Por Rogelio Alaniz
Por Rogelio Alaniz
ralaniz@ellitoral.com
Al fotógrafo José Luis Cabezas lo asesinaron la madrugada del 25 de enero de 1997. Hace veinte años. Los asesinos y sus cómplices están libres después de haber cumplido una parte de la condena y beneficiarse gracias a un generoso sistema legal. Recordarlo. En su momento todos fueron condenados a reclusión perpetua. Según el diccionario, la palabra “perpetua” quiere decir que “dura y permanece para siempre”. En la Argentina, una de dos, o la palabra no se cumple, o no es el término adecuado para designar un tipo de condena que por un motivo o por otro nunca se cumple “para siempre”. Seguramente el Derecho contemplará matices, atenuantes y variaciones, pero convengamos que “reclusión perpetua” en la práctica es un término que no designa lo que efectivamente sucede.
El supuesto responsable “intelectual” de esta muerte: Alfredo Yabrán, se suicidó en una de sus estancias de Entre Ríos, el 20 de mayo de 1998. Yabrán inició su formidable fortuna durante el régimen militar y la consolidó durante los gobiernos constitucionales de Alfonsín y Menem. En realidad, Yabrán había adquirido notoriedad pública dos años antes, en agosto de 1995, cuando el ministro Domingo Cavallo lo denunció como jefe de una mafia enquistada en el poder, en el poder menemista, se entiende.
Al momento de la muerte de Cabezas, Yabrán era un hombre del poder, un colaborador y financista del menemismo, pero con muy buenas relaciones con sectores de la Iglesia y dirigentes del radicalismo, uno de cuyos más típicos exponentes en esos años, Chacho Jaroslavsky, lo defendió públicamente hasta el día de su suicidio y hasta se jactó de haber financiado actividades públicas de la UCR con plata de Yabrán.
En Pinamar, Yabrán descansaba en una mansión bautizada con el sugestivo nombre de “Botín”. Su amada hija lo calificaba cariñosamente con el apodo de “Papimafia”, licencias que se tomaba la nena. El hotel de su propiedad, “Arapacis”, de cinco estrellas, estaba atendido por un personal que se parecía mucho a los gangsters y mafiosos que conocemos en el cine. En la ciudad de Pinamar, Yabrán se movilizaba protegido por un ejército de guardaespaldas, todos autorizados a portar armas y a comportarse públicamente como soldados de Al Capone.
Don Alfredo se hizo famoso en el mundo académico al brindar una definición precisa sobre un tema que desvela a los investigadores y politólogos en particular: el poder es impunidad, dijo. Y no se equivocaba, porque en este punto Yabrán predicaba con el ejemplo. Como todo devoto del poder, prefería las penumbras y las sombras. De allí su rechazo a ser fotografiado. Y aquella frase que también lo hizo famoso: “Sacarme una foto es como pegarme un tiro en la frente”.
Pues bien, Cabezas se atrevió a hacerlo. Y lo pagó. Lo pagó caro. En marzo de 1996, la revista Noticias publicó en tapa la foto de este caballero caminando por la playa. Hubo después otras fotos, pero ésa fue la decisiva. El sortilegio se rompió. Toda la Argentina conoció la cara del empresario enriquecido en los negocios con el Estado y célebre por su capacidad para corromper políticos y funcionarios. De más está aclarar que Yabrán no fue el primer empresario mafioso asociado al poder y a la política. Y seguramente no será el último.
El verano de 1997 se inició en Pinamar bajo los impulsos cholulos del menemismo, que había hallado en esa ciudad el sitio ideal para exhibir camionetas, cuatriciclos, disipaciones nocturnas y todo ese universo de farándula en donde el menemismo se encontraba tan cómodo y feliz. El sábado 24 de enero a la noche el empresario postal Oscar Andreani -competidor de Yabrán en el reparto de cartas- festeja su cumpleaños en su residencia de General Madariaga. Más de doscientos invitados. Entre otros, Cabezas, que se retira alrededor de las cuatro de la mañana. Fin de la escena.
