Estanislao Giménez Corte
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Desde hace 40 años, para mucha gente, decir Trelew casi que obliga a anteponerle una dolorosa construcción: la masacre de. Trelew, además, suele recibir otro antecedente: la fuga de. Ambas se encuentran, lógicamente, en una sintonía doble: una es consecuencia de la otra. La insólita historia argentina, perdón, la terrible historia argentina, vuelve ahora sobre ello.
Tarde, tardísimo, el juicio a cinco militares se desarrolla en la ciudad del sur. Nunca es tarde, se me dirá. Se me dirá: lo saben perfectamente los familiares que, en estado de ardiente paciencia, como en el verso de Rimbaud, siguen las alternativas del juzgado, a cuatro décadas de lo ocurrido.
Trelew representa muchas cosas: la violencia política que iría in crescendo hasta el golpe del ‘76; el modo en que los gobiernos militares enfrentaron a los diversos grupos guerrilleros de los setenta -ERP, Montoneros-, los años de plomo, en síntesis. También fue Trelew una fuga: pensada brillantemente, ejecutada (casi) brillantemente que, sin embargo, acabó horrorosamente. Se podría decir que en el episodio se encuentran todos los elementos acordes para un thriller excepcional, a no ser porque detrás de ello, o más bien porque antes de ello, hubo muertos matados alevosamente y hay vidas que los piensan, todavía hoy.
Uno de los muertos, uno de los ejecutados aquella vez -ejecución famosísima que dio origen a libros, documentales, entrevistas-, fue Jorge Alejandro Ulla, santafesino de 27 años, militante del PRT-ERP. Cuarenta años después, su hermano, Julio -médico de nuestra ciudad, quien continúa paso a paso las instancias legales y lo recuerda- viajó a Trelew el pasado 7 de mayo y es protagonista y relator de una historia casi inverosímil: su hermano, militante, fue asesinado por militares, y su suegro, militar de intendencia, fue asesinado por un grupo guerrillero. Con una profunda reflexión, sin resentimientos ni odios, procurando el equilibrio en sus juicios y la precisión de su palabra, nos dejó su testimonio.
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