se te revuelve el alma; y se te atornilla el llanto en la garganta. Entonces nos disfrazamos de optimistas, hacemos como que acá no pasa nada y nos dejamos llevar por ese cariño sincero y eterno que sabemos, es y será la energía vital para poder sobrellevar esta jodida enfermedad.
Segunda confesión: yo la tengo leve y por eso me siento un privilegiado. Mis días transcurren entre el sueño y el cansancio, entre el dolor intenso y el aburrimiento adolorido, entre paracetamol y tres litros de agua. El apetito se distancia cada vez más del hambre y las ganas de andar se anidan en las no ganas de nada. Pero no es solo eso. Porque la mente juega malas pasadas y porque, como sabemos, uno no sabe nada hasta que no le toca, y cuando le toca, sabe mucho menos. Entonces no puedo dejar de pensar en los dos extremos de esta pandemia y en las actitudes que se toman frente a la misma. Y más allá de la gravedad, o no, que presenten los enfermos, no puedo dejar de pensar en aquellos que la minimizan, que se declaran anti–vacunas y van elucubrando falsas teorías conspirativas de la industria farmacéutica o gubernamentales; que se cagan en las medidas preventivas y que se mofan de los datos "oficiales" y que van a la deriva evidenciando su "gataflorismo" de si la vacuna sí o la vacuna no. Detrás de cada numerito que nos indica si uno es positivo, hay muchos que sufren y desalientan sabiendo que no solo sos un número en las estadísticas. El cuidado está en nuestras manos (con alcohol), el barbijo está a pedir de boca (y nariz), y la solidaridad nace de uno mismo y es un acto de amor responsable hacia los demás. Saludos, Nicolás "Peisocovid"(*).
(*) Gracias Santi Gogorza por esa palabra tan "Peisadillesca". En todo ese gran ser, existe un gran creativo.
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Las medidas preventivas no previnieron y las normas de cuidado social no alcanzaron los objetivos. El bicho entró. Silencioso y sigiloso, llenándome de un dolor corporal intenso y de muchísima incertidumbre.
La brutalidad de esta enfermedad es la soledad. Cualquier persona puede elegir estar sola, pero quedar confinado entre cuatro paredes, a la deriva y a expensas de no saber por dónde va a venir el golpe del virus es angustiante.