La siguiente es en la cava que existe en el camino de tierra que termina en la laguna Salada Grande, la misma laguna donde el señor Duhalde, entonces gobernador de la provincia, iba a pescar todas las mañanas. La cava está ubicada a unos cinco kilómetros de la ruta once. Allí encuentran al auto con el cadáver de Cabezas en su interior. Dos tiros en la cabeza, esposado y con señales de haber recibido golpes. El auto estaba quemado. Macabro. Un periodista gráfico asesinado en uno de los principales centros veraniegos del país. Las señales del crimen son propias de las bandas parapoliciales y los grupos de tareas que asolaron al país en tiempos de Isabel y la dictadura militar.
Una de las primeras declaraciones de Duhalde merece recordarse. “Al muerto me lo tiraron a mí”. No estaba mal rumbeado. Los asesinos dejaron a Cabezas a las orillas del camino de tierra por donde el gobernador pasaba todos los días. Unas semanas antes, el mismo Duhalde había dicho que la Policía de la provincia de Buenos Aires era la mejor Policía del mundo. A los populistas siempre los termina liquidando su afán por la retórica. La mejor policía del mundo devino en “Maldita policía”, precisamente el título de otra tapa de “Noticias”, pero esta vez referida al jefe de “la bonaerense” Pedro Klodczyk. Justamente la foto de tapa de la revista con un Klodczyk en primer plano fue obtenida por Cabezas. El dato no es anecdótico porque habilita la siguiente pregunta que aún hoy no tiene una respuesta concluyente: ¿a Cabezas lo mataron por la foto de Yabrán o la de Klodczyk?
Como se sabe, las investigaciones de esta muerte que escandalizó al país, se desarrollaron con las previsibles irregularidades y torpezas a las que estamos acostumbrados en estos pagos. Lo que quedó siempre claro es que había intereses muy preocupados por desviar la investigación a vías muertas. De todos modos, desde el primer día el nombre de Yabrán estuvo en la boca de todos. Después se agregó el del jefe de sus custodios, el ex militar Gregorio Ríos. Y, finalmente, cayeron en la volteada los policías Gustavo Prellezo, Alberto Gómez, Sergio Camaratta y Aníbal Luna. Junto con ellos, los famosos Horneros, una gavilla de lúmpenes de La Plata vinculados a las barras bravas de esa ciudad y relacionados con las orillas delictivas del peronismo.
Hubo condenas a reclusión perpetua, pero los interrogantes quedaron flotando en el aire. Efectivamente, ¿fue Yabrán el que ordenó el asesinato de Cabezas? Difícil contestar de manera concluyente esa pregunta, pero hay buenos motivos para suponer que sus órdenes eran en principio las de darle una buena paliza o un susto. ¿Por qué entonces la muerte? Una hipótesis presentada por algunos periodistas sostiene que la orden era asustarlo, pero interfirieron en el operativo servicios de inteligencia interesados en ajustar cuentas con Yabrán “tirándole un muerto”, con la certeza de que luego todos los indicios lo iban a inculpar. Conectada a esta hipótesis, se sostiene que el operativo a Yabrán se le va de la mano. Lo dudo. A Cabezas no lo mató un lumpen enojado o fuera de control.
La otra hipótesis es la denominada pista policial, la que, dicho sea de paso, nunca se investigó en serio. Para cualquier observador acostumbrado a lidiar con los operativos de la bonaerense, quedaba claro que por la brutalidad del operativo: esposas, el tiro en la nuca, incendio del auto, estaba presente la maldita policía. Matices más o menos, en la Argentina que vivimos así mata la policía mafiosa, cuya manifestación más “exquisita” es la de provincia de Buenos Aires. Por su parte, la biografía de Klodczyk era tan siniestra como la de Yabrán.
Lo que parece estar fuera de discusión es que el operativo no fue improvisado. En la misma fiesta de Andreani, Cabezas estaba vigilado. La presencia de dos autos ajenos a la seguridad oficial demuestra que a Cabezas lo seguían de cerca. El secuestro posterior se produjo en pleno centro de Miramar. El comisario Gómez se preocupó por dejar zona liberada para que sus muchachos actúen con comodidad. Imposible saber si todos estaban al tanto de la decisión de matarlo, pero lo que está claro es que un acto de ese tipo sólo lo puede tomar alguien que dirige el operativo. Por último, no está de más recordar la presencia en el escenario del crimen de una camioneta de la que nunca más se supo nada.