A la manera de un crash test institucional, la fuerte movida opositora en la Cámara de Diputados para forzar al oficialismo a tratar la implementación del sistema de boleta única electoral generó una fuerte onda de choque y disparó los airbags de quienes se sintieron amenazados por el impacto.
Y es que, bajo riesgo de abuso metafórico, hay que admitir que la embestida excedió su condición de prueba de fuerza y resistencia, para amenazar con convertirse en un choque en cadena.
Tal como estaba previsto, la instalación del debate sobre la boleta única (con amplio consenso en la oposición e incluso en algunos sectores no gobernantes del peronismo, activa insistencia de parte de las organizaciones de la sociedad civil y un abanico de ventajas que atañen a la transparencia, la economía y el sentido común) era la forma de empujar un avance en la mejora del sistema electoral, pero también una estrategia para tantear las posibilidades de la relación de fuerzas en el Congreso.
A la luz de los resultados obtenidos se puede extraer algunas conclusiones provisorias, confirmando presunciones o ajustando la evaluación. La oposición no tiene poder suficiente para obligar al debate sobre tablas de un asunto que no tenga previo despacho de comisión; pero sí para que ese tratamiento previo se produzca de una vez por todas. Y, dictamen en mano, estar en condiciones de ganar una votación por mayoría simple.
Claro que esto es así en la Cámara de Diputados, ya que en el Senado (a menos que la ficticia división del bloque oficialista para punguear una banca en el Consejo de la Magistratura se vuelva real, cosa que siempre puede ocurrir) el peronismo sigue siendo hegemónico, y constituye una pared contra la cual se estrellará cualquier movimiento que no responda a su agenda. Que es decir, la de Cristina Kirchner. Aún así, el escenario desplegado constituye una absoluta novedad, y supone un punto de inflexión en el desenvolvimiento del Congreso hasta el momento, en términos de quien define la agenda y de qué modo se toman las decisiones.
En cuanto a la agenda de Cristina, se ocupó de dejar en claro que ningún mecanismo electoral que amenace el status quo permitido por el actual (en cuanto a fondos para impresión, distribución y portación de boletas, y usabilidad más controlable de las mismas) tendrá chances en la Cámara donde ella gobierna. Sobre todo si, para colmo, parece efecto de una afiebrada conspiración de los otros partidos, incompatible con las necesidades de la población (a diferencia de, parece ser, modificar la composición de los tribunales y de la propia Corte Suprema, o tirotear al Poder Ejecutivo, como si se tratase de los patos de las ferias de atracciones). En todo caso, no se advierte por qué si sus preocupaciones están centradas en las urgencias económicas y sociales (cuya responsabilidad también asigna a "otros", quienquiera que sean), le dedicó tanta atención a ese tema secundario, como si se tratara de una amenaza.
Sería redundante repasar aquí las múltiples y evidentes ventajas de la boleta única electoral, que de sobra conocemos los santafesinos. Más complicado, en todo caso, resulta encontrar suficientes y tan importantes desventajas como para que la actual sábana sea preferible. Pero de alguna manera, la vicepresidenta aprovechó la ocasión de su doctorado honoris causa, otorgado por la Universidad del Chaco en atención a su "su trascendente aporte a la consolidación del sistema democrático argentino", para desplegarlos. Como un airbag.