Nos escribe Leo (47 años, Capital Federal): "Hola Luciano, te escribo porque con mi pareja empezamos una terapia de pareja y no sé si sirve mucho. Ya fuimos un par de veces, pero no veo resultados, nos terminamos peleando ahí y la última vez dije que no iba a volver, porque nos vamos a terminar separando, entonces no le veo sentido al espacio. ¿O será que hay que cambiar de profesional? Muchas gracias como siempre".
Querido Leo, muchas gracias a vos por tu consulta, que toca un punto sobre el que hubo bastantes correos en este último tiempo. Así que es una gran oportunidad para despejar dudas compartidas por otros lectores.
Vayamos directamente al hueso del asunto: ¿cuándo sirve la terapia de pareja? Porque no alcanza con que dos personas estén pasando un mal momento para que pidan un espacio conjunto. Más bien tiene que ocurrir que el malestar por el que lo piden tenga alguna trama común. Por ejemplo, conflictos por los que discuten, al cabo de los cuales, terminan siempre en actitudes estereotipadas: uno se enoja y, el otro, amenaza con el fin de la relación. Es un caso típico, en el que seguro podrá reconocerse, después de algunas entrevistas, que quien se enoja quizá está angustiado y quien amenaza con separarse está más enojado que el otro, pero no quiere separarse; es decir, la "trama común" de que hablaba es la que permite reconocer roles y un circuito más o menos habitual, de acuerdo con el cual los motivos son secundarios; podrían haber discutido por cualquier cosa, porque lo que está en primer plano es actuar los conflictos y reproducir el patrón de conducta que mencioné.
Sin embargo, es cierto que es cada vez menos frecuente que un espacio de terapia de pareja sea para hacer el trabajo que mencioné. Hoy en día suele ocurrir una triple situación: que llegue a la consulta una pareja que ya está separada hace rato y no sabe cómo separarse, con lo cual es preciso trabajar mucho para que la separación no sea temida; que lleguen dos personas que están juntas quizás hace mucho tiempo, pero no son una pareja; que lleguen dos que necesitan aprender a conversar para ver si, con el tiempo, serán una pareja o no.
Vamos a considerar cada uno de estos casos:
1. Siempre digo, querido Leo, que una separación no se decide. Si volvemos al ejemplo que mencioné al comienzo, podemos ver cómo la amenaza de separación es una de las vías más corrientes para sostener una relación; pero hablar de separarse en serio es otra cosa. Para esto hace falta una enorme madurez emocional, la de aceptar que un vínculo, a pesar del amor que puede incluir, debe cambiar de estatuto. No terminar, sino modificarse. Si eso lleva a que dos personas no sea vean más, es difícil saberlo.
También es cierto que un vínculo no termina porque dos personas dejen de verse. Entonces, lo central es que una separación no es algo que se decide, sino que se acepta… por lo general, cuando ya ocurrió. Cuando diferentes personas me suelen preguntar si tienen que separarse, yo les respondo: "No sé, eso es algo de lo que te vas a enterar un día y ahí sí vas a encontrarte con una certeza". Quiero decir, una separación no se planifica y puede ser que en el espacio terapéutico dos personas descubran que algo entre ellos ya terminó y puedan hacer de la separación un nuevo encuentro.
Con esto no quiero decir que una terapia de pareja es separarse, pero sí puedo afirmar que está destinada al fracaso toda terapia que se busque con el fin de no separarse. Vayamos al segundo caso.
2. Muchas veces ocurre que en el consultorio tenemos a dos personas que hablan entre sí, incluso acerca de ellas, pero nos preguntamos: ¿dónde está la pareja? Porque escuchamos que se cruzan reproches, que se lanzan acusaciones o se usa el espacio para que un tercero haga de árbitro, porque lo que está en juego es que son dos personas que buscan cambiarse una a la otra; es decir, antes que una trama común, lo que encontramos es que el conflicto es con el otro en sí, con el otro como tal, porque no se aviene a nuestras expectativas o intenciones.
Se trata de situaciones difíciles, porque no es raro que en estos casos se transgredan límites que uno esperaría que estén asegurados en un vínculo; me refiero a que en este tipo de relaciones se le puede decir cualquier cosa al otro, porque lo que está en el centro es una disputa de poder con el fin de imponer el propio punto de vista. A estas encrucijadas yo las llamo "que el otro entienda" y, la verdad, querido Leo, es imposible hacerle entender algo a alguien: nadie puede entender nada que no quiera entender, o que no haya entendido antes, es decir, lo claro es que bajo la pretensión de hacerle entender algo al otro -que podría parecer de lo más racional- está el anhelo de que los dos piensen lo mismo. Y donde dos piensan de la misma manera, no hay pareja, sino fusión o uso del otro como instrumento personal para la propia fantasía.
3. Más arriba me referí a la búsqueda de un tercero. Un terapeuta de pareja no es un observador exterior que dirá qué es preciso que esas dos personas hagan. Tampoco está para entrar en alianza con ninguna de las dos personas -a veces alcanza con que lo intente para que los otros dos, si son una pareja, lo expulsen-, sin embargo, es en cierto modo un tercero; pero su "terceridad" no es porque sean tres personas en el consultorio, sino que se juega en representar el lugar de la palabra con todas sus ambigüedades y malentendidos.
Me explicaré mejor. Para que una terapia de pareja sirva, es preciso que las dos personas que consultan estén de acuerdo -más acá o más allá de todos los conflictos que tengan- en que hay algo que no están pudiendo hablar y no porque les falta claridad o un modo mejor de expresión, sino por el hecho de que son parte interesada. El primer paso en la consulta está en poder salir de la prisa por interpretar lo que el otro dice, para pensar que hay algo que no podemos escuchar del todo; que muy rápidamente decimos "el otro dice esto", pero puede no ser así y se trata de incorporar esa indeterminación.
Lo digo de un modo más simple: al otro le pasa algo conmigo, que no sé qué es, que tal vez no le hace bien y necesitamos tiempo para saber de qué se trata. La consulta de pareja no es para nada pragmática: no es para ir un par de entrevistas y que los problemas se resuelvan, más bien te diría, querido Leo, es para aprender a tener problemas. Una pareja o dos personas van a terapia de pareja, no porque tengan muchos problemas, sino porque -por el contrario- no pueden tener problemas comunes.
También diría, Leo, que una terapia de pareja necesita en su inicio que las dos personas puedan correrse de pensar que si el otro está mal es a causa de uno; cuando pensamos según una idea de causa lineal, no hacemos más que pensar racionalmente lo que en el inconsciente se vive como culpa. Poder pensar en términos de vínculos es para dejar de creer que la causa es unidireccional; por ejemplo, dos personas solicitan terapia porque una fue infiel, pero para hacer un tratamiento ambos tienen que dejar de creer que la infidelidad es la causa de su mal, algo que uno le hizo al otro, cuando se trata más bien del modo en que se resolvió entre ellos un conflicto que no pudieron o supieron ver antes.
Querido Leo, me despido con estas líneas, para que puedas reflexionar sobre si tu caso es alguno de los que menciono y, en particular, te diría que más que cambiar de profesional -quizá todavía es pronto- a lo mejor conviene meditar sobre las condiciones para sacar mejor provecho del espacio.