Nos escribe Adela (36 años, San Fernando): "Buenas tardes Luciano, te escribo para hacerte una consulta sobre un tema que me tiene a mal traer. Estoy preocupada porque me dijeron que mi hijo de 5 años tiene trastorno de déficit de atención con hiperactividad y para mí es una sorpresa enorme. Imaginate que de golpe me están hablando de una medicación, de una cantidad de terapias, con mi pareja estamos un poco desesperados. Quisiera saber tu opinión y si podés que nos recomiendes un profesional".
Querida Adela, primero que nada entiendo tu desesperación. Hay mil detalles que necesitaría saber para poder expresar mejor mi opinión y, mucho más, para recomendar un profesional. Lo que sí puedo decirte es que ninguna evaluación en la infancia es concluyente. Y, además, estamos ante uno de los diagnósticos más polémicos de los últimos años, por su extrema difusión y por la implementación irrestricta de tratamientos supuestamente integrales que, en nombre de no perder tiempo, se vuelven precipitados e invasivos.
Con esto último no quiero decir que el diagnóstico de trastorno de atención, con o sin hiperactividad, no refiera a una realidad. El punto es que esa realidad puede ser muy diversa. Algo parecido ocurrió cuando se empezó a hablar de "espectro" autista, sin tener en cuenta que entre los extremos puede de haber diferencias sustanciales y no hay un tratamiento unívoco. En salud mental, los protocolos tienen que ajustarse a la singularidad y no al revés.
Dicho esto, querida Adela, te daré mi opinión personal -profesional- sobre el diagnóstico, que me importa mucho menos que el modo en que se lo establece. Por mi parte, solo creería en la evaluación de alguien que hubiera visto a tu hijo en varias ocasiones y durante sesiones prolongadas. Algo tan importante como un diagnóstico no puede hacerse a través de llenar planillas ni de "oídas". Y si se utilizan las planillas, tienen que ser completadas in situ, a través de la discusión de ejemplos y contraejemplos, para evitar sesgos iterativos en las respuestas, entre otros vicios de administración.
Por otro lado, independientemente de lo que establezcan las planillas, lo fundamental es tener presente si el niño está en proceso de crecimiento. Dicho de otro modo, lo más importante en la evaluación de un niño no es confirmar ciertos síntomas o signos, sino determinar si ocurren en una etapa de crecimiento. La evaluación tiene que ser siempre longitudinal, no para un momento dado.
Voy a explicar mejor esta última idea. Los niños no crecen por acumulación de capacidades, sino a través de conflictos y, muchas veces, estos se expresan sintomáticamente. Que un niño tenga eventualmente algún síntoma no quiere decir que requiera un tratamiento y menos una medicación. Me preguntarás "¿Entonces, qué hacemos?" y yo te voy a responder: primero, esperar y después volver a evaluarlo. Entre un tiempo y otro se podrá determinar con qué recursos cuenta y cuál es su capacidad para enfrentar lo que le ocurre.
Una de las peores cosas que se puede hacer cuando se tienen entrevistas con padres es transmitirles urgencias innecesarias. Paradójicamente, con el déficit de atención en lugar de hacer foco e ir paso a paso, se actúa hiperactivamente con la angustia de los padres. Y otra cosa con la que no estoy de acuerdo: que un profesional les diga a unos padres lo que "podría" pasar. Un buen profesional es aquel que emite su opinión en función de lo que ocurre, no en función de futuros imprevisibles. Y si alguien en el campo de la salud mental cree que puede hacer un pronóstico cierto, miente. Mucho más cuando se trata de un niño.
Dicho todo esto, querida Adela, fijate que no estoy discutiendo tanto el diagnóstico en sí, sino el modo en que se instaló en nuestras sociedades. Quizá no se corresponda con tu caso, pero en estos últimos meses son innumerables las veces que escuché casos en que a la marchanta (a veces con profesionales que apenas ven a los niños) se revolea un diagnóstico y en el primer cajón del escritorio ya se tiene un paquete listo para el tratamiento. Entonces, la pregunta que yo hago es la siguiente: ¿Se hace adecuadamente un diagnóstico o se confirma el diagnóstico que ya se tiene al alcance de la mano?
Este es uno de los problemas que trajo la especialización extrema de las profesiones, por la cual en lugar de tener un formación amplia y variada, algunos se forman muy puntualmente en un diagnóstico a partir de un test específico (del que obtienen un certificación, sin tener demasiada idea de dónde salió el test ni cómo se acredita una certificación, porque no tienen capacitación en evaluación de test) y listo: ahora ya no son profesionales, sino administradores de una técnica.
No quiero ser irónico, porque además yo respeto muchísimo a quienes se forman en técnicas, pero como me dijo una vez una amiga investigadora en este campo epistemológico: uno de verdad conoce un procedimiento de evaluación psicológica, cuando sabe cuáles son los puntos débiles de la técnica. Ella renegaba mucho con esas capacitaciones que hacen que un profesional se vuelva un aplicador de métodos cuyos fundamentos apenas conoce. Veía en esto una renuncia al criterio profesional.
Querida Adela, no voy a recomendarte un profesional, pero sí espero que tengas en cuenta estas herramientas para saber si estás ante un profesional o ante un administrativo con título. Destaco tus palabras: "Me están hablando de una medicación". Es decir, entiendo que no están hablando con vos, o sea, escuchás esas palabras como si te estuvieran hablando desde lejos. Bueno... ¿Sabés cuánto hay que trabajar con unos padres para poder decirles de manera adecuada que quizás sea necesario que su hijo sea medicado? Con esto quiero decir que ahora la cuestión no es el diagnóstico, sino el proceso de evaluación por el que pasaron, que daría la impresión de haber sido desafortunado. Esto no carga las tintas sobre los colegas, cualquiera tiene una mala experiencia. Quizás no era el momento y a lo mejor ustedes no estaban preparados. El punto es dar vuelta la página.
De regreso al comienzo, para despedirme diré algo más sobre los diagnósticos en la infancia. En estos tiempos hay una contradicción que es preciso subrayar en nuestra sociedad. Por un lado, hay un discurso enfático que celebra la infancia y la diversidad; por el otro lado, crecen los diagnósticos y las formas salvajes de diagnosticar. No se trata de un punto de vista ni de otro, sino de encontrar un justo medio. Es claro que en nuestra sociedad los niños no la están pasando bien; están creciendo más lento que hace unos años y tienen problemas de crecimiento a los que es preciso atender (sí, atender).
Aquí tenemos que hacernos cargo en lugar de ir para el lado fácil de la diversidad y que cada uno es distinto y especial. Ahora bien, eso no significa irnos hacia una patologización de la nueva normalidad y la creación de instrumentos adaptativos que solo resuelven ortopédicamente los problemas en cuestión. En resumidas cuentas, hay que pensar una estrategia específica para cada situación y, en particular, trabajar mucho, muchísimo, con los padres, porque para un niño en crecimiento el principal soporte es la realidad vincular de su familia.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com.