La oposición en Venezuela navega entre la inocencia y la incongruencia
Los números de la elección del 28 de julio presentados por la oposición son cada vez más creíbles mientras que la ausencia de datos certeros por parte del Consejo Nacional de Electoral que proclamó el triunfo de Nicolás Maduro son cada vez más increíbles. Pero, ¿por qué se volvió al punto de inicio de tantas elecciones en Venezuela?, ¿por qué no se tomaron más recaudos ante un gobierno que es adicto al fraude electoral?
No es la primera vez que pasa. Tal como están planteadas las cosas, no será la última porque hay una defección permanente en la dirigencia opositora que termina convalidando la trampa que arma el chavismo y en la que caen quienes deberían conocer el juego al dedillo. El tema es que con cada intento fallido por restituir la democracia en el país caribeño, la desazón, la tristeza por el engaño recurrente no afecta solo al oficialismo sino que también carcome la base electoral de quienes se oponen al régimen.
Hay un primer dato que es elocuente. Si la revolución que impulsó Hugo Chávez tuvo en algún momento una pátina de democracia, hace rato que se perdió y que se profundizó con Nicolas Maduro. Las permanentes reformas de la Constitución y de leyes que han establecido cerrojos al accionar político, periodístico y social han logrado un estatus para el movimiento bolivariano que le permite virtualmente el control de todos los tres poderes y una marcada subordinación de las Fuerzas Armadas.
Allí está planteado el primer error. La oposición se presentó como si la disputa hubiera sido en un cantón suizo con una campaña impecable y con amplia convocatoria a la participación popular. Bendijo repetidamente el domingo la calidad de la participación de los votantes que se dieron cita desde muy temprano para sumarse a un comicio que había sido definido como “histórico” porque iba a resultar el fin del régimen.
Las expectativas eran altas, muy altas. La promesa, enorme. No se tomaron en cuenta los indicios de lo que iba a pasar. El recorte a los emigrantes que limitó la participación a menos del 1 por ciento de los venezolanos en el exterior; las repetidas impugnaciones que hizo que la máxima candidata María Corina Machado quedara fuera de la puja; las amenazas repetidas durante toda la campaña, algunas de ellas, violentas; la detención irregular de dirigentes; el impedimento de que llegaran al país los veedores internacionales y, como si fuera poco, dejar librado a su arbitrio el accionar del Consejo Nacional Electoral sin supervisión.
Solamente habían pasado un par de horas del cierre del comicio cuando los voceros de la oposición comenzaron a describir cómo se estaba comportando el aparato del Estado. Denunciaron que había un patrón que se repetía, el mismo que ya había ocurrido en elecciones anteriores. Era tarde. Las actas que reclamaron nunca aparecieron y, seguramente, se conocerán datos fraguados tras varios días sin información electoral fidedigna.
Nicolás Maduro fue proclamado presidente electo por el Consejo Nacional de Electoral.
En la historia electoral reciente, la oposición al chavismo ha navegado entre la abstención y la confrontación. Ninguna ha dado resultado firme. Inclusive se pretendió establecer un gobierno paralelo con Juan Guaidó a la cabeza pero las internas y las denuncias propias afectaron la jugada y todo quedó en la nada.
Los comicios en Venezuela serán cada vez más parecidos a los de Rusia donde Vladimir Putin se alza con números más y más altos en cada recuento. Ya casi nadie se atreve a enfrentarlo porque el camino es el exilio, la proscripción o, directamente, la muerte.
Una enorme tristeza embarga a los venezolanos. Y no es para menos. Otra ilusión rota y más ésta que parecía ser la elección definitiva. Quedan menos posibilidades porque en cada intento el régimen chavista calibra la maquinaria para corregir aquello que escapó a su control. Algunos sueñan con alguna revolución militar, pero esto es una quimera. Los altos mandos han sido repetidamente denunciados por participar del negocio del narcotráfico que es una de las fuentes económicas del “politburó” que rige los destinos de Venezuela. Acaso una oficialidad joven no comprometida con la corrupción, pero es casi imposible.
La otra opción de la que hablan es que María Corina Machado -que ha sido una fuerte figura política y bandera electoral- sea detenida por el régimen -tal como han amenazado sus dirigentes- y desde su celda pueda construir aún más al estilo Nelson Mandela. Planteos extraños para un país que pretende restituir el valor de la democracia. Por el momento, el camino de las urnas parece sellado y el régimen incrementó su poder por la inocentada del oficialismo.
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