Por Alberto Cohan
Por Alberto Cohan
¿Cuál es la última causa que determina de manera tan brutal nuestra lastimosa situación? No será posible corregir las deficiencias que tenemos en seguridad, ni en educación, ni en justicia, si las consideramos como cuestiones aisladas e independientes. No son compartimentos estancos, por el contrario, son funciones altamente interdependientes del organismo que conforma el Estado.
No será posible solucionar los problemas de seguridad agregando patrulleros, incorporando incesantemente agentes de policía -jóvenes que solo buscan una salida laboral sin ningún compromiso con su labor-, tampoco aumentando el infinito universo de reglamentaciones o corrigiendo leyes.
No se trata de plantear una utopía donde ciudadanos virtuosos en sintonía con la misma la hagan posible; se trata de lograr una convivencia pacífica, donde cada individuo de forma voluntaria y espontanea pueda desarrollar y construir su vida en el mejor entorno posible, donde los intercambios de toda naturaleza lleven implícitos una relación ganar-ganar, es decir sean beneficiosos para todas las partes.
Donde la cooperación voluntaria sea la argamasa, que con la garantía de protección del Estado genere la sinergia necesaria para la creación de riquezas que se distribuyan equitativa y eficientemente entre los productores de las mismas. Riquezas de todo tipo, no solo materiales. Una mayor riqueza material, con el tiempo lleva a mayores riquezas en la calidad de vida de los individuos… salud, educación, cultura, etc.
Es necesario revalorizar los principios éticos que son válidos en todo tiempo y lugar, y que impulsan el florecimiento de una sociedad de ciudadanos libres, donde la responsabilidad individual se forje entre los demonios del egoísmo y los ángeles del altruismo en esa tensión debe resolverse el proyecto de vida de cada uno de nosotros, sabiendo que el Estado nos asegura la igualdad ante la ley y no a través de ella.
Donde el amor por el cumplimiento de la ley sea la norma y la transgresión a la misma sea condenada, primero socialmente y luego penada con los medios que la legalidad lo considere.
Donde la justicia sea dar a cada uno lo que le corresponde según su mérito, su esfuerzo y su dedicación, y no en virtud de lo que la "justicia social le asigne", perversa idea ésta como pocas, que tras décadas de ser la herramienta insignia para combatir la pobreza, miremos hoy adonde nos ha llevado.
Es imprescindible y urgente poner en valor esas "viejas" y "pasadas de moda" virtudes: la honestidad, la verdad, el mérito, el trabajo, el ahorro, el esfuerzo, la rectitud, la disciplina, la perseverancia, el respeto, la higiene, la urbanidad y buenos modos, la temperancia, el autocontrol y el dominio de los propios impulsos y pasiones, el amor a la ley, a las normas de convivencia, a los mayores y a la familia; así como también la importancia del progreso y de la ciencia, el respeto por las instituciones y el cumplimiento de los deberes cívicos, entre otros, es decir intentar reconstruir prácticas de comportamiento "ideales" y "civilizadas"
¿Es esto pacato? ¿Ha quedado fuera de época? De ninguna manera, la realidad que hemos logrado en este tiempo "progre" es de una mediocridad insoportable, la degradación cultural alucinante, el envilecimiento moral atroz!!!
Y los responsables somos todos nosotros, hemos dejado dócilmente que la perversidad permee cada vez más a nuestro entorno, no debemos seguir permitiendo que la superchería, la brujería, la ignorancia, el gualicho de las recetas de la izquierda reaccionaria sigan modelando tan groseramente nuestra sociedad.
Es que debemos plantear con claridad los opuestos al momento de contrastar formas de actuar: así se generará un juego de valores y contravalores, los primeros deseables y los segundos detestables, de esta manera debemos exigir a nuestros amigos, a nuestros familiares, compañeros de trabajo, al empleado que nos atiende en un negocio u oficina pública el respeto irrestricto a estas sabias y perennes pautas de convivencia.
No podemos conformarnos "con lo que hay", "con lo políticamente correcto", esta actitud de dejar hacer, dejar pasar, dejar que minorías intensas que gritan más fuerte impongan sus disvalores que degradan constantemente la paz y el desarrollo social, debemos dar la batalla.
Educar contra los vicios parece arcaico, algo ido al pasado sin retorno, ingenuo, dando paso a lo grotesco, al vale todo, a la falta de delicadeza, a la ausencia de estética y de la representación impresionista y romántica del mundo, todo esto parece caduco, anquilosado, se obtura de distintas formas, planteándolo como ridículo, pasado de moda, conservador o reaccionario. Todo ello a través de un discurso único.
Va de suyo que nos es así, obviamente no es así, la realidad nos lo demuestra, seguir insistiendo en las recetas fáciles del falso progresismo sólo nos degrada y envilece.
Podemos elegir continuar con la facilidad de esta laxitud moral lograda, como dice Hamlet: "He ahí el dilema. ¿Qué es mejor para el alma, sufrir insultos de Fortuna, golpes, dardos, o levantarse en armas contra el océano del mal, y oponerse a él y que así cesen?" No debemos conformarnos con "esto", es nuestro deber y obligación oponernos con todas nuestras fuerzas.
¿Qué son nuestras vidas si no un imperativo moral de aspirar a la perfección del ser humano? Objetivo inalcanzable quizás, pero no por ello debe abandonarse.
La convivencia social requiere instituciones sólidas, requiere de una conciencia que proteja y fomente los derechos más fundamentales de las personas para no caer en la degeneración de los modelos colectivistas que tanta muerte y desolación han llevado al mundo durante demasiado tiempo.
(*) Fundador y Presidente de Asociación Civil Río Paraná. Miembro del Club Político Argentino y miembro fundador de Profesores Republicanos.
Es imprescindible y urgente poner en valor esas "viejas" y "pasadas de moda" virtudes: la honestidad, la verdad, el mérito, el trabajo, el ahorro, el esfuerzo, la rectitud, la disciplina, la perseverancia, el respeto, la higiene, la urbanidad y buenos modos, la temperancia, el autocontrol y el dominio de los propios impulsos y pasiones, el amor a la ley, a las normas de convivencia, a los mayores y a la familia; así como también la importancia del progreso y de la ciencia, el respeto por las instituciones y el cumplimiento de los deberes cívicos, entre otros, es decir intentar reconstruir prácticas de comportamiento "ideales" y "civilizadas"