Natalia Pandolfo
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La chica de negro leyó unas palabras con un altavoz improvisado, que apenas alcanzaba a llegar a los primeros de la fila. El silencio era abrumador. El cielo plomizo empezó a lagrimear una llovizna suave. La chica se quebró.
Entonces vino otra chica y la abrazó. Podría haber sido ella, o su compañera, o la de al lado. Fue Micaela —y las plazas del país se llenaron de mujeres de negro, de rostros alumbrados por velas, de cuerpos que estaban plantados ahí pero que bien podrían estar muertos, mutilados, violados, tirados en una bolsa de consorcio en algún descampado.
La impotencia es tan grande que se expande como un nudo en la garganta. No bastan las marchas. No basta gritar. No basta pintar catedrales, provocar disturbios, quedarse en tetas. No basta. Nos siguen matando —y algunos pretenden que el punto es la pared arruinada, la teta desafiante.
Micaela estuvo en la plaza anterior. Ya no está. ¿Quién no estará en la próxima? ¿Qué juez se animará a renunciar a sus privilegios de varón y adoptar el sano juicio de la perspectiva de género? ¿Cuántas más deberán ser enterradas para que los “nadie menos” comprendan que —otra vez— no es ése el eje de la discusión?
Las chicas se abrazan y lloran. Son dos, y luego cuatro, y luego diez. La gente mastica un silencio denso. Las redes sociales reproducen la cara de Micaela, sus dientes desplegados en una sonrisa eterna, su desenfado, su Ni Una Menos estampado en el pecho.
Y su eje intacto: su lucha por poner un dedo en el grifo desbocado del machismo. Su necesidad de caminar hasta su casa sin pensar que alguien puede sentirse con el derecho a apropiarse de su cuerpo. Su papá, digno, diciendo que no se trata de hacer justicia por mano propia —que ése, una vez más, no es el eje. Una lucha que tiñe las calles de negro, que reclama de varones que se pregunten, que se cuestionen, que desactiven tantos años de desigualdad. El tiempo se derrite en las manos como velas.
No bastan las marchas. No basta gritar. No basta pintar catedrales, provocar disturbios, quedarse en tetas. Nos siguen matando —y algunos pretenden que el punto es la pared arruinada, la teta desafiante.
Micaela estuvo en la plaza anterior. Ya no está. ¿Quién no estará en la próxima? ¿Qué juez se animará a renunciar a sus privilegios de varón y adoptar el sano juicio de la perspectiva de género?