El domingo en Venezuela, sus votantes vivirán la hora de la verdad o de la mentira. Si las elecciones son limpias se impondrá la verdad; si las elecciones son fraudulentas se mantendrá la mentira. Hay razones para confiar o desconfiar. Desde que el chavismo llegó al poder hubo para todos los gustos. No creo que con Nicolás Maduro la situación se haya despejado. Quiero decir que las posibilidades de fraude no son imaginarias. El poder oficial quiere ganar, porque quiere mantenerse en el poder y, por sobre todas las cosas, porque sabe que si pierden las elecciones las posibilidades de ir presos son altas. El chavismo ha ganado comicios por derecha o por izquierda. Si pueden ganar por derecha, lo hacen, pero si tienen que hacer trampa no vacilan un segundo en trampear. Agrego, además, que ese poder oficial no ha demostrado ser muy escrupuloso en la materia. Y agrego, además, que tampoco ha demostrado ser muy escrupuloso a la hora de valerse de la violencia del poder para silenciar opositores.
¿Los venezolanos están condenados a ser víctimas del fraude por parte de un poder corrompido y tramposo? Más o menos. Ese supuesto poder corrompido y tramposo dispone de una respetable adhesión popular. Podrá ser agradable o desagradable, pero votos no le faltan. La oposición asegura que en la ocasión, es decir, mañana, ellos dispondrán de más votos. Es más, aseguran que ganarán por paliza. Si así fuera, me temo que los intentos de fraude serán estériles porque el fraude en la actualidad solo se puede practicar cuando hay paridad de fuerza. La otra posibilidad para el chavismo es asumirse lisa y llanamente como dictadura, una decisión que el poder chavista podría estar dispuesto a practicar pero no a asumir. Aclaro, por último, y para despejar cualquier duda, que el fraude electoral solo lo puede practicar el gobierno, jamás la oposición. Lo aclaro porque en más de una ocasión, Hugo Chávez y hasta el mismo Maduro insinuaron que sus opositores, además de estar financiados por el imperialismo, practicaban el fraude. Cosas veredes Sancho.
¿Es el régimen de Venezuela una dictadura? Buena pregunta. Yo por ejemplo, estaría tentado a decir que sí, que es una dictadura. Y no me faltarán argumentos para sostener esta afirmación. Sin embargo, alguien, un chavista militante incluso, podría refutarme diciendo que de qué clase de dictadura estoy hablando cuando hay una oposición haciendo actos públicos en la calle, con candidatos propios y decidida a disputar el poder. ¿Es o no una dictadura? Yo creo que es un régimen con prácticas dictatoriales, con ideología que justifica las virtudes del poder absoluto y que si no avanzó más en este terreno no fue porque no quiso sino porque no lo dejaron. Por otra parte, hoy el chavismo está muy lejos de ostentar la lozanía bizarra de sus primeros tiempos. La temporada de las vacas gordas o de petróleo abundante ha terminado. Maduro no es Chávez y el poder político real no es monolítico.
Que el zorro pierde el pelo pero no las mañas, es una verdad archisabida que se aplica perfectamente al régimen chavista. Estará debilitado, con disensiones internas, pero no le faltan energías -por ejemplo- para proscribir candidatos. Así lo hicieron con Corina Machado y luego con Corina Yoris. En el camino no se privaron de amenazar con un baño de sangre, aunque luego bajaron un tanto el volumen de la amenaza. Digamos que el engranaje del poder está algo deteriorado, pero sus mandos decisivos funcionan. Amenazan, intimidan, extorsionan. Usan el poder. Usan y abusan. Habría que decir también que por imposición de las circunstancias hubo una cierta "liberalización" económica y las variables más duras de la represión se han atenuado. Todo muy lindo, pero la vocación dictatorial se mantiene viva y, sobre todo, los políticos chavistas y su corte de militares corruptos, algunos de ellos íntimamente relacionados con los carteles del narcotráfico, saben que perder el poder puede significar perder la libertad.
