Por Bárbara Korol
Una bocanada rabiosa de aire despeinó las hojas de los pañiles y enredó mis pensamientos. El viento evolucionaba su caudal potente en cada nueva ráfaga y rugía su implacable condena con fuerza salvaje. Los árboles se agitaban frenéticos y amenazantes.
Por Bárbara Korol
Caía la tarde y el cielo parecía perder nitidez. Un rumor lejano envolvía el ambiente y una vaga inquietud se presentía en el canto de las aves y en el balanceo nervioso de los frutales. La brisa fresca comenzaba a tornarse más intensa y los helechos parecían marearse embriagados por los aromas primaverales que llegaban con inusitada pesadez. Una bocanada rabiosa de aire despeinó las hojas de los pañiles y enredó mis pensamientos. El viento evolucionaba su caudal potente en cada nueva ráfaga y rugía su implacable condena con fuerza salvaje. Los árboles se agitaban a mi alrededor frenéticos y amenazantes. Mis ojos se enturbiaron de temor mientras la violencia del temporal se pegaba a mi cuerpo. La tierra era una plusvalía de lamentos que crujía sin piedad, que abría surcos y desprendía raíces sin misericordia. Con lenta vehemencia, la oscuridad se prendió a los avatares enérgicos del vendaval que desgarraba todo a su paso, generando un tumulto de follaje y voces distantes. La noche, ausente de estrellas, vomitó un relámpago como un augurio. Una plegaria habitó entonces mi corazón asustado. En silencio rogué por la naturaleza que sufría y clamé para que cada soplo furioso se llevara también las injusticias, la indiferencia y el desamor. Solo podía esperar que cesara la inclemencia y que al llegar la calma quedaran, en mi mente revuelta, intactos los poemas…
Amanece y un silencio fúnebre acompaña mi despertar. Un cementerio de titanes extenuados y nidos rotos hay en el bosque aun dormido. Muchos cipreses muestran sus cabelleras desenterradas, desempolvando su intimidad más profunda. Una tristeza de ramas quebradas acompaña mi andar sereno. Con suave desconsuelo acaricio la gris corteza que yace en el suelo como el cadáver exquisito de una savia ancestral. Sin embargo el ambiente tiene perfumes de humedad y suavidad dulce de retama. Busco con la mirada los renovales que siguen erguidos y perfectos cual promesa de continuidad de verdores y de vida. Silvestres flores amarillas tratan de apagar la pena que el rastro arrasador sembró en el paisaje. Los misterios del tiempo me invaden con su destino circular y remoto. Ansío que lo natural surja de la pérdida con mayor vigor y belleza. En mi alma germinan ilusiones y palabras. Respiro aliviada… mi pasión, una vez más, resistió la borrasca.
La tierra era una plusvalía de lamentos que crujía sin piedad, que abría surcos y desprendía raíces sin misericordia. Con lenta vehemencia, la oscuridad se prendió a los avatares enérgicos del vendaval que desgarraba todo a su paso.