Por Susana Ibáñez
Por Susana Ibáñez
En un pueblo del centro de la provincia de Buenos Aires, un niño social y emocionalmente vulnerable acusa al chofer del colectivo escolar de haber abusado de él. La revelación sacude la paz provinciana, mina las bases de amistades sólidas, saca a la luz intimidades y secretos. Aunque el destino del acusado puede preverse durante la lectura, las dudas quedan, los interrogantes persisten, y se resuelven en una escena final breve y demoledora en su sencillez, inolvidable. Ese es, a trazo grueso, el argumento de "El silencio", la nouvelle que Juan José Burzi acaba de sacar en Galerna.
Además de escritor, Burzi es traductor y corrector literario. Ha publicado los libros de cuentos "Un dios demasiado pequeño" (Edulp, 2009), "Sueños del hombre elefante" (Gárgola, 2012), "Los deseantes" (Zona Borde, 2015) y "Shibari" (Evaristo Editorial). Su trabajo anterior a "El silencio", "La mirada en las sombras" (17grises, 2019), consistió en misceláneas y ensayos sobre Caravaggio, y obtuvo el Primer Premio Municipal bienio 2018/2019. También escribió para el público infantil. Edita la revista de crítica Los Asesinos Tímidos, publicación de culto que reúne las voces más interesantes de la literatura contemporánea
"El silencio" hace una propuesta que se desmarca de la producción literaria de Burzi, conocida por su tratamiento de lo siniestro, las deformidades y los tabúes. Admirado por su maestría para tocar temas difíciles y por no tener pruritos al momento de escribir sobre sexo, perversiones y detalles escabrosos, en este caso aborda una historia de pedofilia a través de un realismo que exhibe una marcada vocación de objetividad, un realismo despojado de ornamentos, casi etnográfico en su poder de observación de las conductas rutinarias y esperables de habitantes de pueblos como Hueso Blanco.
El concepto de realismo es por cierto complejo, problemático. El realismo decimonónico se basaba en la continuidad entre lo narrado y lo vivido, en la similitud: bien decía Foucault (2004) que la similitud organiza el juego de símbolos, permite el conocimiento de lo visible y de lo invisible, y organiza la exégesis y la interpretación de los textos. Pero desde su surgimiento el realismo literario ha ido cambiando para representar nuevos escenarios sociales. Hoy este estilo ha borrado sus propios límites hasta incluir una cantidad inimaginable de detalles y desafiar el verosímil con tramas intrincadísimas.
En el caso de "El silencio", no se trata del realismo histérico de Eugenides, Pynchon o Rushdie, ni de un realismo caótico que busque mostrar la interrelación de todos los elementos de nuestro mundo: trata un tema difícil y se concentra en la individualidad de personajes de las clases medias y trabajadoras, describe escenarios reconocibles y personajes familiares, pero se escapa de sus límites y logra que el pueblo sea el mundo y que los vecinos seamos todos nosotros.
El material ha sido cuidadosamente ordenado: la escena de apertura muestra a Alicia Andreani tratando de llegar a un supermercado alejado de su barrio y recibiendo con paciencia un insulto de parte de una vecina. ¿Por qué caminar tanto para hacer una compra? ¿Por qué no reacciona ante un insulto tan desubicado? Los interrogantes, hábilmente sembrados al inicio de la narración, impulsan la lectura. La madre de Axel Coria se ha encargado de que todo el vecindario se entere de que Carlo Andreani ha abusado de su hijo. A esto le sigue la denuncia, el espesamiento de la trama, los detalles que queremos y no queremos conocer. La acusación surge junto con la duda: ¿el niño cuenta esto para que sus padres dejen de pegarle o dice la verdad?
Para sostener el suspenso Burzi presenta a los personajes de a uno, cuenta su historia y luego los relaciona con la denuncia, con la defensa, con la investigación. Los personajes parecen actuar tras una vitrina, como si el narrador fuera mostrándolos de manera alternada para que los observemos en su interacción y nos asombremos con él de lo que son capaces de hacer. El mismo cristal que los revela oculta con su reflejo lo que necesitamos conocer para despejar nuestras dudas. Sabemos quién es el abogado que se encargará de salvar a su amigo, qué piensa la maestra de Axel, qué hace su esposa, Alicia, qué dice el mismo Carlo. Sabemos también que su hija, Ana, se ha distanciado de los padres y que los ha dejado solos en un pueblo en el que ahora todos los odian. Pero ignoramos motivaciones, detalles, proyectos. Nos convertimos, así, en parte de ese pueblo que observa y se indigna, que grita sin saber.
Las voces de los vecinos, que primero apoyan a Andreani porque desprecian a los Coria y luego cambian de postura, le dan a la historia una reverberación coral. El pueblo se convierte en un personaje más: se indigna, duda, insulta y, finalmente, calla. Esta masa de voces que se oye al fondo de la historia se corresponde con una geografía desmesurada en la que las calles se suceden interminables y culminan en asentamientos precarios, en la que el cementerio y la comisaría se extienden como los de una gran ciudad y los barrios se distancian al punto de garantizarle a Alicia cierto anonimato si las piernas le permiten recorrer veinte cuadras y alejarse de sus vecinos más cercanos. A este espacio extendido, la presencia de un colectivo escolar anaranjado, el que conduce Andreani, le da un matiz foráneo, cinematográfico.
El diseño de este espacio desafía los límites que impone la verosimilitud y sugiere que esta historia podría ocurrir en este país y en muchos otros, en este pueblo y también al lado de casa. A través de una narración en tercera persona, limitada a lo que puede verse y oírse de los personajes –también a sus deseos, miedos y expectativas, aunque de una manera distante–, se va mostrando la red de relaciones que convierte a Hueso Blanco en un núcleo humano complejo y atormentado, deseante y temeroso, vociferante y a la vez reprimido. Este pueblo-mundo, evocador de "La Colmena" de Cela y del "Payton Place" de Metalius, es un lugar donde, además de abusos, proliferan otras formas de violencia: la discriminación en la escuela, la agresión física contra las mujeres, la traición, el abandono, el ostracismo.
Lo que nos acompaña a lo largo de la lectura es, sin duda, esa violencia última, el silencio. Creo que la clave de esta nouvelle está enunciada claramente en el título. La historia trata también sobre las perversiones, sobre la infancia vulnerable, pero especialmente sobre el poder que tiene el silencio cuando lo convertimos en un arma. Y silencios hay muchos en esta nouvelle: uno de ellos se manifiesta en la distancia entre el narrador y los personajes, necesaria en una historia que precisa de la duda y del misterio para funcionar, ya que este vacío permite ocultar la emoción y la intimidad. El silencio reaparece en la postura que toman algunos personajes que prefieren callar para alejarse del conflicto, aunque de esta manera se prolongue una conducta execrable. El silencio aflora en el llanto –una imagen recurrente en la historia es la del llanto silencioso–, es intrínseco a la infidelidad, es parte de la mentira, espera a los personajes en la noche solitaria y se queda con nosotros al cerrar el libro, hermano ahora del instante eterno y maravillado que sigue a la música y precede el aplauso.
(*) "El silencio". Nouvelle. Editada por Galerna, año 2022, 144 páginas.