¿Y la oposición qué hace? Lo que puede y lo que le dejan. Corina Machado no es candidata, pero en los actos se comporta como si lo fuera. El carisma y los votos parecen ser de ella. El candidato legal, Edmundo Gonzalez Urrutia, gana posiciones pero no es Corina. La pregunta a hacerse en todo caso es la siguiente: ¿Qué pasaría si González Urrutia gana las elecciones? ¿Quién gobernaría: él o Corina? Pregunta sin respuesta por ahora, aunque la experiencia me enseña que si González Urrutia ganara sería muy probable que le diga a Corina: "Gracias por los servicios prestados, estimada Cora, pero el sillón del Palacio Miraflores tiene lugar para un solo trasero". Problemas para más adelante. Entre otras cosas porque si la oposición llegara a ganar, lo único que va a comprar son problemas. Y no le envidio la suerte a quien tenga que gobernar con el chavismo en la oposición.
Según las cifras disponibles, ocho millones de venezolanos se fueron del país. En la inmensa mayoría de los casos porque no soportaban al gobierno o no soportaban las condiciones sociales y políticas de ese gobierno. Ocho millones es una cifra alta. El doble de la población de Uruguay. En este tema el chavismo practicó al pie de la letra las lecciones brindadas por sus camaradas cubanos: que se vayan todos los que tengan ganas de irse. Mejor para nosotros. Menos oposición y más espacios libres. ¿Volverán los exiliados si gana González Urrutia? Es probable, pero no creo que sea un retorno aluvional. ¿Y si gana Maduro? Con seguridad habrá más exiliados. Un problemita serio para países cercanos como Panamá, Colombia e incluso el propio Brasil.
Decía que este chavismo no es el de antes. Está viejo, decaído, la dentadura algo floja y las garras un tanto recortadas. Viejo, pero con las mañas intactas. Como todo veterano que empieza a conocer los sinsabores de las malas noticias, observa que leales amigos de otros tiempos cuando lo ven se hacen los distraídos o se cruzan de vereda. Luiz Lula da Silva, por ejemplo. O Gabriel Boric y Gustavo Petro, para no irnos tan lejos. Por supuesto que disponen del apoyo de la teocracia de Irán y de un Vladímir Putin que por ahora no está en condiciones de ser muy generoso con sus amigos chavistas. Cuba a esta altura del partido no cuenta; mucho menos Nicaragua. Como para completar la mala racha, el Partido Comunista de Venezuela se abrió del chavismo. El PC nunca tuvo muchos votos, pero su apoyo al chavismo tenía valor simbólico para cierta militancia. ¿Las ratas que abandonan el barco? Es probable.
Conclusión: no hay muchos chavistas recorriendo las venas abiertas de América Latina, ese best sellers barato que Chávez le regaló a Barack Obama para hacerse el piola. No hay muchos chavistas, pero no son pocos los que siguen haciendo negocios millonarios con el chavismo. En Argentina, el chavista más ortodoxo sigue siendo Atilio Borón, el mismo que dijo que quemaría su biblioteca si ganaba Javier Milei. Y el mismo que le recomendó a Maduro que saque las armas a la calle y no ahorre balas a los disidentes. Esa costumbre de algunos argentinos de llamar la atención en el mundo eligiendo lo peor. Fuera de Borón, hay kirchneristas dispersos, algún izquierdista confundido y no mucho más. Alguien me preguntó el otro día: ¿Y si vos vivieras en Venezuela, a quién votarías? Hecha la advertencia correspondiente, es decir, que mi voto no cambiaría nada, le dije que por supuesto votaría para que no gane Maduro; es decir, votaría a González Urrutia. Pero como ciertos amigos se complacen en colocarlo a uno contra las cuerdas, me preguntó: ¿Y si tuvieras que elegir entre Maduro y Milei? Pensé un rato la respuesta. Pensé en las víctimas de Maduro, en los torturados, en los asesinatos, en los presos, en los expulsados del país. Después respondí con los escrúpulos del caso: por Milei.