A no llamarse a engaño: si en Venezuela el ejército no se divide, Nicolás Maduro se saldrá con la suya. Él y el régimen que preside plagado de corruptos, narcos, psicópatas y facinerosos. El escrutinio del domingo fue una vergüenza, pero convengamos que el fraude estaba cantado. A la dictadura chavista podemos imputarle las cosas más horribles con la sospecha de que siempre nos quedamos cortos, pero debemos admitir que los compañeros son sinceros. No dejan votar a los exiliados, proscriben a los candidatos con chances de ganar, prohíben el ingreso de veedores internacionales que no hayan dado pruebas de sumisión al régimen y, en el orden interno, intimidan y amenazan en caso de perder con un baño de sangre. Más claro, echale agua. Nadie prepara esta escenografía para no cerrarla luego con un monumental fraude. Visto así las cosas, comparado con Maduro el general Augusto Pinochet es un demócrata volteriano, amplio, tolerante, respetuoso de la voluntad soberana del pueblo. Una maravilla de chico. Pensar que en la Argentina nosotros nos escandalizábamos del fraude cometido por nuestros abuelos conservadores en la década del treinta al que un nacionalista fascistoide calificó de "infame". Recuerdo que un veterano en las lides conservadoras de entonces reconocía que el gobierno de Agustín P. Justo aseguraba plenas libertades durante 364 días del año. Solo un día, el día de las elecciones, se cometían algunas picardías que aseguraban ganar por una discreta diferencia. A Maduro esas delicadezas y escrúpulos le provocarían una ruidosa carcajada. Y no es para menos. En Venezuela las libertades se violan los 365 días del año, con el añadido que en el día de las elecciones además del fraude los muchachos reparten palos y plomo.
La oposición hace lo que puede. Pero lo que puede hacer pareciera que no alcanza. La dictadura estará desprestigiada en el mundo, habrá pedido adhesiones internas, pero los fierros le responden. También sobre este tema nadie debería asombrarse. Los militares venezolanos están sucios hasta las pestañas con los carteles del narco y las más diversas modalidades de corrupción que ofrece una dictadura bananera que se ha dado el lujo de transformar a Marcos Pérez Jiménez, Rafael Leónidas Trujillo, Alfredo Stroessner y Anastasio Somoza en tiernos bebitos de pecho. Esos militares entorchados lo único que quieren es seguir robando y saben que con Maduro presidente tienen luz verde. Puede que haya algún coronel "patriota" o algún soldadito honrado, pero los generales se acurrucan debajo del ala de Diosdado Cabello. Por supuesto, el régimen no se sostiene exclusivamente con las armas. También dispone de adhesiones populares porque ya sabemos que el populismo suele ganar voluntades o extorsionar voluntades. Esa base popular hoy está reducida al mínimo. No es una fantasía de los dirigentes opositores cuando aseguran que ganaron por más de veinte puntos. Venezuela está en ruinas. El chavismo es el responsable. Suman todos los flagelos que adornan a las calamidades políticas. El testimonio de ese fracaso estrepitoso lo brindan los casi ocho millones de exiliados, más los que seguramente optarán por irse a buscar mejores aires si Maduro se consolidara en el poder. Reflexionando acerca de la tragedia del nazismo el escritor Thomas Mann dijo: "Millones de imbéciles siguieron a Hitler y otros cientos de miles de imbéciles como nosotros no pudimos impedir que lo hicieran".
Tanto invocar el modelo cubano, terminaron por lograrlo. Venezuela se parece a Cuba hasta en los detalles. Dictadura, represión, exilio y una amarga sensación de fracaso. Como frutilla del postre, recurren a los mismos argumentos que recurrieron los "héroes cubanos" para justificar ese escenario árido, desolado, incandescente, de miseria, impotencia y miedo. La culpa la tiene "el bloqueo", dicen. Bendito bloqueo que les permite disponer de un chivo expiatorio que justifique el desastre que hicieron. En lo único que el régimen chavista persiste en ser eficiente es en materia de capacitación de servicios de inteligencia. Para obtener esos logros han recurrido a la inestimable asistencia de los cubanos que, como todo régimen comunista, suele ser excelente a la hora de espiar, secuestrar y exterminar disidentes. Del KGB a la Stasi, de los servicios cubanos a los venezolanos, lo que predomina es la calidad. Cuando en el futuro los historiadores evalúen los regímenes comunistas del siglo veinte y las primeras décadas del XXI, la conclusión será algo melancólica pero clara: "A la hora de espiar, delatar y asesinar eran muy buenos. Tampoco se quedaban atrás a la hora de saquear recursos nacionales. La única habilidad que merece reconocerse y que, a juzgar por su eficacia nos asombra como investigadores, fue la de apropiarse de consignas, banderas y causas que a la humanidad entonces les parecían justicieras. Para la realización de esta faena, contaron con el apoyo de personas de buena fe que en la jerga de aquellos tiempos se los calificaba como 'idiotas útiles', aunque a decir verdad lo que predominaban eran farsantes, ladrones, corruptos y en la cúpula del poder el psicópata de turno". Al respecto a no llamarse a engaño. A esta altura del partido, y con toda la información disponible, es difícil, por no decir imposible, ser chavista y buena persona.
Estoy convencido de que la presión internacional contra Venezuela importa pero no decide. Que la OEA sancione a Venezuela dice poco y nada. Fidel Castro estuvo décadas fuera de la OEA sin que se le moviera un pelo. Es probable que un leve cosquilleo de fastidio los estremezca por las declaraciones neutrales, o excesivamente democráticas, de conocidos camaradas de rutas. Que Gabriel Boric, Gustavo Petro, e incluso Lula da Silva, no se muestren dóciles a la voluntad de poder de Maduro, es una molestia pero no cambia demasiado el resultado. Venezuela sabe que dispone del apoyo de Rusia, Irán y China. Con esa banca la dictadura puede respirar aliviada, aunque tampoco se les escapa que ninguno de estos dictadores en el mundo se van a cortar las venas por Venezuela y Maduro, más allá que todos, incluso Estados Unidos, hace rato que le echaron el ojo a sus reservas petroleras. El duelo verbal entre Javier Milei y Maduro, mejor dicho, el monólogo pugilístico de Maduro, nos permitió a los argentinos preocupados por los modales un tanto groseros de Milei, saber que en el mundo puede haber presidentes más agresivos y más guarangos que él. Haciendo memoria, recuerdo que el otro dictador que amenazaba con los puños o con saldar las diferencias políticas en un ring fue Idi Amin, la bestia sanguinaria de Uganda. La otra revelación que me ha iluminado en estos días es la confesión por parte de Maduro de su condición de peronista. Para ser sincero, en mi caso esta confidencia no me sorprendió, porque siempre creí saber en qué partido político militarían Hugo Chávez, Maduro y Diosdado si fueran argentinos. Y no solo militarían, sino que además los recibirían con los brazos abiertos y con besos tan cálidos, cariñosos y sinceros como los que se prodigaban Lucky Luciano y Meyer Lansky.
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