El libertador, don José de San Martín, al atravesar la rocosa columna vertebral de los Andes, jamás imaginó que su epopeya iba a ser luego, documentada, filmada y registrada fotográficamente. Tampoco pensó, suponemos, que su figura y las circunstancias propias de su gesta emancipadora algún día serían reconocidas mediáticamente en una localidad santafesina, que se preparó especialmente para honrarlo y homenajearlo a través de las imágenes.
Hacia 2009, la fotógrafa Nadia Ingaramo visitó la provincia de Santa Fe. Para ser más precisos, estuvo en Reconquista, localidad de donde es oriunda, llevando consigo una significativa e impactante producción de fotografías de fina elaboración, todas ellas relacionadas con el filme "Revolución. El Cruce de los Andes" (película que tuvo su preestreno al año siguiente y en 2011 el estreno comercial propiamente dicho).
Una gran parafernalia se montó desde semanas antes, con base en la Sede de la Fundación Centro. El lugar que albergaba artistas regionales, vio modificada su fisonomía con varios paneles gigantes que colgaban desde lo alto del citado edificio. Extenuantes jornadas horarias que finalizaban cerca de las 24, eran el marco del montaje de las piezas.
Para quienes no conocen los secretos del montaje, hay que aclarar que, en regiones húmedas como Santa Fe, tanto el calor como la presión atmosférica generan dilatación y procesos diversos que modifican la permanencia de la obra en su lugar. Y en este caso, las piezas fotográficas, iban montadas con tanzas de nylon, artesanalmente.
Perfil bajo, jeans gastados
En los montajes de las obras o muestras suelen darse sorpresas. Los autores y curadores, por lo general son personas de gran prestigio y brillo, pero muchas veces con cierto bajo perfil. Usted podría estar al lado de una celebridad en este oficio y realmente no darse cuenta. ¡Tampoco dicha persona le dirá nada! Por eso mismo esto es lo que le sucedió a quien esto escribe con el hombre de jeans gastados y camisa blanca que con su cámara réflex se paseaba por las espaciosas instalaciones, observando y registrando cada proceso.
Algo lo distinguía de los demás: su perfume y también sus zapatos, además del alto estándar de sus cámaras. Amigable y muy atento con todos, la noche de la inauguración llegó al lugar con su cámara y el pelo desalineado. Luego de las palabras de alocución -eterno ritual que a algunas veces podría ser obviado-, comenzaron los brindis. Sándwiches y empanaditas caseras eran devoradas por los famélicos asistentes. De repente, uno de los anfitriones, presentó al misterioso sujeto.
Muestra fotográfica de Víctor Bugge sobre "Revolución. El cruce de los Andes", película de Leandro Ipiña.
"Les presento a Víctor Bugge, fotógrafo presidencial", sintetizó el presentador ocasional. Y tras el shock inicial por contar con tan ilustre visitante, comenzaron las anécdotas sobre su trayectoria y surgieron sus antecedentes. Estábamos ante el hombre que había fotografiado algunos años antes a Fernando De La Rúa; el hombre que, gracias a su trabajo, conocía los entretelones y alcobas de la Casa Rosada. Un profesional que dominaba los protocolos, hablaba con el edecán presidencial y tenía permiso de libre circulación en todos los espacios oficiales.
Buggé desempeñaba dicha función desde la restauración de la democracia y ocupaba un sitial cercano a los presidentes como personal de planta. Era el encargado no solo de fotografiar y retratar a los mandatarios, y a sus familias, sino también de supervisar las fotos, las producciones y coberturas, la calidad del equipo a su cargo y demás detalles. Ninguna foto podía salir a luz, sin su consentimiento. Pero él tenía nociones y conceptos que van más allá de la fotografía, no era solo encuadre y diafragma. Conocía la sicología de los presidentes, sus humores, sus miradas.
Sensaciones y recuerdos
A partir de esa cualidad, la de anticiparse a cada acción y contar con una memoria prodigiosa para cada detalle, Víctor se constituía en un tipo valorado no solo por sus trabajos, sino por su afabilidad y sus valores comunicacionales, es decir su empatía. Hacía que fuese un placer hablar con él, al que algunos –y en esto nos sumamos- hasta le encontrábamos cierto parecido con un joven Charles Bucowski.
Al finalizar la velada, nos entretuvimos con la trajinada y rutinaria "ceremonia" de dirigirnos a los camastros blancos que nos aguardaban luego de traspasar marrones pasillos para dar descanso a nuestros ajetreados cuerpos. Y así fue como sucumbimos ante la tentación de tomar unos lisos en un poco glamoroso bar de la esquina, mientras un cartel adornado con lívidas luces de neón circundaba unas macilentas marquesinas desde las que se prometían unas exquisitas fugazzas.
Allí nos pareció ver una foto del ex presidente Carlos Menem con su traje amarillo posando junto a los Rolling Stones, mientras otros concurrentes a la mesa aseguran que vieron retratada la figura de Lady Di en los jardines de Olivos. Cuando raudo pasó un colectivo de la empresa El Norte enfilando a Santa Fe creímos ver a Buggé saludarnos desde una ventanilla próxima al fondo del colectivo.
Hasta el día de hoy, en nuestros conversatorios, no podemos ponernos de acuerdo si lo que vimos en los carteles del bar fue real o un producto de nuestra imaginación, alimentada por el lúpulo y la malta de la espumosa birra, combinados con los microrelatos contados por Bugge apenas unas horas antes.
Un llamado del conserje del hotel, el calor de febo propio de la proximidad al paralelo 28, sumado a la nada indulgente presencia de un inspector municipal, hicieron que levantáramos nuestros petates a las 7. Y ahora sí, enfilamos cantando "Santafesino de Veras" con un walkman cuyas pilas agonizantes suplicaban su reemplazo, hacia nuestro temporal albergue asistidos por nuestros Nokia 1100. Desde un Mehari color crema llegaban los acordes de "Beguine to Beguine", en la versión de Artie Show.