Nos escribe Ernesto (53 años, Río Gallegos): "Estimado Luciano, es un gusto escribirte, después de haber leído tu última nota sobre adolescentes, porque yo tengo un hijo de 17 años que me tiene preocupado. Es medio retraído, no quiere invitar a nadie a la casa, pero esto no es todo, porque al mismo tiempo se hace el canchero con los hermanos y los molesta de más; con la madre nos preguntamos cómo manejarlo, incluso nos pasa a nosotros, que a veces nos patotea -nada grave, es solo algo desubicado- y no sabemos cómo intervenir. Ya encargamos tu libro sobre adolescentes, pero si podés decir algo sobre este tema puntual, muchas gracias de antemano".
Querido Ernesto, muchas gracias por tu mensaje y comienzo con una aclaración: ¡no es necesario que encarguen mi libro para hacer esta consulta! El libro está por si alguien quiere ampliar los temas, pero no es un requisito. En efecto, una de las cosas más divertidas de escribir "Esos raros adolescentes nuevos", fue que la última parte incluye preguntas de padres y madres sobre los grandes temas de ayer y hoy: el consumo, los límites, la sexualidad, etc. Tranquilamente tu consulta podría haberse sumado a ese apéndice.
Vamos por partes. Por un lado, tenemos a un chico que está a dos aguas, entre su vida privada y lo que parece una vida pública que todavía no se desarrolló. Digo esto último por lo que me contás, de que no quiere invitar a nadie a casa; es decir, aún no se siente seguro como para mostrar su intimidad a otros. Este es un fenómeno típicamente adolescente. ¿Por qué? Porque él todavía se está desprendiendo de su imagen infantil y teme que se la vea. Ustedes pueden ser los mejores padres del mundo, pero no se salvan de producir algún tipo de vergüenza. No por ustedes, sino porque su hijo no puede salir al mundo público con la representación de su rostro de niño.
Por cierto, en esta etapa preliminar es que busca compensar con sus hermanos menores lo que todavía no tiene asegurado para sí. Por eso se hace el "canchero". No es algo dirigido hacia sus hermanos, como una reacción de hostilidad, sino que es una defensa respecto de un conflicto interior. Todavía no puede ser aquel que quisiera ser, como no sea reactivamente.
Claro que esto no quiere decir dejar pasar las situaciones. Solo que no es lo mismo que la escena sea interpretada agresivamente, a que se la pueda ver en todo su espesor y analizar con comprensión. Esto vale también para lo que ocurre con ustedes; no creo que se trate de un adolescente desafiante, que busca poner a prueba los límites -de hecho, es lo que vos me decís, Ernesto, cuando me contás que su patoteo es más "desubicado" que "grave"-, sino de un joven que todavía no tiene un interlocutor con el que medirse en vistas de convertirse en una persona adulta.
Diría que, entonces, es más bien torpe. "Desubicado" quiere decir "fuera de lugar" y de esto se trata, de que progresivamente vaya encontrando cuándo, dónde y con quién actuar en función de un nuevo rol, el de su representación extra-familiar. Si todo va bien, lo cierto es que con el tiempo la relación tensa con los hermanos se aquietará y dará paso a una especie de indiferencia; ya no necesitará compararse con ellos, ni buscar diferenciarse a través de una compensación.
Creo que, en este punto, querido Ernesto, también hay que tener en cuenta que hoy no hay tantas "instituciones de adolescencia" -como las llamo en mi libro- que permitan hacer un pasaje organizado y progresivo desde la vida familiar hacia el mundo público; entonces no es raro que, antes de dar ese paso, los chicos refuercen ciertas conductas en el ámbito de la vida doméstica, porque la sociedad dejó de dar herramientas para una transición.
En otro tiempo, había una serie de figuras intermedias -preceptores, tíos, vecinos y otra gente del barrio- que cumplían el papel de mediar y permitirles a los chicos "jugar" a ser más grandes cuando todavía no lo eran. Hoy esos roles están en retroceso y, entonces, en el seno de la familia nos encontramos con estos muchachos que ya son grandes, pero necesitan hacer un esfuerzo enorme para escapar de su identificación con el niño que fueron.
Para ir terminando, un breve consejo. Me refiero a que es importante no adoptar una actitud punitiva con los chicos en esta actitud. Primero, porque los haría inhibir un proceso que está en marcha. Luego, porque reforzaría su rol infantil. Por ejemplo, si le da vergüenza invitar a alguien a la casa, propóngale que lo haga en algún momento en que pueda estar solo; pueden habilitarlo sin quedar en espejo o afectados porque él necesite ir más allá de la referencia en lo familiar.
Con esto último, me refiero a que también a los padres se nos juega algo importante en relación a ver que los chicos necesitan trascendernos. Darles libertad no significa dar permiso para hacer tal o cual cosa; la lógica del permiso todavía es de la infancia. La cuestión está en darles la chance de tener experiencia y no quedarnos enganchados en que la vergüenza que ellos puedan sentir por nosotros sea a causa de nosotros, sino recordar que es el modo en que se van despidiendo del niño que fueron, ese hijo que quizá nosotros soñamos y al que ellos van a tener que defraudar para tener una vida propia.
(*) Para contactarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com.
En otro tiempo, había una serie de figuras intermedias -preceptores, tíos, vecinos y otra gente del barrio- que cumplían el papel de mediar y permitirles a los chicos "jugar" a ser más grandes cuando todavía no lo eran. Hoy esos roles están en retroceso y, entonces, en el seno de la familia nos encontramos con estos muchachos que ya son grandes, pero necesitan hacer un esfuerzo enorme para escapar de su identificación con el niño que fueron.