Por Ramón Claudio Chávez
Por Ramón Claudio Chávez
El 5 de mayo es el día del cumpleaños de la Ernestina, mi madre, mi vieja, la que me parió, la que me crio y la que me enseño los valores de la vida. He charlado muchas veces con ella, no era una persona de grandes discursos; muchas veces me enseño con frases cortas, con gestos e incluso con silencios. Luego de cuatro reuniones informativas -en la que participaron asociaciones de inquilinos, cámaras de corredores inmobiliarios, propietarios, funcionarios de distintos niveles del Estado y especialistas en la materia-, la Comisión de Legislación General de la Cámara de Diputados de la Nación emitió un dictamen de mayoría con el objetivo de reformar la Ley de Alquileres.
Una vez, jugando a la "tapadita" con un amigo perdí casi todas mis figuritas, las que me había comprado ella; durante la noche le expresé mi bronca por lo que me paso, pensó un rato y con tranquilidad me dijo: "¡Hijo, las cosas que son tuyas, son tuyas, las otras no!". Fue tan gráfica, que aprendí a perder, y que perdiendo también se gana.
Tenía 7 años y mi madre cursaba el octavo mes de embarazo de mi hermano menor, se enfermó gravemente y la internaron en el hospital del pueblo. Allí no había terapia intensiva, pero había una habitación que se llamaba Sala 1, en ese lugar internaban a los que estaban cerca del viaje. Con mi hermano Toto íbamos todos los días, porque sabíamos que la situación era extrema.
El médico nos informó que el cuadro sanitario estaba ante la disyuntiva de salvar a la madre o al bebé. Nos quedamos en silencio, porque queríamos a los dos. El Barba y la medicina, decidieron que no era el momento de la partida y la vieja se recuperó. Al tercer día nos dejaron ingresar a esa famosa Sala 1 y Ernestina en un estado de "seminconsciencia" me pregunto: "¿Tenés para comer?" Al mes nació el más chico, Pepe, y se crio sano y fuerte.
Recuerdo con que cariño nos preparaba en las noches de invierno" mate cocido con torta frita". Fui durante veinte años juez federal y se del orgullo que ella sentía por eso, sin embargo, nunca vino a mi despacho. "¡Lo que es tuyo, es tuyo, lo otro no!"
La vida va pasando inexorablemente y vienen los achaques, aprendí mucho de ella. El último día de su vida, el médico de terapia intensiva, nos dijo a Pepe y a mí que ingresáramos para despedirnos. Toto no estaba porque vivía lejos. Pasé primero y para sacarle dramatismo a la tragedia le dije: "¡Ernestina, todo bien, pronto nos vamos a casa!" Así como estaba me dijo: "¿Tenés para comer?"
Le apreté fuerte las manos, le dije: "¡Chau!"
Y salí afuera para no llorar. Vieja, gracias por todo.