I
I
La historia y la fe; la lucidez y el coraje; el dolor y la esperanza, lo forjaron. El estado de Israel fue un sueño, un proyecto y una gesta. Hombres sabios, templados y valientes lo hicieron posible. Hombres y mujeres. Forjarlo costó "sangre, sudor y lágrimas". El libro, la azada y el fusil se conjugaron para hacer posible la hazaña de una nación para el pueblo judío. Una nación y un estado. El mandato atravesaba siglos, el vértigo de un tiempo en el que la leyenda se confunde con el mito y la fe: un hogar para el pueblo del libro. Años, siglos de persecuciones, de pogroms, de discriminación, de martirio, inspiraron la hazaña redentora. La oración del rabí se conjugó con el discurso ilustrado de la razón. La mística y la inspiración; la utopía y el realismo; la historia y la memoria; la religión y el socialismo; la teología y la ilustración. Sus padres fundadores siempre tuvieron claro el mandato histórico. Israel se fundaba para cobijar al pueblo judío, pero también para hacer posible el aporte para un mundo más justo. Un humanismo áspero, austero y empecinado. Capaz de vivir por una causa, morir por una causa y matar por una causa. La ley religiosa, la ley moral y la ley jurídica, unida en un solo haz. No hay pueblo sin mandato y sin ley; y no hay pueblo que no se proponga poner límites a los que mandan. Afrontar el desafío de nunca más ser corderos que marchan impotentes al matadero. Ni corderos ni lobos. Un pueblo libre de hombres libres para un mundo libre.
II
Theodor Herzl era un judío de Viena. Escritor, periodista, letrado, brillaba por su inteligencia y elegancia. No ocultaba su condición de judío, pero no parecía ser la condición más importante de su vida. Un judío asimilado como se dice. El diario para el que escribe lo envía a París para escribir sobre los avances y las transformaciones de la Ciudad Luz, sobre sus intelectuales, sus políticos y sus artistas. Herzl viaja entusiasmado. Frecuentará escritores, políticos, pintores, músicos y hermosas mujeres. Hasta que estalló el denominado "caso Dreyfus". Alfred Dreyfus, militar francés de lejana ascendencia judía, es acusado de traidor a la patria, Juicio y castigo. Y cárcel en el infierno. El viejo nacionalismo francés, agresivo, discriminador, intolerante y racista resucita vigoroso y feroz. "Muerte para Dreyfus y muerte para los judíos". Herzl contempla azorado el espectáculo sin perder la lucidez. Los principales diarios de Francia y la mayoría de la clase dirigente movilizada contra los judíos. Manifestantes en las calles atacan sinagogas y escuelas. "Muerte a Dreyfus y a los judíos". Los ataques son los de siempre, porque se reiteraron durante siglos y se siguen reiterando: los judíos son perversos, desde las sombras manejan y corrompen al mundo son enemigos de Dios y crucificaron a Jesús, secuestran niños para extraerla la sangre y celebrar sus satánicos ritos. Herzl, el joven intelectual, elegante, buen mozo, halagado y mimado en los salones de Europa, siente que en su vida se ha producido un cambio irreversible. La primera lección que aprende es que hagan lo que hagan los judíos siempre serán perseguidos. Religiosos o laicos, niños o ancianos, ricos o pobres, su destino es la persecución, el pogromo, la humillación y la muerte. Dreyfus es el ejemplo: judío asimilado, laico, con escasos vínculos con su comunidad… nada de ello impide el linchamiento público. Como va a escribir después otro intelectual judío: "Ocultes o disimules o niegues tu origen, los otros te harán recordar tu condición de judío y te lo recordarán de la peor manera".
III
La experiencia "Dreyfus", marca un antes y un después en la vida de Herzl. Su conclusión más importante es más o menos la siguiente: "A los judíos siempre nos van a castigar; poco importa que nos asimilemos o no. El caso Dreyfus es la gota que rebalsa el vaso. Hasta que no tengamos un estado y un territorio propio correremos el riesgo de ser perseguidos y asesinados". El sionismo acaba de fundarse. El estado de Israel será una empresa humana. Democrática, republicana y conformada por trabajadores y ciudadanos. Más de un judío ortodoxo observará que la tierra de Israel vendrá con la llegada del Mesías. La respuesta es inmediata: cuando llegue el Mesías veremos, mientras tanto no podemos presenciar impotentes las persecuciones y la muerte. Estas opiniones Herzl y los sionistas las escribieron y las dijeron al iniciarse el siglo XX, cuatro décadas antes del Holocausto. Con Herzl los judíos adquieren identidad política en el mundo moderno, en el concierto de las naciones. La tarea no será fácil. Después de algunas vacilaciones, se persuaden que la tierra prometida es la que se conoce como Palestina. No es un deseo caprichoso. Una larga saga histórica, configurada con documentos, pero también leyendas y mitos, así lo prueba. No se trata de tierras en las que abundan "las mieles y las mieses", son tierras áridas, despojadas, ásperas que serán colonizadas con las tres grandes virtudes del pueblo judío: el trabajo, la inteligencia y el coraje.
IV
En 1948, las Naciones Unidas, por voto mayoritario que incluye a la URSS, EE.UU. e Inglaterra, entregan tierras para fundar el estado de Israel. La decisión no hace más que confirmar un dato consistente de la realidad. A la hora de la convocatoria de la ONU, el pueblo de Israel acude a la cita con su ejército, su economía, su parlamento, su justicia independiente y con un idioma propio, una verdadera hazaña lingüística. Todos los atributos de estatidad y nación están presentes. Incluida la sangre derramada. Hombres sabios, valientes y prudentes hicieron posible la hazaña. Al pueblo judío nadie le regaló nada. Conocieron el dolor, la humillación y el genocidio. La tragedia y el desierto los endureció. Lo dijo Ben Gurión, uno de los grandes estadistas del siglo veinte: "De aquí en adelante, nunca más permitiremos que alguien mate a un judío sin pagar un precio muy alto por ello". Todo lo ganaron comprometiendo su vida. Ahora disponían de un pueblo y un estado donde todos los judíos del mundo podrían acogerse. Llegan a Israel los judíos de todo el mundo, los expulsados de los países árabes y los sobrevivientes del Holocausto, un "detalle" que los empecinados críticos de Israel, en más de un caso judeofóbicos declarados o disimulados, parecen olvidar o subestimar. A la patria los judíos la ganaron con el trabajo y el fusil; con ideas, creatividad y sacrificios. Y la defienden con la pasión de quienes padecieron todos los horrores concebibles y saben que los enemigos que en su momento se ensañaron, aún persisten con su antisemitismo. No olvidar que Israel es el único estado en el mundo cuya existencia es negada por sus enemigos que no son pocos. Setenta y pico de años después, las principales consignas de los padres fundadores se mantienen más allá de fanatismos religiosos de ortodoxos que poco y nada hicieron para forjar la patria, más allá de políticos oportunistas y corruptos. Errores políticos, excesos, el gobierno de Israel como cualquier gobierno del mundo tiene derecho a equivocarse, como sus ciudadanos tienen el derecho, ausente en todo Medio Oriente, de sacarlo de sus puestos con el voto o encarcelarlos por corruptos previo juicio de jueces de un Poder Judicial independiente. Setenta y pico de años de historia, pero los primeros versos de Hatikva, su himno nacional, mantiene rigurosa actualidad: "Mientras en lo profundo del corazón, palpite un alma judía, no se habrá perdido nuestra esperanza, la esperanza de dos mil años de ser un pueblo libre en nuestra tierra".