I
I
Después de todo, y atendiendo los recientes acontecimientos, pareciera que Domingo Sarmiento no se equivocó cuando dijo que el vicepresidente solo sirve para tocar la campanilla que da inicio a las sesiones en la Cámara de Senadores. El vice de Sarmiento era Adolfo Alsina, aspirante a presidente y decidido a hacer todo lo que sea necesario para cumplir con su ambición. Dos factores se lo impidieron: en primer lugar, el temperamento político del propio Sarmiento, que en materia de poder sabía mucho, por lo que no daba lugar a que nadie le hiciera sombra y mucho menos una personalidad avasallante como Alsina, que ya había intentado primeriarlo con la presidencia en 1868. Sarmiento esas pretensiones no las olvidaba, y no solo que lo redujo a Alsina a campanillero del Senado, sino que luego maniobró para que su sucesor fuera Nicolás Avellaneda, quien conformó a don Adolfo con el cargo de ministro de Guerra. Después de Avellaneda le tocaba la presidencia a Alsina, pero en 1877 tuvo un sorpresivo e inesperado ataque renal y marchó para el silencio antes de cumplir 50 años. Como a la hora de los chismes y maledicencias, Julio Argentino Roca ya era entonces el candidato preferido para cargar con cualquier imputación, siempre se rumoreó que esa muerte no fue natural, que detrás de ese ataque renal estaba la mano del Zorro que, como sabemos, fue electo presidente en 1880 después de sacarse de encima la tutela de Sarmiento, que aspiraba a una nueva presidencia. Roca ajustó cuentas con un Sarmiento decidido a correrlo por izquierda, pero a modo de consuelo ordenó a la imprenta que editaran sus obras completas. Conclusión: Sarmiento se quedó con sus libros y Roca con el sillón de Rivadavia. Cuando la hija le sugirió al sanjuanino que dejara de arriesgar su salud en emprendimientos riesgosos, Sarmiento le respondió: "Dame la presidencia de la nación y te aseguro que por lo menos vivo diez años más".
II
Pero no cambiemos de tema. Hablo de los vicepresidentes porque en estos días, sin ir más lejos, la disputa entre Javier Milei y Victoria Villarruel está para alquilar balcones. No sé cuál será el desenlace de este duelo, porque a Villarruel no la pueden ningunear ni echar como si fuera una ministra o una secretaria de Estado. La mujer es brava y está dispuesta a llegar lejos, o llegar hasta donde la dejen llegar. Además está convencida que, por lo menos, la mitad de los votos le pertenecen y que en los debates previos a los comicios demostró más garra y talento que su compañero de fórmula. Vuelvo a Sarmiento: lo ideal hubiera sido que el vicepresidente se limite a tocar la campanilla, pero lo ideal no siempre se acomoda con lo posible. Por eso, desde que se creó la presidencia de la nación a fines del siglo XIX en Estados Unidos, sus titulares se cuidaron mucho del vice que nombraban y, por lo general, preferían a alguien de perfil bajo, o que ni en broma dispusiera de talento o prestigio para hacerle sombra. A veces pudieron hacerlo, a veces no, pero la desconfianza, o el recelo, siempre existieron. Carlos Pellegrini fue el vice de Miguel Juárez Celman y cuando las circunstancias lo permitieron lo cepilló con la ayuda de Roca, quien no tuvo cargos de conciencia en mandar al ostracismo político al señor casado con la hermana de su esposa. Moraleja: jugar con el poder es jugar con fuego y en más de un caso incluye vender el alma al diablo. Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón a estos principios los conocían de memoria, por eso sus vicepresidentes fueron algo así como unas nulidades políticas. Los dos, Yrigoyen y Perón, se tenían confianza, pero esa confianza incluía no dejar ningún flanco abierto que despertara la tentación de algún correligionario o compañero. Ni Pelagio Luna ni Enrique Martínez molestaron a don Hipólito. Y en el caso de Perón, Hortensio Quijano e Isabel no solo no lo molestaron, sino que más que vicepresidentes se comportaron como valet o dama de compañía.
