Casi las dos de la tarde del sábado. En las calles suenan bocinas sin cesar. El partido terminó a las nueve de la noche del viernes, y la celebración no termina. Conociendo a los muchachos, promete durar muchos días más. Un hincha de Unión, como tantos otros, intenta mantenerse ajeno al asunto. Pero no puede. Las bocinas recuerdan que acaba de ocurrir lo que muy pocos creían que fuera a ocurrir: que un equipo de Santa Fe ganara el campeonato nacional de fútbol, por primera vez en casi 120 años. No prender el televisor, no revisar los portales, no asomarse demasiado a las redes sociales no alcanza: en las calles el ruido se vuelve ineludible, y la fiesta, ajena, entra por las ventanas.
Uno no elige de qué cuadro ser. Uno es hincha de y punto. Se podrán buscar explicaciones familiares, cercanías familiares, influencias paternas, en fin. Uno es hincha de y no hay manera de cambiarlo. Se me ocurre que eso es muy parecido a la sexualidad. Uno no elige qué ser, uno es. Y como dice aquel personaje borracho de Francella en «El Secreto de sus ojos», es una cosa que nunca cambia. No hay resultado, ni circunstancia nueva que pueda con el amor por unos colores, a pesar de que esos colores provoquen más angustias y penas que alegrías.
Yo soy de Unión. Y lo soy desde que tengo memoria. Tuve la suerte de disfrutar de una infancia de «gloria» tatengue. Pero nunca salimos campeones. Y a esa, hasta ayer, la llevaba con tranquilidad. Llegamos a ser subcampeones en una final de Nacional- en 1979- contra River. Nos ganaron porque el gol de visitante valía doble. Vimos jugar a Gatti, a Suñé, a Telch, a Brindisi, al Bichi Borghi, a Mastrangelo, al Pichi Escudero, a Madelón y por supuesto, a nuestros Nery Pumpido y Leopoldo Jacinto Luque. Eso fue orgullo tatengue, y del otro lado de la ciudad, siempre hubo un club más popular, aunque lo neguemos, pero que entonces- entre 1981 y 1995- jugaba en la B, con una cancha de tablones de maderay algunas glorias, si, pero no más gloria que la nuestra.
Los «acontecimientos» más grande de la historia- hasta la final de la sudamericana de 2020- habían sido la participación en Copas Libertadores de Colón, y un par de clasificaciones de Unión. El clásico final del Nacional B de 1989, le puso a la historia un poco de mística: Unión le ganó a Colón las dos finales y ascendió a primera. Colón se quedó en la B, y eso- hasta ayer- seguía siendo el argumento de cargadas de tatengues a sabaleros. Después las «diferencias» las hacían los goles sobre la hora de Agoglia o Miglionico, algún 4 a 0 con el Loco González, un 3 a 0 de Unión en cancha de Colón, en fin… Éramos los adversarios de la mediocridad, y nadie se salía de esa línea.
Pero ayer Colón salió Campeón. Había estado cerca de la gloria en Paraguay, cuando perdió la final con un equipo de Ecuador, de cuyo nombre casi nadie se acuerda, en una jornada que todos recuerdan épica a pesar de la derrota inexplicable, con más de 40 mil, si, 40 mil hinchas sabaleros que cruzaron la frontera. Y aquella derrota – a pesar de la gloria que implicó hacerse conocidos en casi todo el mundo por la presentación de Los Palmeras cantando «sabalé, sabalé» y ese coro de lunáticos bajo la lluvia que coreaba con una emoción que contagiaba. Incluso a algunos tatengues.
Pero tampoco salieron campeones, y nos quedaba esa tranquilidad: ellos no pueden, no salen de la misma linea. Nos queda el 89. Y la historia dirá alguna vez, quien es el primero en salir campeón.
Y anoche, llegó el trágico quiebre. Colón venía amenazando. Jugaba bien, armó un equipo sólido, pero todos «confiábamos» en el peso de la historia. Nos empataron en la última fecha, y nos dejaron afuera. Eso ya era un anuncio. le ganaron raspando por penales a Talleres, y después, definían con Independiente y Racing o Boca. Era imposible, pero fue. Ganaron los dos partidos con solvencia, y aunque ya habían anticipado los festejos en las semi, y en la tarde del viernes antes del partido, a las nueve de la noche, después de golear a Racing 3 a 0, estalló la ciudad y si, cambió la historia para siempre.
Pueblo sufrido el sabalero, identificado con las orillas del Salado, muchedumbre con fama de estoica que, por fin, anoche, reventó en un grito único que en la mayoría de los casos derivó en lágrimas de felicidad. Fotos y fotos, de caras felices y emocionadas.
La puta madre, digo, no puedo compartir esa alegría. Es ajena, es de ellos, de los otros. Nunca, jamás, podrá ser mía, aunque comparta con ellos sangre, amistades, trabajo, vecindad, incluso otra clase de sentimientos. Pero este, no. No es mío, es incluso, lo confieso, contra mí.
Colón salió campeón, y para un hincha de Unión- en ese terreno imaginario de la enemistad y animadversión mutua- es la peor noticia. La peor sensación. De la que sólo se podrá salir, igualándolos lo antes posible. Al menos queda esa siembra: si ellos pudieron, ahora nos tocará a nosotros, quiero creer. Hay historias que lo confirman, pero hay otras- como Estudiantes con Gimnasia- que auguran lo peor.
En fin. Las bocinas no paran y no hay forma de evitar que el ruido se meta por las ventanas. Llovió toda la noche en Santa Fe, y sólo sirvió para que cambie el clima y para que descansen un rato. Ahora el festejo sigue, con nosotros como testigos mudos, impotentes y si, ahogados.
Sin embargo, hay algo que no se puede evitar en estas ciudades que por grandes que se hayan vuelto, siguen siendo pueblos: la condición humana. Y entonces, la voz quebrada de emoción de mi tío Pedro, DE 81 años de militancia sabalera, cuando lo llamé esta mañana; el llanto de emoción de mis hermanos y amigos sabaleros que se quiebran en sus gritos, muchos de ellos heridos por pérdidas de amigos y familiares por la puta pandemia, las motos humildes con banderas que flamean buscando que el viento las lleve al cielo, y esos chiquitos que tuvieron la suerte anoche, de ver a su equipo campeón- habría que explicarles que son realmente afortunados, que no se repite muchas veces y que la mayoría de nosotros no pudimos aún verlo- te provocan una mueca de sonrisa.
No falsearé, de ninguna manera, que el campeonato de Colón me provoque ninguna alegria. Hasta el segundo gol, el de Bernardi, esperé el empate de Racing y una derrota sabalera. Pero ganaron y en el estómago hubo por un largo rato un nudo que todavía no se desata del todo, y que se vuelve a anudar, cuando pasan las ráfagas de bocinas.
Sin embargo, vi a muchos amigos llorar de felicidad. Y eso, en el fondo, está bien. Amortigua la bronca, le da un poco de sentido. Es el «bueno, al menos ellos están felices». No alcanza, claro.
Ahora nos tocará a nosotros. O al menos, será el tiempo de empezar a reclamarlo. Colón subió la vara, y sólo nos queda alcanzarlos, si queremos seguir discutiendo con algún argumento en las mesas de los bares.