III
Villarruel está claro que no está dispuesta a resignarse al rol de campanillera real. Mucho menos está dispuesta a someterse a las inspecciones y tutelas de Karina Milei o Santiago Caputo. Desde el primer día demostró que está decidida a hacer su propio juego. Y ese juego tiene como premio el sillón de Rivadavia. No es tonta ni ansiosa, seguramente esperará la oportunidad y se cuidará muy bien de no dar saltos al vacío o quedar pagando, porque en política esos errores de cálculo salen caros. De todas maneras, el desafío está planteado. Hace ocho meses que Javier Milei asumió la presidencia y, por esas astucias de la historia, la principal competencia política la tiene dentro de su rancho. Hoy Victoria es la política que dispone de más prestigio o, si se quiere, la menos desprestigiada. Detrás de ella está Patricia Bullrich que, como sabemos, en materia presidencial se quedó con la sangre en el ojo, y en tercer lugar viene Javier. Nota de pie de página: los tres políticos más reconocidos en la Argentina de agosto de 2024 (enfatizo la fecha porque en estos pagos se pasa de canillita a campeón con demasiada rapidez y el retorno o el derrumbe desde la cumbre a la base suele ser mucho más precipitado) pertenecen al mismo sector político. Y todavía hay algunos que aseguran que Milei y quienes lo acompañan tienen los días contados.
IV
¿Milei se equivocó al elegir su compañera de fórmula? No necesariamente. Una alianza entre un libertario reaccionario con pinceladas populistas y una nacionalista clerical y militarista suele ser históricamente funcional. En Estados Unidos el proyecto "neocon" se funda sobre este entendimiento. Después están los rigores de la política cotidiana, las ambiciones de poder y la tendencia criolla a concebir a la política como una eterna disputa facciosa. Hoy los rivales lo que han hecho es mostrarse las uñas. Por el momento pareciera que Javier no dispone de espacio para sacarse de encima a Victoria, y a ella su prestigio no le alcanza para ir más allá de mostrar a la sociedad y a los que quieran ver o escuchar, que sus ambiciones no son las de tocar la campanilla del Senado.
V
Insisto, de todos modos, que los desafíos de Villarruel al poder presidencial van más allá de una inocente mojada de oreja. Si la vicepresidente juega fuerte, del otro lado responden también con batería pesada. Llevarse mal con Milei es un oficio que no se lo envidio a nadie. Y si a Javier le sumamos Karina, la tarea es tan arriesgada como desafiar a Mike Tyson a pelear en una esquina cualquiera. Sin embargo, parece que Villarruel no les tiene miedo o, por lo menos, no se ha dejado impresionar por los desplazamientos cautelosos y silbidos de ofidio de Karina. Uno estaría tentado a decir que la hija y sobrina de militares carapintadas no conoce el miedo o, por lo menos, no la van a asustar con fuegos de artificio. ¿Son irreversibles estas refriegas? No lo sé. Tampoco sé cuánto van a durar y cuál será el desenlace, pero sí sé que en política hay cosas que no se olvidan por más que los contendientes posen sonrientes en una foto o se hagan promesas de amor eterno. Nunca está de más saber que las tortuosidades de la política incluyen como uno de sus insumos principales la mentira, disimulada en este caso con palabras más benignas: simulación, intriga, discreción. Lo cierto es que las diferencias son públicas y los contendientes agregan todos los días una nueva frase a la riña. Villarruel declaró que Ariel Lijo no es un juez aconsejable para integrar la Corte; un par de días antes había dicho que el aumento de dietas de los senadores era razonable. Como para probar los puntos que calza, cuando se armó el jaleo por los cantos futboleros, la señora emitió un comunicado contra Francia -algo así como un panfleto anti colonialista- que hasta Frantz Fanon lo hubiera considerado demasiado atrevido. Ni lerda ni perezosa, todo lo contrario, Karina marchó hasta la embajada de Francia en Buenos Aires para desmentir la declaración. En la foto de ocasión se ve, por primera vez el rostro de una Karina iluminada por una íntima y regocijante felicidad. Según los correveidiles de Casa Rosada y el Congreso, Karina y Victoria, y sus respectivos seguidores, todos los días se hacen zancadillas. ¿Cuánto tiempo durarán estos duelos a la luz del sol y en la penumbra de los despachos? No lo sé, pero cuando lo que está en juego es el poder, los participantes de estas batallas temerarias no suelen ser muy pacientes.